domingo, 9 de septiembre de 2018

Cómo escribir una novela cuando crees que nunca podrás escribir una novela (I)

Hace poco más de una semana he conseguido algo que llevaba queriendo toda la vida.

Ahora que lo he logrado, sé que podría haberlo hecho mucho antes, que debía haberlo intentado hace veinte años, en lugar de creerme incapaz. Aunque prefiero no pensar ni hablar de lo que pudo haber sido y no fue, sino de lo que ha sido y será.

He publicado mi primera novela: Las cosas buenas de verdad sólo me pasan de noche.

(Puedes leer un fragmento de forma gratuita en el enlace de la derecha del blog)

Disponible en versión digital en Amazon

De ahí mi largo silencio en el blog. Decidí dedicar todo mi tiempo libre y mis energías a escribirla. De igual modo, dejé de leer blogs para centrarme en leer libros. Para escribir es fundamental haber leído mucho. Lo he hecho siempre, aunque pasé una etapa más enfocada en los blogs y las redes. Algo que me dio muchas cosas buenas, como el hecho de escribir con asiduidad y el conocer a gente fantástica que aún sigue formando parte de mi vida, cinco años después, no importa que las  "interacciones" hayan disminuido en intensidad y frecuencia.

¿Y por qué vuelvo ahora aquí después de todo este tiempo? Pues porque me apetece contar el proceso que he seguido hasta ver culminado mi objetivo. Es algo que necesito contar, y que creo que puede interesar, sobre todo a quienes están pensando en escribir y, como me pasó a mí, no saben ni por dónde empezar.

De hecho, la novela se inició en este blog. Un día se me ocurrió una historia, me vino a la cabeza sin más, y empecé a escribirla aquí, como un post cualquiera. Como casi todas mis historias de ficción, era contada en primera persona y el prota, esta vez, era un hombre. Me apetecía contar algo desde el punto de vista masculino. No era la primera vez que lo hacía, de todas formas.

¿Por qué uso tanto la primera persona? Supongo que porque, por un lado, me van los retos, es siempre más complicado usar la primera persona. Y también, porque la tercera persona, la que dicen que debe usar todo principiante, el narrador omnisciente, siempre me ha parecido un poco falso. Ahora, tras el esfuerzo de haber usado la primera persona en más de 50.000 palabras, no estoy tan convencida ni de lo uno ni de lo otro.

Como decía, todo empezó en el blog. Escribí cuatro capítulos, titulados "sin título de momento" I,II,III y IV. Y cuando vi que aquello podía convertirse en algo más, los quité del blog. Este "algo más" requería un tiempo y un espacio diferentes.

No he vuelto a releer aquellos, aunque estoy casi segura de que han cambiado bastante en la versión final.

Todo empezó, aparentemente, como un juego. Y digo aparentemente porque en realidad todo comenzó en mi infancia, cuando dije por primera vez que quería ser escritora, quizá también pensando en jugar. Aquel deseo no se fue nunca. Lo primero que hice fue un comic, curioso, con 8 ó 9 años. Después, con catorce años, emborroné un cuaderno con poemas de desamor, cuando tuve mi primer desengaño. Si ahora los leyera me moriría de la vergüenza.

Seguí con la poesía durante toda la adolescencia. No recuerdo cuando di el salto al relato. Debía tener ya veintipico años.

Por entonces me sentía incapaz de ir más allá. Escribir novela era un sueño inalcanzable, reservado para unos pocos elegidos, sólo para gente como Cela, Francisco Umbral, Pío Baroja, Miguel Delibes, García Márquez, Mario Benedetti, Isabel Allende, Laura Esquivel, Zoe Valdés. Y tantos otros que me engancharon entonces. Maestros de la literatura a los que yo no podría llegar ni a la suela de los zapatos jamás. Así que no escribía. ¿Para qué? Si ya estaba todo dicho, tan bellamente dicho. ¿Qué podía aportar yo al mundo? Yo no quería ser una escritora de segunda.

Un día descubrí los talleres literarios. Qué pena no haberlo hecho mucho antes, cuando estudiaba la carrera. En lugar de un Máster en Marketing, un Máster en Escritura era lo que yo hubiera querido hacer.

Ahí me di cuenta de que era posible escribir sin sentirse del todo ridículo. Que éramos muchos los que perseguíamos el sueño de escribir, unos con mucho talento, otros con menos.

Y escribí relatos, me presenté a concursos. No gané ninguno. Seguí haciendo cursos.

Continué con la poesía, un espacio en el que me sentía cómoda. Sé que escribir buena poesía es realmente difícil, más que escribir novela. Y aún así me atreví a hacerlo y a publicarlo en un blog, otro distinto, a la vista de todos.

¿Por qué? Porque tenía que hacerlo, algo más fuerte que mi timidez y mi sentido del ridículo me empujaba a hacerlo. Además, como la poesía es un arte incomprendido y minoritario, me sentía a salvo de la multitud. Y sobre todo, apenas nadie sabía que yo escribía aquello. Lo intentaba mantener en secreto.

Y esa falta de fuerza para escribir, más allá de aquel blog poético, sin pensar en los demás, sin el miedo al fracaso y al ridículo, a las comparaciones, a las críticas feroces y a todo lo demás, el miedo a la exposición, esa falta de atrevimiento fue la que me hizo quedarme anclada en los relatos y la poesía durante muchos años.

Miedo, siempre el miedo es el que lo fastidia todo, el que nos ayuda a construir los muros que nos ponemos delante, el que nos impide vivir la vida que queremos.

Vinieron otros blogs, como el de la adopción de mi hija pequeña primero, y este que ahora lees después, que nació con la idea de "obligarme" a escribir cada día, de lo que fuera, para practicar la escritura. Su objetivo lo cumplió con creces.

Durante todos esos años, me debatía entre las ganas de escribir, el miedo a hacerlo, y, voy a ser sincera, la pereza a ponerme en serio con ello.

No tengo tiempo, decía continuamente. Trabajo mucho, tengo dos hijas, un marido, un casa, un perro. Imposible.

Lo cual era cierto en parte, que mi tiempo era y es escaso. Pero lo que no era verdad es que fuera imposible. Tan sólo había que proponérselo, creerlo posible, buscar el momento, reservar unas horas a la semana. Y ponerse. Escribir, escribir, escribir.

No hay más trucos, ni secretos.

¿Acaso no dedicaba tiempo a escribir en el blog? ¿Acaso no perdía el tiempo en las redes sociales? ¿O leyendo revistas absurdas (la mayoría me lo parecen)? ¿O dándole vueltas a cosas ridículas? ¿O pasaba los domingos deprimida en el sofá porque llegaba el lunes? Sí, eso lo hacía a menudo.

Un día de septiembre de 2017 decidí que se acabó, tomé la decisión crucial de dedicar mis domingos a escribir. Un día sagrado, inamovible. Así conseguía dos cosas, ese tiempo que no encontraba y terminar con los domingos tristes. Alguna vez he tenido que saltármelo, no soy perfecta, aunque siempre lo he compensado con un rato del sábado, o entre semana, de noche, tras la cena.

Me costó mucho dar el salto, muchos años, mucha incertidumbre, muchos llantos, mucha auto compasión, mucho miedo.

No sé cuál fue el punto de inflexión en el que me di cuenta de estas dos cosas importantes:

1. Primero escribes para ti, por ti, porque lo sientes así, lo disfrutas, te lo pasas bien, te sientes genial al hacerlo. Luego, por supuesto, quieres compartir eso que escribes con los demás, y tienes que pensar en los otros, en cómo conseguir que lo que haces sea atractivo a sus ojos.

2. No tienes por qué ser un gran maestro de las letras para escribir. Ellos te sirven de inspiración, te ayudan a ser mejor, pero no estás aquí para ser uno de ellos, o al menos, nadie espera eso de ti. El no ser como ellos no impide que puedas escribir cosas dignas, entretenidas, emocionantes, incluso grandes (algún día, ¿por qué no?). No pienso dejar que lo que hicieron otros me impida crear mi parte. Mientras haya un rincón, una posibilidad mínima, seguiré creando.

Sin esos dos puntos, no hubiera sido capaz. Y en que me los creyera tuvieron mucho que ver varias personas de mi vida, en especial mi marido, que desde que me conoce (hace 20 años) me ha estado empujado a que escriba. También mi amiga Cristina, con la que he compartido tantas conversaciones sobre la escritura, la creatividad, el arte... Mis padres, por supuesto, que me han apoyado siempre. Mi abuela bonita, a la que le encantaba todo lo que hacía (pena que ya no pueda leer este libro, aunque lo de los tacos no le hubiera gustado, lo sé). Y muchas otras personas que me escribieron comentarios públicos en este blog, y en privado, animándome a seguir adelante (mis blogueras queridas, y otras "no blogueras" también queridas, amigos y conocidos). Otras dos personas, Olga y Bárbara, que me han ayudado a creer en mí por encima de cualquier miedo. Y cómo no, mis hijas preciosas, que con su sola presencia me motivan a seguir, a mejorar y a retarme cada día un poco más.

Este libro no es el final, es sólo el principio. Su objetivo era demostrarme eso de "yes, I can", y eso ya lo tengo.

Que lo leas y que te guste sería ya el no va más. Que me comentaras lo que te parece, en público o privado, sería un regalazo (aunque no te haya gustado, las críticas constructivas me ayudarían a mejorar).

Sé que el libro no es perfecto, pero como me dijo mi querida Nuria, entre perfecto y terminado, es mejor terminado. Y le doy la razón.

(Continuará)