Qué
tremendamente falsa es la gente. Ya lo me lo decía mi madre en vida. Pero yo,
siempre tan decidido a pensar bien de todo el mundo, que eso fue mi perdición,
nunca quise creer en sus palabras. “Cuidadito con ése, Miguel, que se le ve
venir”. “No te fíes de fulanita que parece demasiado buena”. “Eres tan confiado
que cualquier día tenemos un disgusto”. Y vaya si lo tuvimos.
Son las
cinco de la tarde de un lluvioso sábado de noviembre en Las Cruces, un pueblo
manchego apartado de cualquier sitio. Las campanas anuncian el funeral del
Hortelano, el hijo de la Teresica la rubia,
muerto tras una larga convalecencia por una misteriosa enfermedad que poco a
poco se lo llevó de este mundo.
La
iglesia se llena en unos minutos. Mujeres de negro, algunas con velo, en su
mayoría de más de 40, se van sentando en los bancos delanteros. Los hombres se
quedan detrás. Varios permanecen en la calle, echando un cigarro mientras
repiten con los ojos perdidos frases del tipo “no somos nadie”.
Ellas
lloran, unas de forma desconsolada, como la viuda, la madre y alguna otra
paisana con más o menos relación con el muerto, que reposa sonriente a la vista
de todos en su ataúd abierto.
¿Por
qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué te lo has llevado Señor? Él era toda mi vida,
sin él qué va a ser de mí, sin su compañía, sin sus abrazos, sin la posibilidad
de que me colme de besos como antes. Ya no tendré ese incentivo para seguir,
para ir a la peluquería, para ir a la capital a comprar ropa nueva, para echar
sacarina en el café. Qué voy a hacer ahora, a quién voy a querer yo, quién me
va a querer a mí.
La
última pala de tierra húmeda cae sobre Miguel antes de que la pesada losa de
mármol le oculte del mundo para siempre. La tumba está preciosa, llena de
coronas de claveles, lirios, margaritas, unas pocas rosas. Sigue lloviendo. Las
gentes de pueblo llenan el cementerio. Se apiñan unas con otras para compartir
paraguas y un poco de calor. Los pensamientos de confusión, miedo y tristeza
impregnan el ambiente. Nadie comprende lo que ha pasado.
A decir
verdad, esto no es del todo cierto. Hay al menos una persona en Las Cruces que
no se pregunta las causas de la muerte de Miguel. Una señora de aspecto
cansado, los ojos hinchados de llanto, las manos temblorosas de remordimiento y
culpa. Aunque pareciera otra cosa, desde que salió a la iglesia sólo ha pasado
por su cabeza esta duda: “¿habré conseguido deshacerme de los botes del veneno
y utensilios necesarios para ejecutar mi plan?”.
Mientras
tanto, María la panadera, deshecha de dolor y de angustia, se acerca a darle el
pésame a la viuda. Ella levanta la vista
y la mira en silencio mientras una frase le viene a la mente sin llegar a sus
labios: “Soy idiota. Tenía que haberte matado a ti”.
(De nuevo rescato un relato escrito como ejercicio de clase, esta vez de un curso que hice en Fuentetaja Literaria, allá por 2006. Se trataba de incluir cuatro narradores en la historia.)
Y ahora qué decimos Bego... vas a acabar conmigo, ya no miraré la comida como lo hacía hasta ahora. Comida hecho por un servidor y envasada al vacío no vaya a ser que María la panadera...
ResponderEliminarJejeje, haces bien en envasarla al vacío...aunque no fue María la panadera...fue la viuda ... cuidadín cuidadín.
EliminarQué rápido, acabo de publicar y ya estás por aquí. Muchísimas gracias David (ya sé tu nombre gracias a Moi)
Me has dejado impresionada, me ha encantado la manera de escribir, como se desarrolla el hilo de la historia y su conclusión. El trabajo fue de 10, no?
ResponderEliminarMuchísimas gracias, estoy abrumada por vuestras buenas críticas.
EliminarNo daban notas allí, jeje, menos mal porque había un nivelazo que no veas.
Un besote
¡Ostras! Cuesta dejar un comentario después de leer este texto.
ResponderEliminarIntenso y sorprendente, me ha encantado ,)
Un beso,
Qué bien que te haya encantado. Mil gracias por decírmelo.
EliminarUn beso!
¿De la Mancha? ¿En serio? ¿De la Mancha? Ay madreeeeeee. Eso le pasa a la gente por casarseeeeeee.
ResponderEliminarSí, de La Mancha, en aquel momento me debió parecer que encajaba en la historia ;-)
EliminarGracias por la visita, hacía mucho que no te dejabas ver...y eso me recuerda que hace mucho que no te visito yo. Ahora vooooyyyy.
Un beso
Mira que la temática era para cerrar el blog e irse a otra parte más alegre, pero me has enganchado. Espero que te pusiesen un 10, porque lo clavaste :)
ResponderEliminarNo todo en la vida va a ser reírse ;-)
EliminarMe alegro mucho de que te guste.
No ponían notas en estos ejercicios, como he dicho más arriba, y no creo que me pusieran un 10 porque había gente muy muy buena.
Gracias mil!
que bueno...enhorabuena guapa porque es un relato excelente
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarUisss amiga; tú sabes bordar esto... y yo mirar mas, jajajaja, que pensé que ibas a contar la relación al final con algo...
ResponderEliminarEscribes muy bien; piensas genial!♥
Muchas gracias, no sé qué estarías pensando, jejeje. Lo bueno de los relatos es que cada uno pueda interpretar cosas distintas.
EliminarUn besote
Amiga, me ha gustado mucho. Hay una cosa que no creo que sepas de mí, soy licenciada en Letras con mención en lingüística hispánica y aunque no vivo de eso, lo llevo en la sangre, por eso me tomo la libertad de decirte algo con mucho cariño: tienes mucha madera pero no corras, narrar es como bailar, hay que seguirle el ritmo a la música. Ese relato da para más. lo mismo que has contado con un poco más de pausa, acaricia la palabra (teniendo en cuenta claro lo que dijo Vicente Huidobro:el adjetivo cuando no da vida, mata. Si no lo has leído, búscalo, te va a gustar).
ResponderEliminarUn gran abrazo y jamás creas que te leo por compromiso, es un placer leerte, gracias por el comentario en mi post de hoy.
Hola Beatriz (¿te puedo llamar así?)
EliminarComo te dije ayer, te agradezco mucho que me hagas una crítica constructiva y sobre puntos a mejorar de lo que escribo. Soy escritora en prácticas y poeta en prácticas también. No sé si algún día podré quitarme la L de novata. Palabras como las tuyas me ayudan a superarme, así que, por favor, hazlo más veces.
Voy a meter a Vicente Huidobro en mi lista de libros por leer.
Gracias otra vez por todo