martes, 27 de mayo de 2014

Me imagino

Me imagino cómo sería romper los calendarios
Dejar en blanco las agendas
O pintarrajearlas de "lo que me apetece hacer"

Hacer como que no es lunes
Ni enero
Ni llueve
Reirme de las nubes

Me pregunto qué pasaría si
Cenara el desayuno
Tomara helado a las ocho a eme
Saliera a la calle disfrazada
Y preguntara más veces "¿por qué?"
Mezclara la nocilla con queso
Me parase a recoger cualquier absurdez del suelo
Caminara dando saltitos
Tarareando el tralaralarito

Sueño con soñar que sueño lo que nunca me atrevo
Fantaseo con la vida a través del espejo

Con el mundo que se da la vuelta
Y vuelve a empezar

Qué felicidad

lunes, 19 de mayo de 2014

Verano y niños... ¡Y yo con estos pelos!


Pero, ¿cómo? ¿Ya estamos en mayo? ¿Y el cole este año acaba el 20 de junio?

Noooooooooooooooooo!!!!!

Otra vez la pesadilla del verano y de intentar encontrar una solución satisfactoria para todas las partes y a bajo coste, sin poder contar con superabuelas ni sobrinas adolescentes a las que convencer con unos eurillos y una piscina en la que tomar el tórrido sol madrileño.

Como ya conté por aquí el año pasado, para nosotros (marido y yo) las vacaciones escolares son un problema de estado. De estado de nervios, quiero decir. Supongo que habrá muchos padres y madres que estén igual o incluso peor que nosotros, que oyen la palabra VACACIONES y les empieza a salir urticaria, aunque sinceramente, deben de vivir a miles de kilómetros de mí o no tener twitter, pues es comentar este tema y no escuchar a nadie que diga: uffff, cómo te entiendo. 

Me he llegado a sentir un bicho raro cada vez que les comento mi agobio estival.

Una posible causa es que en la blogosfera me relaciono con mucha mamá de niños de menos de 3 años, que tienen el tema resuelto por las guarderías o las posibles excendencias. 

Otra que no disponemos de familiares cercanos dispuestos a hacer de canguros, como muchas otras familias que siempre tienen una buenabuela o buenatía a mano. Y otra, por supuesto, es el dinero. Si fuéramos pudientes otro gallo cantaría. Pagar a más de 100 euros la semana de campamento por niña, teniendo dos y siete semanas por delante hasta que nosotros podemos irnos de vacas, no way my friend. Pagar una chica o señora a razón del sueldo mínimo tampoco. Y pedir una excedencia es impensable.

Estoy segura de que hay otros padres más allá de nuestro círculo que también andan desesperados. Así que lo mismo les viene bien leer este post donde, NO, no voy a destapar la fórmula mágica de la conciliación, peeeeroooo puede que ayude un poquito a ver luz más allá del tunel de julio.

Tras mi olvidable experiencia del año pasado con los centros abiertos de la Comunidad de Madrid, los cuales eran fabulosos hasta que decidieron informatizar el proceso de solicitud (convirtiéndolo en farragoso y complicado, a pesar de que debería haber sido al contrario) y subir el precio más de un 100%, sí un 100% así, de golpe y sin previo aviso, este año he obviado la convocatoria y me he lanzado de lleno a buscar una au pair. Una chica que cuida de tus hijos mientras les enseña un idioma y a cambio intenta aprender español y convive con tu familia.

Casi rompo a llorar cuando la chica que tuvimos el año pasado me dijo por mail hace un mes y pico que este año no quería, finalmente, ser nuestra au pair. No porque la hubiéramos tratado mal o mis chicas sean imposibles (mis chicas son lo más) sino porque prefería trabajar en algo que le diese más dinero para pagarse la carrera este invierno. Al menos eso me dijo, y me lo creo porque ella adora Madrid y sé que estuvo muy a gusto en casa.

Así que me puse manos a la obra. Escribí a mis compañeras de trabajo francesas, a las más jóvenes, por si conocían a alguien. Al mismo tiempo empecé a buscar en www.aupairworld.com, donde el año pasado encontré a Louise.

Si os soy sincera, no he buscado mucho y me he fiado más de los contactos que me han llegado de Francia, por aquello de que vienen de parte de alguien conocido. Además, creo que a mis hijas les vendrá bien aprender francés, pues no sabemos si acabaremos viviendo allí algún día.

Bendito skype. Gracias a él hacemos las entrevistas, tras unas cuantas conversaciones por chat o mail. Yo suelo pedir que ya sepan algo de español, sobre todo por mi hija pequeña, de cinco años. La mayor pilota mucho inglés y no tiene problemas. 

En la entrevista les pregunto cosas como su experiencia con niños, los motivos por los que quieren ser au pair, si conocen España, qué les gusta hacer en su tiempo libre...también les presentamos a las niñas y hablan un rato entre ellas. Para mí es muy importante ver su actitud delante de las niñas. Es fácil darse cuenta de si le gustan los niños o es una pose. Me puedo equivocar, obviamente, como cuando el año pasado iba a contratar a una chica que después me salió rana y tuve que cambiar al final, pues estaba más preocupada en ir a la playa que en mis hijas.

La chica que hemos escogido este año parece muy cariñosa y educada, con ganas de aprender el idioma pues estudia Traducción e Interpretación, y con experiencia con peques de 2 y 5 años. Creo que es mejor que su motivación para venir sea esa que cualquier otra del tipo "conocer otra cultura" pues muchas veces ello significa "salir de juerga hasta las tantas". Que no es que yo esté en contra, he sido joven (más) y juerguista, lo que pasa es que lo pasas mal mientras esperas a que vuelva de madrugada, como si fuera tu propia hija la que se va. Y a mí todavía me quedan unos añitos para eso.

Es importante dejar por escrito lo que esperas de ella cuando esté en casa, en la que convivirá como uno más, tanto en el día a día como en otro tipo de cosas como las horas de llegada o las tareas domésticas que le corresponden como miembro temporal de la familia. Una au pair no es una asistenta del hogar, ojo, pero sí debe hacerse su cama y recoger la mesa, entre otras cosas típicas que todo tenemos que hacer en casa. Incluso puedes pedirle que cocine para tus hijos, aunque yo lo hice muy pocas veces y con comidas que requerían poca elaboración.

En teoría no deben trabajar más de 30 horas a la semana, sin embargo puedes pactar con ellas si necesitas más tiempo. Se les paga un dinero "de bolsillo" y por supuesto la comida. Las tardes y findes de semana, en mi caso, son libres. Obviamente todo se puede negociar. En España se recomienda pagar de 50 a 70 euros por semana, según la web de aupairworld.com. Allí también se pueden descargar modelos de contrato y ofrecen un montón de información al respecto tanto para familias como para au pairs.

Mejor si dispones de una habitación sólo para ella. Como yo no la tengo, junto a las niñas en verano y así ella duerme en el cuarto de la pequeña, pues la mayor tiene posibilidad de añadir un colchón más.

Las niñas estuvieron encantadas el año pasado porque no tenían que madrugar y se pasaban todo el día jugando con ella, primero en casa y después en la piscina. 

La parte negativa es que la propia convivencia. Por muy bien que se comporte y muy educada que sea, a veces cuesta tener siempre a alguien en casa que apenas conoces. Las noches son lo más complicado. Muchas veces no sabes qué hacer ni qué decir. Si decirle que se quede contigo en el sofá, porque realmente tú estás tan cansado después de todo el día currando y tras hacer la cena y la comida del día siguiente que tienes pocas ganas de hablar, la verdad. Y precisamente ellas quieren hablar para practicar su idioma.

De todas formas, esa parte se ve compensada con creces por todo lo demás. Niñas felices y aprendiendo idiomas y padres tranquilos. 

Espero que este año nos vuelva a salir bien porque no tenemos plan B. 

Siempre nos quedarán los campamentos a precio de hipoteca o ese sistema horrible de cogernos las vacaciones por separado, aunque siguen sin salir las cuentas...el verano de los niños es muy largo y el sistema laboral permite muy pocos días libres. Algo no funciona bien.

Va a ser verdad eso de que la conciliación es una utopía y lo seguirá siendo todo el siglo XXI. 




lunes, 5 de mayo de 2014

Mamá, ¿por qué?

Los niños se hacen preguntas. Muchas. Montones. Desde muy pequeños. Es su forma de aprender y de crecer. Es su manera de descubrir el mundo y la vida.

¿Por qué la i lleva punto? ¿Por qué el sol no se cae? ¿Por qué el dinero es tan importante? 

Mi hija de cinco años hace esta clase de preguntas. Es normal. Es gracioso. Me divierte mucho contestar este tipo de dudas.

Sin embargo, hay otras muchas cuestiones que plantea que ya no son tan amenas. Son las que tienen que ver con dos de las circunstancias de su vida qué más le preocupan: el color de su piel y el hecho de que fuera adoptada.

A los tres años me sorprendió preguntándome si ella iba a ser blanca de mayor.

Ahora, sin tan siquiera tener la edad que llaman "de la razón", me suelta cosas como éstas, cosas para las que se supone que los padres adoptivos estamos preparados. Ja.

"Mamá, ¿por qué me dejó mi madre?"

"¿Y por qué no me cuidó mi padre?"

"¿Estaban separados?"

"Y si vosotros os ponéis malitos, ¿ya no me vais a cuidar?"

"¿Por qué no puedo hacerles un regalo del día de la madre y del padre?"

"¿Por qué no vamos a verles?"

"¿Por qué no les traemos aquí?"

"Ya no me acuerdo de mi otra familia, ¿por qué no puedo acordarme de ellos?"

"¿Por qué no eres tú negra mamá? Quiero que lo seas, quiero que seas como yo". Antes quería ella ser la blanca. Curioso. Me choca que haya cambiado el pensamiento aunque el concepto, el ser igual a los demás, sea el mismo.

Ella me hace todas estas preguntas y yo no tengo todas las respuestas. Quisiera ser como una de esas personas que parecen tener todas las respuestas. Como una de esas madres de las películas que siempre saben decir lo que hay que decir. 

No tengo todas las respuestas porque a veces no sé y otras veces no sé cuál es la mejor respuesta. Tampoco quiero inventarme nada. No quiero que crezca creyendo en un cuento de hadas.

Quisiera evitarle el sufrimiento aunque sé que tiene que pasarlo y tiene que dolerle. Pero ninguna madre, en el orden natural de las cosas, soporta bien que sus hijos sufran. 

Lo que no debo es decirle que no llore o no esté triste. No debemos. Hay que dejarla que llore y procese ese dolor, mientras la abrazamos fuerte y le repetimos una y mil veces que somos su familia, y lo seremos para siempre y que nunca jamás dejaremos de quererla. Por muy mal que se porte, por mucho que nos ponga a prueba cada día y nos lleve al límite de nuestra paciencia, por más que hay momentos en los que no sabemos qué hacer para que nos haga caso o deje de comportarse como si estuvieran clavándole chinchetas por el cuerpo.

Sí, la teoría la sabemos bien. Hemos leído libros y escuchado a expertos que saben lo que hay que hacer. Todo eso me recuerda a cuando vas a las clases preparto y te enseñan a mantener la calma y a respirar, a evitar gritar cuando llegan las contracciones. Y después, cuando sientes que te vas a partir en dos el día D y a la hora H pierdes el control y tu timbre de voz supera los decibelios permitidos por la ley.

Cuando parece que estoy respondiendo de la forma adecuada, me escucho a mí misma y me resulto poco convincente, sin decir nada que pueda de verdad tranquilizar a mi hija ni satisfacer su curiosidad.

Y entonces ahí me doy cuenta de que tenemos mucho camino por recorrer, que no va a ser fácil y que la sociedad tampoco nos facilitará la tarea. Si nosotros flaqueamos, si tenemos dudas y miedos, si nos vemos sobrepasados a veces, que no pasará con los demás, con las personas ajenas a la adopción o con sus mismos compañeros del cole, que no saben, que no entienden y que también se hacen preguntas y se responden a su manera.

"Mamá, Pepito me ha dicho que no sois mi familia"

Que la fuerza, y la paciencia, nos acompañe.