domingo, 27 de diciembre de 2015

Propósito de año nuevo

Así a lo tonto ya es 28 de diciembre de 2015

Seguimos sin tener coches que vuelan, el efecto 2000 lo superamos con creces y en España se ha "acabado" el bipartidismo. Todo cosas que nunca hubiéramos creído de haberlas escuchado en los 80 ó 90.

Sí tenemos,  en cambio, la posibilidad de olvidarnos de cualquier dato aprendido en las aulas, porque una bendita (y a la vez maldita) cosa llamada Google nos ofrece resultados fiables en menos de un segundo ante cualquier pregunta que llegue a nuestras cabezas. Por absurda o inoportuna que parezca. 

También podemos, si queremos, tener miles de "amigos" en todo el mundo,  a los que contarles nuestras penas y, sobre todo alegrías. Y de paso hacer las delicias de toda esa gente del marketing ávida de saber de nosotros para vendernos más y mejor. 

Y,  cómo no,  disponemos de unos teléfonos maravillosos, con lo que incluso se pueden hacer llamadas, que forman parte de nosotros, y dicen que algunos quieren incluso más que a su coche, que ya es querer. 

El tiempo, que machaca hasta las cosas malas, nos ha traído hasta aquí y, segundo a segundo nos llevará hasta diciembre de 2016. O no. 

¿Has pensado ya en que vas a gastar los 366 días que el nuevo año te pondrá por delante en unos días?

Lo primero, y casi diría que lo único, que yo me propongo para este nuevo viaje alrededor del sol es pensar menos y vivir más. ¿Se puede pensar menos cuando sabemos que el cerebro humano no dejar nunca de pensar? A no ser que seas budista y alcances el nirvana... 

No me voy a hacer budista. Al menos no este año. Una nunca puede decir nunca. Así que tendré que recurrir a otra táctica. 

Pensar más en los pensamientos de luz y no en los pensamientos oscuros. Ahora que está tan de moda la saga de Star Wars. Aunque los pensamientos del lado oscuro sean en mi caso mucho más banales que los de Lord Vader y sucedáneos. Un pensamiento negro de los míos puede consistir sin ir más lejos en hacer la lista de la compra. Odio ir a la compra por varios motivos. Me cansa, me aburre y me cuesta dinero. Otro me lo pueden provocar un domingo por la tarde las pelusas que se resisten a abandonar mi territorio. 

Sea como sea, he descubierto que si cuando me viene un pensamiento de esos de mal rollo lo paro y llevo mi mente a uno de los buenos, la cosa cambia. Cambiar la atención de lo malo a lo bueno puede cambiar muchas cosas.  El estado de ánimo y también la energía para afrontar todo lo que nos viene.  

Parece obvio y fácil. Obvio quizás sí que sea, pero no es sencillo. La mente es poderosa y perezosa y prefiere instalarse en lo conocido, por mucho que sepa que eso no le beneficia. Por eso (y por otras muchas razones científicas que no pretendo tratar aquí) es tan difícil salir de una situación de estrés o depresión, o sin llegar a esos extremos, de bajón anímico.

Así que cuando a mi cabecita le dé por pensar en cosas feas me pararé y rebuscaré en sus cajones las cosas bonitas. Y de paso haré algo que me haga recopilar más cosas buenas en qué pensar y guardar en el lado luminoso de mi cerebro, a las que pueda acudir en caso necesario. Y así sucesivamente. 

Ocupando mi tiempo con cosas chulas, conseguiré buenas dosis de buenrollismo, que me vendrán de perlas mientras desprotico al conducir por Madrid o un camarero me trata como si fuera yo la culpable de su regalo del amigo invisible. 

Dar un paseo y sentir el sol en la cara, tomar el aperitivo, invitar a gente a casa, desayunar en sitios molones, ir mucho al cine, leer muchos libros, ver mucho arte, hablar mucho con mis hijas, con los amigos, viajar y viajar, con mi pequeña familia, con mi pareja, con mis amigas. Bailar, escuchar música, hacer deporte y beber cerveza muy fría (a ser posible después del gimnasio y no antes). Escribir... 

Y querer,  mucho querer y un poco quererme más.

Todo eso es lo que más me gusta hacer y haré todo lo posible.

Siempre y cuando consiga quitarme de pensar.

¿Lo conseguiré?


domingo, 20 de diciembre de 2015

Mis razones para no votar

Sí, no voy a votar esta vez. Me he cansado. ¿Que cómo yo siendo mujer y declarándome feminista me atrevo a no votar? Pues mira, no ha sido fácil. De hecho aún sigo, a las dos de la tarde del 20 de diciembre de 2015, con mis dudas sobre si sí o si no. Y sobre todo dudo mucho de si publicar esto o no. No tengo que justificarme de nada y por nada, no lo hago por eso. Es un impulso, algo dentro de mí me lleva a escribir esto. Mis dedos van sólos.

Estoy contenta de que por fin ya no esté todo en manos de dos partidos, como la liga de fútbol. De que haya otras alternativas que de verdad tienen oportunidades. Porque alternativas siempre ha habido, hay muchos más partidos, aunque todos sabemos que con pocas opciones de tocar el poder.

El poder. Esa mágica palabra que a todos parece enloquecer. Esa herramienta que todo lo puede y todo lo es. Ese anillo dorado que convierte en "otra cosa" casi todo lo que toca. 

Porque el poder corrompe e idiotiza. Vuelve a la gente del revés. Les da alas para decidir, sin importar si esas decisiones contradicen sus promesas, sus supuestos ideales, sus objetivos vitales. Y muchas veces es la excusa perfecta para mirar más hacia uno mismo que hacia cualquier otro.

Estoy harta. Llevo votando desde hace más de veinte años y he votado de todo. No soy ni de unos ni de otros. No tengo ningún carné. Supongo que no soy muy diferente al resto. Simplemente tengo unas ideas sobre ciertos temas y otras sobre otros. Creo en la libertad, en la convivencia pacífica, en la igualdad de oportunidades, creo mucho en la igualdad de oportunidades. Y sobre todo, lo que quiero, es vivir tranquila, como todos. Y no me consta que ninguno de los cuatro partidos diga que no cree en estas cosas. Tampoco me consta que seamos libres, más allá de la libertad de nuestra actitud ante la vida. Porque ni siquiera la libertad de pensamiento existe, ya que la mayoría de nuestros pensamientos está influido por lo que vemos y escuchamos a nuestro alrededor. Lo que creemos que pensamos, muchas veces es en realidad lo que piensa nuestro compañero de al lado, o la cadena de televisión equis. Así de triste.

Sí, vivimos en un país libre, donde existe algo llamado libertad de expresión. Pero cada vez es menos libre y no sólo por la ley mordaza sino porque nos "debemos" al sistema. Formamos parte de una rueda de la que no es fácil escapar. Y no sólo por el sistema, sino porque si opinas abiertamente sobre algún tema, da igual el que sea, siempre tienes cerca de ti a alguien que te machacará y usará su "poder", verbal o social, en tu contra.

Recuerdo cuando todo mi mundo se vino abajo en la clase de Filosofía de tercero de BUP. Todos los valores que entonces creía imperturbables, fueron cayendo uno a uno tras escuchar a mi profesora, Ana se llamaba, hablar del mito de la caverna de Platón. ¿Y si todo lo que yo creía que era la realidad era falso y lo que yo estaba vivendo eran sólo las sombras de lo verdadero? Y tomé una decisión bastante difícil para mí entonces. No iba a hacer la Confirmación porque tenía miles de dudas y me sentía incapaz de confirmar nada. Y aunque me costó tomar esa decisión, me sentí libre una vez que la tomé.

Ahora no me siento especialmente libre no votando. Creo que si de verdad hubiera una propuesta que me convenciera de verdad, que no me ofreciera ninguna duda, o al menos sólo unas pocas dudas, mi voto ya estaría en una urna. Sí, se que lo perfecto no existe y todo eso.

De verdad que me siento mal no yendo al colegio electoral. Porque me gustaría votar. Porque no soy una pasota, ni apolítica, ni comodona, ni todas esas cosas que dicen de quienes no ejercen su derecho.

Pero me siento incapaz de hacerlo y después arrepentirme de haberle dado mi voto a alguien que me decepcione, porque donde dijo digo diga diego y bla bla bla. No quiero entrar en el juego, al menos no esta vez.

Mucha gente se me echará encima y me recriminará mi acto y me dirá que luego no se me ocurra quejarme o que con todo lo que la mujer sufrió para poder votar que ya me vale, etc, etc. Es algo que ya me espero. 

Mi conciencia, mis muchos días de reflexión, me han llevado a abstenerme por primera vez en mi vida.

Y es una opción tan respetable como cualquier otra, sea cual sea tu opinión.

Ojalá que para la siguiente ocasión las cosas hayan cambiado. Entre otras cosas me encantaría ver a una mujer de candidata. Sí, sé que es difícil, no imposible.

Prometo no quejarme si tú prometes no juzgarme.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Es Navidad de nuevo


La Navidad es ese periodo del año que va llegando antes conforme cumples lustros. Parece increíble cuando tienes siete años que 365 días se pasen tan deprisa cuando llegas a los cuarenta.

Te levantas una mañana de enero con el roscón de Reyes, almuerzas con la Semana Santa, comes una paella en la playa, meriendas con la vuelta al cole y cenas turrón de Jijona. Y así una y otra vez.

La vida es como una gran bola gigante en la que vamos dentro, rodando sin parar de pasar por el mismo sitio del calendario (de adviento).

Quitando el vértigo que da saberse preso del tiempo y del espacio, este viaje sin retorno tiene su puntito. Ya que no podemos, de momento, ser Marty McFly y retornar al pasado, al menos podemos revivir sensaciones, emociones, pensamientos, incluso experiencias ya vividas, con la paz mental que aporta el hecho de regresar a lo conocido.

Ya hemos pasado por aquí, ergo ya tenemos parte del camino hecho y somos capaces de mejorarlo. Y de empeorarlo, también somos muy capaces de eso los humanos.

¿Cuándo ha sido la primera vez que este año has visto, olido, escuchado o comido algo navideño

Seré honesta si digo que esta vez no lo recuerdo con exactitud. Dicen que el estrés es mal amigo de la memoria y en eso andamos. Aunque si rebobino mi biblioteca mental un pelín, enseguida me aparecen en el cerebro imágenes... El día que voy a Carrefour y veo que ya están puestas, sin enceder, las luces en el parking. O en Mercadona empiezan a vender pandoros. El catálogo de Juguetes de El Corte Inglés aparece de repente en mi casa. Y un correo de alguien de la oficina me recuerda que el día tantos del mes tengo que pagar mi décimo de Navidad si quiero que me toque el Gordo.

Y qué chulo cuando sales del túnel de Plaza de Castilla una noche, mientras vas pensando en el super atasco que te espera a la salida y, de repente, encuentras la Castellana llena de luces bonitas. 

La Carta a los Reyes de las niñas, que cada vez tiene que ser escrita antes para aprovechar los cupones descuento de las grandes superficies. El encargo de vender lotería Abay, la que siempre toca. La cenas y comidas con compañeros del curro, esta vez adelantadas a noviembre, para evitar los abusos de los restaurantes de diciembre. Poner el árbol navideño y el Belén en el puente de la Inmaculada. Hacer planes para ir a Murcia con la familia. "Qué ganas mamá de que lleguen las vacaciones", tan necesarias ya a estas alturas del partido.


Los pasillos de mi oficina se parecen bastante a alguna escenas de The Walking Dead en estos días previos a las fiestas. No exagero. Las ojeras, los ojos vidriosos, las caras avinagradas, las ganas de meterle un bocao en la yugular a más de uno... La gente ama trabajar. Pero se cansa. Esto es así.

Las redes sociales se llenan de mensajes de felicidad y amor por doquier. Lo mismo que los medios de antaño multiplicado por ene millones. ¿Hará esto que el amor, por ser tantas veces deseado, aunque sea con fines comerciales, llegue de verdad a algún sitio decente? El optimismo me invade.


Sin embargo yo no he venido aquí desprestigiar la dulce Navidad, lanzar dardos contra el consumismo desmesurado o sacar los colores a nadie que disfrute de estas "entrañables" fechas mientras en el mundo sigue habiendo tercer mundo, refugiados sirios y gente que hace cola en Cáritas.

Mi idea era más bien la contraria. Reivindicar lo que mola de estos momentos, que no digo yo que sean muchos los instantes que de verdad de verdad de la buena molen. Ni que no empachen. Más de uno llegamos al día siete de enero con pruritos alérgicos desarrollados sobre la corteza cerebral y tic nerviosos provocados al escuchar esos "benditos" villancicos.

Porque regalar y que te regalen, comer cosas ricas, vestirse bien, brindar, bailar, ver las luces, visitar los mercadillos, decir a la gente que sea feliz, tener ilusión por el Gordo, no madrugar, los reencuentros familiares, el roscón, el vino, las uvas....las caras de felicidad de tus hijos, sobre todo sus caras, todo eso es un gustazo.

Lo otro, las compras, las colas, los atascos, los precios, las disputas, la decepción de no ganar ni el reintegro, los mensajes edulcorados, la invasión publicitaria, la resaca...todo eso es un coñazo. Y las ausencias, sobre todo esas ausencias que nos hacen desear meternos en un agujero y no salir hasta la primavera.

Quiero quedarme con lo primero. Prometo intentar disfrutar de todo lo bueno y no dejar que lo otro me boicotee el ánimo.

Sobre todo por ellas. Tengo claro que las Navidades son para ellos, los niños. Para los que criamos y también, para los que llevamos dentro.

La Navidad es para mí un recuerdo de la tarde que pasaba con mi abuela y mi prima poniendo el Belén.

No os perdáis esta versión de Jingle Bell...¡Feliz Navidad!











lunes, 7 de diciembre de 2015

Mi vida cada vez se parece más a la del conejo de Alicia en El País de las Maravillas

Llego tarde, ¡llego taaaarrrrrrdeeeee!


Excepto por mi aspecto humano, y porque no voy gritando mi falta de puntualidad a los cuatro vientos, cada vez me parezco más al animalito que Alicia veía correr en su onírica historia.

No es que me haya convertido en una maleducada que se dedica a hacer esperar a los demás en sus citas, o se levanta con el tiempo pegado al trasero antes de ir cada día a la oficina.

Lo que pasa es que vivo en un estado de ansiedad pre traumática permanente. Que me perdonen los médicos, psicólogos y demás por atreverme a inventarme nuevos sindromes.

Me paso el día en un sin vivir perpétuo, tratando de encajar las múltiples actividades que invaden mi rutina con la precisión de un cirujano, con tal de llegar no ya a todo, sino a los mínimos imprescindibles. Lo básico para que mi familia no muera de inanición, mis jefes me sigan sin incluir en una lista de reducción de costes y mis amigos no se olviden de mí al organizar la fiesta de Navidad de cada año. Aunque pensándolo bien...

Una vez que lo básico está cubierto, intento ir un poco más allá, como por ejemplo, visitando la peluquería una vez al mes para cubrir mis canas. También considero fundamental hacer ejercicio, a ser posible con un precalentamiento inicial y unos estiramientos finales. Si no pasa lo que pasa y al día siguiente te encuentras con una contractura del tamaño de un dragón, que te escupe fuego en el cuello mientras se ríe en tu cara de tu amor por el fitness.

En ocasiones también leo libros. Unas cosas rectangulares con páginas en papel y letras impresas que te hacen olvidar el mundanal ruido (y el ruido de las obras del vecino, que me tiene frita). Y muy de cuando en cuando, escribo, siempre que consigo robarle horas al descanso homologado y recomendado por la OMS y los fabricantes de colchones, que son muy cool y escriben contenidos en redes sociales para conseguir engueichment.

Y esto no es así por voluntad propia. Es más una cuestión de pura supervivencia e ingeniería logística. También de sentido común. Si quiero comer, tengo que ir al super y luego cocinar. O bien gastarme un pastizal en comer todos los días fuera de casa. Lo cual se aleja de ese poco común sentido y de mi realidad nominal.

Si quiero que mis hijas se labren un futuro (que curiosa expresion esa de labrarse el porvenir) las tengo que llevar al cole (obviando la parte legal del asunto) y luego apoyarlas en sus deberes y después acercarlas a sus actividades extraescolares para que hagan algo de deporte, lo mínimo recomendado por la Asociación de Pediatría. O de esparcimiento mental, tan necesario.

De jugar con ellas o contarles cuentos no hablamos. Este es un tema que me duele más que la contractura, pero que por pura salud mental he tenido que esconder en el cajón, al fondo a la derecha. Lo sacaré con el cambio de armario o cuando Rajoy implemente la jornada de 26 horas diarias. Porque dicen que va a volver a ganar el señor. "Mira mamá, el abuelo está en el iPad", no hija, es el Presidente del Gobierno. Ahhhhhh.

Cosas como hablar con mi pareja, ver una serie juntos, y hacer otras cosas, juntos o separados, son para nota. Y cada vez se van quedando más atrás en la carrera por llegar a la meta de las diez de la noche. Ese punto de inflexión en el que las ojeras llegan hasta la comisura de los labios, los dolorcillos varios empiezan a chillar que ya no te quieren aguantar más y la mente está tan frita como las salchichas de pavo que te han apañado la cena a pesar de que la carne procesada es el demonio.

¿Llego o no llego? Llego porque malo sería que no. ¿En qué estado? Ah amiga, eso mejor no te lo cuento, porque ya te lo imaginas.

Yo no concilio porque conciliar es una palabra que sugiere paz y equilibrio. Lo mío es más parecido a una guerra sin cuartel, a una carrera sin final donde la vida me arrastra de un lugar a otro sin dejarme tiempo para respirar.

¿Soluciones? No las veo a corto plazo. Pero sueño, porque eso también lo hago, en una cabaña en la montaña a la que retirarme a escribir, beber cerveza y consumir alimentos cultivados en el huerto. El del vecino, se entiende. A mí no me engañan más. Que con la supuesta liberación femenina, esa en la que la mujer ya ha conseguido casi todo lo que necesitaba en la vida, porque se parte los cuernos para currar y ganar dinero que gastarse en el Black Friday, he tenido suficiente.

Yo si me voy al campo es para la vida contemplativa. He dicho.







martes, 1 de diciembre de 2015

Cuando llegas a esa edad en la que podrías ser la madre de la mayoría

Ya he hablado de los cambios físicos que sufrimos todos aquellos que traspasamos la temida barrera de los 40.

Sin embargo no he dicho mucho sobre los cambios emocionales o mentales que suceden también una vez que la fatídica línea se ha dejado atrás.

Créeme, son los peores. 

La primera vez que con treinta y muchos tienes la extraña sensación de que podrías ser la madre del repartidor de Carrefour, pronto lo olvidas porque pasa a esa parte del cerebro de sensaciones raras no identificadas. No es hasta que entras de lleno en el cuarentañismo que empiezas a incorporar la sensación a tu día a día como algo natural. Lo cual no significa que te acostumbres a ello ni que no te entren ganas de cambiar de país cada vez que te pasa. Es jodidamente desagradable aunque, siguiendo la filosofía positiva de alguna de mis amigas que rondan los 50, diré que con el tiempo conseguiré darle la vuelta y verle el lado jocoso al asunto.

Vas a El Corte Inglés (sí, nosotros somos parte de su público objetivo) a comprar un móvil y te atiende un chavalín que gritaba desde el baño eso de "YA HE TERMINADO MAMIIIIIIIII", el mismo día en que tú te hacías la foto de la orla en la Uni.

En la consulta del ginecólogo te encuentras con una chiquilla tomando notas, que piensas que es la hija adolescente de la verdadera ginecóloga. Hasta que después de unas preguntillas te pone en esa postura tan cómoda y agradable, que nos encanta a las mujeres, y te mete mano.

Vas a clase de danza moderna y la profe no ha oído hablar nunca de Fama ni de Flashdance. A veces ni de UPA Dance. Es más, es que ella no había nacido cuando tú llegaste a Madrid a estudiar la carrera. Y como ve que la media de edad ronda los taitantos, se dedica a montar una coreografía de tres pasos ridículamente fáciles, a ser posible latinos, para que parezca que haces algo, sin hacer mucho, y no te de un telele ahí en medio. A ver qué va a hacer la pobre si se le cae una "señora" al suelo.

Si se te ocurre apuntarte a un curso para renovar conocimientos, e incluso rejuvenecer cuerpo y mente, no sólo te vas a encontrar con que todos los alumnos votan desde hace pocos años. Lo peor es que eres mayor que cualquiera de los profes, alguno de los cuales estaba en plena edad del pavo cuando tú fuiste madre "precoz" a los treinta.

Podrías ser la madre del dependiente de Mc Donalds, de los profes de extraescolares (y algunos maestros), de la farmacéutica, de las cajeras del super (no de las del Día), de los becarios de la oficina, de las chicas que atienden en las tiendas de Amancio, de algunos empleados de bancos, de la peluquera, la esteticista, la mujer que te ayuda en casa, el operario del gas y muchos de los hijos de los vecinos que todavía creían en los Reyes cuando tú te mudaste aquí hace 12 años.

Y es que el tiempo, no es que pase volando, pasa a su ritmo, pero sin que nos demos cuenta, sin que apreciemos cómo nos va cambiando poco a poco y nos arrebata la infancia, la adolescencia, la juventud...y nos convierte en señores y señoras hechos y derechos, que diría mi abuela.

Señores y señoras que seguimos sintiéndonos mentalmente como cuando teníamos veinte o treinta. Señores y señoras que odiamos que nos llamen así o nos miren o traten diferente por la edad que tenemos. ¿En serio tú, que tienes 30 (o por ahí) crees que a ti esto no te pasará nunca? Más te vale que sí.

Lo de las canas, las arruguitas, el michelín y todo lo demás apenas importa si lo enfrentamos a esto otro. Tener cuarenta no es sinónimo de que todo lo bueno se acabó, eres un amargado laboral o has perdido toda capacidad de crear o innovar. Nada más lejos. 

Afortunadamente el cuidarse está de moda y ahora casi toda la gente de mi edad practica deporte. Al menos cuando voy al gimnasio no siento que pudiera ser la madre de todos mis compañeros. Aunque sí de algunos monitores. Todo hay que decirlo.