viernes, 25 de enero de 2013

Juguetes


Imagen de Mark Nixon

Si eres un juguete con más de 5 años de antigüedad y no tienes la suerte de ser uno de los favoritos de tu niño, tienes los días contados. Si además tienes algún defecto, como un pelo engrifado o una pata rota, o se te han gastado las pilas, ¡cuidado! Tu final está próximo. Quizá sea hoy mismo. Cuando, además, nunca fuiste guapo, ni mono, ni suave, ni de un tamaño adecuado, no me explico cómo sigues aún en la casa que te acogió.

A no ser que seas tan ocurrente como yo, claro. Cuando veo que la mamá de mi dueña se levanta un sábado nerviosa y dice: “ahora mismo vamos a ponernos a tirar enredos de esta casa”, inmediatamente corro a esconderme en la parte más recóndita del armario o la caja donde en la que esté en ese momento.

Si tengo la mala suerte de que me han dejado tirado en el suelo, hago todo lo posible por ponerme delante de mi niña y mirarle con ojos de cordero degollado para que se niegue rotundamente a librarse de mí. Le hago llorar y gritar con la peor de sus rabietas, rogando a su mamá que no me tire, que me tiene mucho cariño, que nada será igual sin mí (vale, aquí me paso un poco).

La madre siempre se enfada y dice cosas como: “pero si hace años que no juegas con él”, o “nunca te ha gustado esa cosa tan fea”. Aún así, como es muy sentimental, por mucho que me consiga meter en la bolsa, acaba rescatándome en el último momento. Movida por un recuerdo infantil. Aquel día en que su propia madre tiró al contenedor, sin su conocimiento y sin preguntar, los tesoros que acumulaba en una pequeña caja de cartón. “Eso no era más que basura”, le dijo entonces. Lo que lloró la pobre.

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