miércoles, 30 de enero de 2013

El maravilloso mundo del circo




El circo es un espectáculo que me fascina y horroriza al mismo tiempo. Reconozco que lo recordaba mucho más cutre de lo que me pareció esta última vez, cuando acudí con mis enanas a pasar la tarde del sábado. Iba llenita de prejuicios. Que si es horrible utilizar animales en los circos, que si esos trajes enseñando chichilla, que si esas cosas tan horteras que los vendedores ambulantes intentan colarte por una pasta, que si los payasos me dan más miedo que risa…

La realidad se impuso a lo imaginado y, contra todo pronóstico, pasamos una tarde fantástica, admirando el extraordinario esfuerzo físico y mental que realizan malabaristas, trapecistas, contorsionistas…contemplamos con terror cómo uno de los jóvenes y atrevidos muchachotes casi se cae a la pista tras hacer un ejercicio imposible, al saltar a una altura de 20 metros o más sobre su compañera. Ambos estaban de pie sobre una de esas cuerdas de funambulista. Sin red ni ná de ná, a pelo. El chaval logró agarrarse a la cuerda y volvió a subirse a ella en una pirueta que sólo pueden hacer los que se pasan el día haciendo abdominales y tienen unos 20 años. Mientras tanto, se me encogía el corazón y el estómago, me tapaba los ojos como si estuviera viendo una peli de miedo (con los dedos entreabiertos para ver sin ver) y Lucía me decía pasándome la mano por la espalda: “venga mamá, no te preocupes, que no va a pasarle nada”.

Lo mejor del circo es ver tantas historias de superación personal juntas, asistir al show del “más difícil todavía”, que te hace creer por un rato que es verdad eso del “nothing imposible”. Es el reto y el arte unidos, mezclados con un poquito de horterismo cierto, pero no por ello menos grande.

Lo peor es ver a perritos haciendo piruetas con elefantes. Por un lado alucinas con lo inteligentes que son estos bichos. Por otro lado piensas en lo que tienen que sufrir para llegar a hacer lo que hacen. Quiero pensar que sus entrenadores les quieren y tratan con cariño. Prefiero pensar bien.

Y por supuesto, ver las caras de flipadas de las peques es siempre una experiencia indescriptible. Su capacidad de asombro unida a su inocencia da pie a momentos “caídadebaba” totales.

martes, 29 de enero de 2013

Etiquetando que es gerundio


Hoy me han dicho que este blog es para mamás y me he dado cuenta que prácticamente todas las entradas que he escrito hasta hoy incluyen a mis hijas de una u otra forma. Glups. Me he quedado un poco con la cosa de ponerme a escribir inmediatamente de montones de temas interesantes distintos al tema maternal. Mmmmmmmmmmmm, a ver............pensemos..............vaya.........ahora no me viene nada a la cabeza ;-D. Y luego me he dicho: "realmente no escribes para nadie en particular, escribes porque te apetece y de una forma improvisada, para soltarte y poder escribir algún día esa obra fantástica que te convierta en una escritora de éxito alabada por la crítica (jajaja). Así que, ¿qué más da lo que opinen los demás?". Bueno pues, SÍ QUE ME DA. Porque me gusta que la gente lea estas chorradas mías y me diga qué le parecen, si le gustan, si no le gustan y en general que me escriba en los comentarios (¿a qué esperáis?). Aunque, al mismo tiempo, me ruboriza pensar que esto lo lee la gente y se dedique a juzgarme.

Que me enrollo. A lo que iba. Me ha venido a la mente un tema interesantísimo y muy relavante como es el tema de las etiquetas y los juicios que acarrean.

Todo el que tenga la "gran suerte" de trabajar en una oficina, o haber ido al cole, sabe de lo que hablo.  En ambos lugares es habitual que la gente ponga etiquetas a otra gente, la cual a su vez, etiqueta a la del principio, de forma que nadie se escapa de la rueda del encasillamiento. En realidad poner etiquetas a los demás es un divertimento agradable, que rellena conversaciones de café y comidas de menú a 11 euros (7,50 si te pides un sólo plato). También los niños se lo pasan pipa con eso de "gafotas, cuatro ojos, capitán de los piojos" mientras que el agraciado con tales dones se queda jodido para toda su infancia.

Realmente tiene poca gracia cuando uno se sabe etiquetado, porque casi nunca coincide con tu propia visión de ti mismo, o si coincide, destaca tus peores cualidades. Nunca va a sobresalir tu parte buena. Un suponer, tú eres una persona con tendencia a la introversión (en relación con esto os recomiendo investigar sobre el modelo de descripción de personalidad de MBTI, un tema de verdad muy interesante, haré un post sobre esto otro día), que habla poco y con pocas personas, pues es tipo de gente pasan más tiempo pensando que hablando. ¿Crees que alguien va a pararse a meditar si esa cualidad te capacita más para la creatividad y la innovación o para la resolución de problemas? Lo más seguro es que alguien diga en voz alta que eres un tímido o un soso, o peor aún, un borde, y ya te quedes con esas etiquetas "forever and ever". Y luego, si un buen día haces algo extraordinario, veáse, un proyecto realmente innovador, algo que se salga de los esquemas que te han predestinado, la gente te diga cosas como "todo un descubrimiento", "nos tenías engañados", "hay que ver lo que me has sorprendido".

Pasa también el caso contrario. Una persona con tendencia a la extroversión y que además tiene el don de hacer reir a la gente, será tildado por algunos como el graciosillo del grupo. Esto te marcará de por vida. Serás siempre el que tenga que organizar las fiestas de la ofi y las despedidas de los compañeros. Y ay de ti como un día estés de bajón o más cabreado que una mona. Ese día mejor no digas nada, porque cualquier cosa que digas será ninguneada o dará pie a una etiqueta mucho peor. "Este o esta, menudo carácter, si ya decía yo que tan simpático y divertido no podía ser".


¿Por qué se ponen las etiquetas? Si analizamos los motivos de la práctica del etiquetado, vemos un poco de envidia, otro de celos, un tanto de puro cotilleo y diversión, y venganza en muchas ocasiones. ¿Hay alguien libre de ponerlas? Creo que no. La diferencia está en que algunos nos dedicamos a pensar en ello y escribir post larguísimos sobre el tema, un poco con sentimiento de culpa, un poco como forma de reflexión.
Y por supuesto, tampoco estamos libres de que nos las pongan. Algunas las conocemos, porque de tanto convivir con ellas, nos las hemos creído. Otras nos dejarían boquiabiertos. Ambas tienen en común que se pegan como esas adhesivas de los chinos, que ni con alcohol salen oye.

En los coles separan a los niños de su clase y les mezclan con los de otras para, dicen, dejar atrás las etiquetas. A lo mejor podíamos hacer lo mismo en la ofi. Claro que esto es inviable en las empresas pequeñas, a no ser que seas Harry Potter y puedas emplear el encantamiento de borrar la memoria (cómo me gustaría). Lo que sí podemos hacer es intentar mirar con otros ojos a la gente que creemos conocer tan bien, intentando ver en ellos algo más que lo que vemos a simple vista. Lo mismo nos llevamos una sorpresa.


Y ahí lo dejo. Para que le des una vuelta.

viernes, 25 de enero de 2013

Juguetes


Imagen de Mark Nixon

Si eres un juguete con más de 5 años de antigüedad y no tienes la suerte de ser uno de los favoritos de tu niño, tienes los días contados. Si además tienes algún defecto, como un pelo engrifado o una pata rota, o se te han gastado las pilas, ¡cuidado! Tu final está próximo. Quizá sea hoy mismo. Cuando, además, nunca fuiste guapo, ni mono, ni suave, ni de un tamaño adecuado, no me explico cómo sigues aún en la casa que te acogió.

A no ser que seas tan ocurrente como yo, claro. Cuando veo que la mamá de mi dueña se levanta un sábado nerviosa y dice: “ahora mismo vamos a ponernos a tirar enredos de esta casa”, inmediatamente corro a esconderme en la parte más recóndita del armario o la caja donde en la que esté en ese momento.

Si tengo la mala suerte de que me han dejado tirado en el suelo, hago todo lo posible por ponerme delante de mi niña y mirarle con ojos de cordero degollado para que se niegue rotundamente a librarse de mí. Le hago llorar y gritar con la peor de sus rabietas, rogando a su mamá que no me tire, que me tiene mucho cariño, que nada será igual sin mí (vale, aquí me paso un poco).

La madre siempre se enfada y dice cosas como: “pero si hace años que no juegas con él”, o “nunca te ha gustado esa cosa tan fea”. Aún así, como es muy sentimental, por mucho que me consiga meter en la bolsa, acaba rescatándome en el último momento. Movida por un recuerdo infantil. Aquel día en que su propia madre tiró al contenedor, sin su conocimiento y sin preguntar, los tesoros que acumulaba en una pequeña caja de cartón. “Eso no era más que basura”, le dijo entonces. Lo que lloró la pobre.

martes, 22 de enero de 2013

Promesas


El otro día, a la hora de la cena, L.E. estaba disfrutando de un yogur de coco cuando dijo esto: "mamá, ¿me prometes que cuando te encuentres con un coco vas a coger una escalera y lo vas a coger para mí?". Glups. "esto...¡pues claro que sí cariño!". Conforme estás seis palabras iban saliendo de mi boca el arrepentimiento que fui sintiendo se hizo un poco más grande y acabo saliendo de mí en forma de bola marrón, áspera y peluda (anda, como uno coco, qué casualidad) .

Sin duda, fue una de esas mentirijillas que se dicen a los niños en plan "si no se va acordar", "total, es un niño y esto es como un juego". Ya, ¡y una leche!, por no decir otra cosa, que está feo escribir tacos en un blog. Cuando tienes 9 años de experiencia como madre y eres además madre repetidora, sabes de sobra que eso no pasa. Que nunca se olvidan de nada. Y que siempre te lo recuerdan en el momento menos oportuno.

Al hilo de todo esto, aquí dejo una lista de cosas que, falsa de mí, he prometido a mis hijas a sabiendas de que no iba a cumplirlas, no necesariamente en orden de irracionalidad. En realidad no siempre sabía que no iba a cumplirlas, a veces estaba convencida de que sí, qué inocencia la mía:

> Comprar un pintalabios rojo a mi hija cuando tenía tres años y ponérselo para ir al cole.
> Pedir a los Reyes para L.E. un iphone o ipad "para niños" (esto, en puridad, no lo prometí, sólo asentí con la cabeza).
> Asegurarle a L. que siempre íbamos a vivir juntas, incluso con su pareja e hijo/a(s) futuros (yo la quiero mucho, obviamente, pero también quiero mucho a mi independencia, con la que espero encontrarme de nuevo cuando sea (mos) mayor(es)).
> Subirme a una palmera a por un coco.
> Viajar a Colombia a ver a Mariana, una amiga de mi primogénita (no por falta de ganas).
> Viajar a China (esto fue algo que a L. se le metió en la cabeza con tres años, creo que porque quería ver osos panda).
> Querer siempre a mis ex (perdón, esto no tiene nada que ver con mis hijas, es sólo que el tema de las promesas incumplidas me lo ha traído a la mente).
> Pasar un día entero haciendo manualidades (qué le voy a hacer, se me dan muy mal).
> Imprimir sus fotos para ponerlas en un álbum.
> Dejarles mi ropa cuando crezcan (esto es absurdo porque mis hijas van a ser mucho más altas que yo y la ropa les quedaría un "poco" pequeña, sin mencionar las modas que se llevarán entonces).
> No volveremos a ir al super a la salida del cole o, de hacerlo, compraremos SÓLO dos o tres cosas, tal y como siempre les digo.

...

La lista podría alargarse mucho más pero hoy no estoy muy inspirada y no recuerdo ahora más cosas. Conforme me vayan viniendo a la mente, iré completándola.

lunes, 21 de enero de 2013

Tal día como hoy te conocí


Tal día como hoy, hace cuatro años, yo trabajaba en el desarrollo de la web del Ministerio de Igualdad (¿ministerio de qué?). Era enero, uno de los peores meses del año para mi ánimo, por aquello del frío y la falta de sol. Sin embargo, estaba feliz. Mucho. Porque era inminente la llamada. LA LLAMADA. Estábamos a punto de que nos asignarán un niño o niña etíope. Así que cada día me levantaba con una enorme ilusión, sin importarme nada el invierno, la cuesta de enero, las facturas, los malos rollos de la oficina y esas pequeñeces del día a día.

Me metí en una reunión sobre las 12:30. Con el móvil encendido y en silencio. Sobre las 13:00 horas sonó, es decir, vibró. Era Ramón. Cogí el teléfono y en bajito le dije: "¿es importante? Porque estoy reunida". No recuerdo sus palabras exactas. Sólo que salí de la reunión cuando él me dijo algo así como: "bueno, es que tenemos que ir a Mundiadopta hoy, porque nos ¡HAN ASIGNADOOOOOOOO!" Guau, de repente me entraron unas ganas irrefrenables de saltar, gritar, bailar... Todas las personas que había en la oficina me miraron asombradas. Suelo pasar inadvertida, no me gusta llamar la atención, así que muchos de mis compañeros de entonces quizá se dieron cuenta de mi presencia justo en ese momento.

Tuve que volver a la reunión, y lo conté de forma apresurada y nerviosa a quienes estaban allí conmigo, en medio de frases como “si hacemos este cambio vamos a tener que retrasar la entrega” o “esta tarea es mucho más complicada de lo que parece”. Mi mente, of course, ya no estaba en esa reunión. Estaba en Etiopía. Estaba en la nube, esa nube del viaje adoptivo que compartí con tantas otras familias adoptantes.

No pude quedarme más tiempo en la oficina. Pedí permiso y me fui rauda y veloz a casa. De allí fuimos al cole a por L. Y todos juntos nos presentamos en la ecai a eso de las 16:30. Qué nervios.

Carmen nos recibió en una salita. L se quedó con Elena jugando. Nos dijo que era una niña, que tenía un nombre precioso, y que contaba con sólo tres meses de edad. Nos dio la foto en la que aparecía durmiendo en posición fetal, con la cabeza un poco hacia arriba. Tan mona, tan pequeñita, tan frágil, tan achuchable. Empecé a llorar de la emoción, los nervios, la alegría, el miedo, no podía olvidar que la niña aún no era nuestra hija porque nos faltaba el juicio…

Hoy hace cuatro años de aquel mágico día. No me creo que ya haya pasado tanto tiempo, más que el tiempo eterno de la espera. L.E. ya lleva tanto con nosotros que a veces me da la sensación de que siempre ha estado ahí, incluso desde antes de nacer.

Te quiero mi niña. Te queremos mucho. No lo olvides nunca. Muachhhhhhh.

miércoles, 16 de enero de 2013

La primera vez...que mi peque invita a una amiga del cole a casa


El lunes fue muy especial. L.E. llevaba pidiendo mucho tiempo que alguna amiguita del cole viniera a casa o que la dejáramos ir a ella a casa de alguna amiga. Por fin este lunes G. vino a jugar con ella. L.E. estaba muy nerviosa por tan magno acontecimiento. Lleva toda su vida viendo cómo las amigas de su hermana pasan tarde y noches en casa (bastante a menudo) y cómo la invitan a dormir y jugar en casa de otras niñas. Y ya tocaba. Creemos que ya es lo suficientemente mayor para empezar a hacerlo. No conocemos mucho a los padres de los niños de su clase. Esto nos impedía decidirnos a invitar, nos daba un poco de corte que nos dijeran que no.

Por otro lado, después de alguna experiencia anterior con niños demasiado traviesos, nos daba palo que el invitado comenzara a comportarse como los niños que salen en Supernanny y saliésemos escaldados. Pero no. Ha sido un buena experiencia, quitando la parte provocada por el estado de excitación de L.E., que le llevó a llorar unas cuantas veces más de lo deseable.

Espero que su amiga lo pasara bien a pesar de las lloreras y que acepte que la volvamos a invitar. La ilusión de nuestra peque era tan enorme que mereció la pena aguantar los llantos y mini-rabietas vespertinas. Acabó agotada y durmió como un lirón. Esto también ayuda.

Con este día, sumado a los dos cumpleaños infantiles del trimestre pasado a los que asistió, queda inaugurada la vida social de L.E. Tengo que hacerme a la idea.

lunes, 14 de enero de 2013

Etiopía, Abay, Parla



Sábado 12 de enero. Sol y frío. Largo y pleno día en Parla. El Centro Cultural Teatro Jaime Salom se llenó de Abay. Muchos niños. Unos nacidos en Etiopía y otros en España. Color chocolate y color vainilla. Padres y madres de esos niños. Futuros padres y madres de otros niños que llegarán algún día y unirán sus risas y griterío a los demás. Encuentros y re-encuentros. Gente nueva por conocer. Merkato etíope. Preciosas y contundentes fotografías de Walmara. Talleres para los niños (yoga, mandalas, plastilina), cuentacuentos, charlas para los padres. Y el plato estrella del día. El musical infantil El Hombre Bombilla. Cómo se lo pasaron los enanos cantando la canción de Bob Esponja o la del Libro de la Selva.

La interesante charla sobre los proyectos Abay me puso la piel de gallina. Cuánto hemos avanzado desde 2008, año de creación de la asociación. Desde hace poco ya tenemos la utilidad pública, lo que es muy bueno porque a partir de ahora podremos presentarnos a muchas más convocatorias de financiación de proyectos. También es reciente la construcción del centro polifuncional con el aula canguro ya en marcha. Es realmente emocionante ver las fotos de los niños del aula (podéis verla en este post), riendo abiertamente, guapos y felices. De momento sólo 20. Más adelante serán 20 más. Poco a poco. Muchos pocos hace un mucho. Las telarañas pueden atar a un león como dice ese proverbio etíope. Me siento feliz y orgullosa. Sobre todo orgullosa de mis compañeros de Abay. Del inigualable Paco y de todos los demás. De los voluntarios que han estado allí, en Walmara (zona de Etiopía en la que trabajamos) como Paula que participa en el Programa de Apadrinamientos de Abay recién inaugurado, y que nos contó su labor de hormiguita este verano visitando a todas las familias candidatas a entrar en dicho programa. Cómo hizo las fichas de cada una y cómo se seleccionaron 48 de esas familias para recibir la ayuda. De momento hay 26 niños apadrinados. O más bien 26 familias, porque realmente estás ayudando a toda la familia. El seguimiento del programa se hace de forma individual y realmente el padrino/madrina está apadrinando a un niño o niña con nombre y apellidos. Esto permite una mayor vinculación entre las dos partes siempre y cuando se quiera. Para entrar en el programa se exigen una serie de requisitos a las familias candidatas, para garantizar que la ayuda realmente se destine al fin perseguido. Uno de ellos es que los niños de la familia estén escolarizados. Gracias al pozo que Abay construyó con el premio Natura junto al cole de Bacho Walmara, los niños ya no tienen que faltar a clase porque tienen que ir a por el agua. Se la llevan a casa al salir del colegio.

Mi aportación es tan pequeña que no puedo atribuirme ningún mérito, ni lo pretendo. Mis compañeros son grandes, tanto como personas como por su aportación en este proyecto. Les estoy muy agradecida por todo lo que hacen.

La gran Merce fue la causante de esta gratificante y divertida jornada Abay en Parla. Ella lo organizó todo con su habitual diligencia y buen humor. Y salió todo genial. Gracias también a que hubo un montón de gente que colaboró desinteresadamente en las actividades. Prfeiero no nombrar a nadie por si se me olvida alguna persona. Y el dinero recaudado irá destinado a la financiación de los proyectos en Walmara, como siempre.

Me gusta formar parte de esta aventura, poner un pequeño, o más bien minúsculo, grano de arena en todo esto. Por Etiopía, por los niños, porque este mundo sea un lugar un poco mejor.

martes, 8 de enero de 2013

Conversando con mis hijas


Mi danzarina está en esa edad en la que las personas decimos las cosas tal cual las sentimos, sin tapujos, y desde la inocencia más pura y divertida.

Que recuerde, en los últimos días nos han encadilando con unas cuantas de las suyas:

Mirando el típico cartel de prohibida la entrada a perros de una cafetería... "mira mamá, aquí dice que se prohíbe entrar caballos","no cariño, ahí dice que se prohíbe entrar perros", "bueno vale- responde ella- pero los caballos tampoco pueden pasar".


Ayer queriendo demostrar lo mucho que quiere a su hermana (y a sí misma): "soy la mejor del mundo pero a L también la quiero" mientras le da un achuchón a su hermana. Desde luego que se nos ha dado bien eso de fomentar su autoestima. Qué personaje.

L., como es tan rica y tan buena, le ha pedido a los Reyes que le hagan enfadarse menos y tener menos estrés y que todos los amigos y familia sean felices y tengan salud (todo eso antes de que nosotros escribiéramos nuestros deseos a los Reyes). ¿Menos estrés? Está claro de que nuestros hijos absorben todo lo que ven y escuchan en casa. Me tengo que revisar mi lenguaje y decir más veces palabras más optimistas, como alegría, relax y divertido. Esto no puede ser.

miércoles, 2 de enero de 2013

De estreno


Nuevo año, nuevas ilusiones, nuevos propósitos. La palabra nuevo suena bien. Nos encanta. A mí desde luego me chifla. Cuando estreno algo, ya sea una bufanda, un vestido o un sofá (cosa que por cierto, estamos estrenando estos días) estoy de buen rollo. Hasta cuando me pongo por primera vez unos zapatos del infierno me siento bien (es lo único que me hace seguir llevándolos puestos sin tirarlos a la basura).

Mola empezar un nuevo año y pensar en los deseos que vas a colgar del árbol de Navidad, esos deseos que esperas que los Reyes Magos, las hadas del bosque o quien quiera que ande por allá arriba, te conviertan en realidad. Nosotros cada año pedimos unos cuantos y después los guardamos en un bote de cristal en el salón. Es curioso comprobar, a toro pasado, como muchos son deseos recurrentes que dependen más de uno mismo que de magos o duendes: reir más a menudo, incluso de uno mismo... o mejor dicho... sobre todo de uno mismo; dedicar más tiempo a las cosas que nos gustan y menos a las obligaciones; enfadarse menos; tener más paciencia. No faltan los siempre tan socorridos como generales "tener salud" y "ser felices". A mí particularmente no me gusta desear ser feliz por tratarse de algo tan etéreo y subjetivo. El año pasado ya me descolgué pidiendo cosas un poco más materiales. Puestos a pedir deseos, y siendo consciente de que es un mal ejemplo para mis hijas, por pedir que no quede. Pedí un supersueldo, así sin más. Y este año creo que voy a pedir algo todavía más ambicioso. No lo digo porque si no, no se cumple.

Me despierto hoy día 2 de enero tras unos once días de estupendas vacaciones en mi tierra murciana. Y me doy cuenta de que ha pasado un año desde los deseos de 2012 y las cosas siguen más o menos igual. Mi sueldo es el mismo que el de hace 12 meses, me sigo enfadando bastante, me cuesta reirme de mí misma y la mayoría de mi tiempo libre está ocupado con actividades que no quiero hacer.

Me motivo diciéndome que es una grandísima suerte seguir teniendo trabajo y seguir conservando mi sueldo, que es lo mejor que me podía pasar. Me sirve para conseguir levantarme a las 7 (bueno 7:10), prepararme y llegar a la oficina dispuesta a currar como la que más. Sin embargo, no se me quita del cuerpo esa sensación de síndrome postvacacional de invierno. Qué mal me sientan enero y febrero. Estoy deseando estrenar marzo.