Si eres un juguete con
más de 5 años de antigüedad y no tienes la suerte de ser uno de los favoritos
de tu niño, tienes los días contados. Si además tienes algún defecto, como un
pelo engrifado o una pata rota, o se te han gastado las pilas, ¡cuidado! Tu final
está próximo. Quizá sea hoy mismo. Cuando, además, nunca fuiste guapo, ni mono,
ni suave, ni de un tamaño adecuado, no me explico cómo sigues aún en la casa
que te acogió.
A no ser que seas tan
ocurrente como yo, claro. Cuando veo que la mamá de mi dueña se levanta un sábado
nerviosa y dice: “ahora mismo vamos a ponernos a tirar enredos de esta casa”,
inmediatamente corro a esconderme en la parte más recóndita del armario o la
caja donde en la que esté en ese momento.
Si tengo la mala suerte
de que me han dejado tirado en el suelo, hago todo lo posible por ponerme
delante de mi niña y mirarle con ojos de cordero degollado para que se niegue
rotundamente a librarse de mí. Le hago llorar y gritar con la peor de sus
rabietas, rogando a su mamá que no me tire, que me tiene mucho cariño, que nada
será igual sin mí (vale, aquí me paso un poco).
La madre siempre se
enfada y dice cosas como: “pero si hace años que no juegas con él”, o “nunca te
ha gustado esa cosa tan fea”. Aún así, como es muy sentimental, por mucho que
me consiga meter en la bolsa, acaba rescatándome en el último momento. Movida
por un recuerdo infantil. Aquel día en que su propia madre tiró al contenedor, sin
su conocimiento y sin preguntar, los tesoros que acumulaba en una pequeña caja
de cartón. “Eso no era más que basura”, le dijo entonces. Lo que lloró la
pobre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me encanta que leas mi blog y si encima vas y me dejas un pequeño comentario me haces la mar de feliz ¡Mil gracias!