miércoles, 2 de enero de 2013

De estreno


Nuevo año, nuevas ilusiones, nuevos propósitos. La palabra nuevo suena bien. Nos encanta. A mí desde luego me chifla. Cuando estreno algo, ya sea una bufanda, un vestido o un sofá (cosa que por cierto, estamos estrenando estos días) estoy de buen rollo. Hasta cuando me pongo por primera vez unos zapatos del infierno me siento bien (es lo único que me hace seguir llevándolos puestos sin tirarlos a la basura).

Mola empezar un nuevo año y pensar en los deseos que vas a colgar del árbol de Navidad, esos deseos que esperas que los Reyes Magos, las hadas del bosque o quien quiera que ande por allá arriba, te conviertan en realidad. Nosotros cada año pedimos unos cuantos y después los guardamos en un bote de cristal en el salón. Es curioso comprobar, a toro pasado, como muchos son deseos recurrentes que dependen más de uno mismo que de magos o duendes: reir más a menudo, incluso de uno mismo... o mejor dicho... sobre todo de uno mismo; dedicar más tiempo a las cosas que nos gustan y menos a las obligaciones; enfadarse menos; tener más paciencia. No faltan los siempre tan socorridos como generales "tener salud" y "ser felices". A mí particularmente no me gusta desear ser feliz por tratarse de algo tan etéreo y subjetivo. El año pasado ya me descolgué pidiendo cosas un poco más materiales. Puestos a pedir deseos, y siendo consciente de que es un mal ejemplo para mis hijas, por pedir que no quede. Pedí un supersueldo, así sin más. Y este año creo que voy a pedir algo todavía más ambicioso. No lo digo porque si no, no se cumple.

Me despierto hoy día 2 de enero tras unos once días de estupendas vacaciones en mi tierra murciana. Y me doy cuenta de que ha pasado un año desde los deseos de 2012 y las cosas siguen más o menos igual. Mi sueldo es el mismo que el de hace 12 meses, me sigo enfadando bastante, me cuesta reirme de mí misma y la mayoría de mi tiempo libre está ocupado con actividades que no quiero hacer.

Me motivo diciéndome que es una grandísima suerte seguir teniendo trabajo y seguir conservando mi sueldo, que es lo mejor que me podía pasar. Me sirve para conseguir levantarme a las 7 (bueno 7:10), prepararme y llegar a la oficina dispuesta a currar como la que más. Sin embargo, no se me quita del cuerpo esa sensación de síndrome postvacacional de invierno. Qué mal me sientan enero y febrero. Estoy deseando estrenar marzo.

3 comentarios:

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