El circo es un
espectáculo que me fascina y horroriza al mismo tiempo. Reconozco que lo recordaba
mucho más cutre de lo que me pareció esta última vez, cuando acudí con mis
enanas a pasar la tarde del sábado. Iba llenita de prejuicios. Que si es
horrible utilizar animales en los circos, que si esos trajes enseñando
chichilla, que si esas cosas tan horteras que los vendedores ambulantes
intentan colarte por una pasta, que si los payasos me dan más miedo que risa…
La realidad se impuso a
lo imaginado y, contra todo pronóstico, pasamos una tarde fantástica, admirando
el extraordinario esfuerzo físico y mental que realizan malabaristas,
trapecistas, contorsionistas…contemplamos con terror cómo uno de los jóvenes y
atrevidos muchachotes casi se cae a la pista tras hacer un ejercicio imposible,
al saltar a una altura de 20
metros o más sobre su compañera. Ambos estaban de pie
sobre una de esas cuerdas de funambulista. Sin red ni ná de ná, a pelo. El
chaval logró agarrarse a la cuerda y volvió a subirse a ella en una pirueta que
sólo pueden hacer los que se pasan el día haciendo abdominales y tienen unos 20
años. Mientras tanto, se me encogía el corazón y el estómago, me tapaba los
ojos como si estuviera viendo una peli de miedo (con los dedos entreabiertos
para ver sin ver) y Lucía me decía pasándome la mano por la espalda: “venga
mamá, no te preocupes, que no va a pasarle nada”.
Lo mejor del circo es ver
tantas historias de superación personal juntas, asistir al show del “más
difícil todavía”, que te hace creer por un rato que es verdad eso del
“nothing imposible”. Es el reto y el arte unidos, mezclados con un poquito de
horterismo cierto, pero no por ello menos grande.
Lo peor es ver a perritos
haciendo piruetas con elefantes. Por un lado alucinas con lo inteligentes que
son estos bichos. Por otro lado piensas en lo que tienen que sufrir para llegar
a hacer lo que hacen. Quiero pensar que sus entrenadores les quieren y tratan
con cariño. Prefiero pensar bien.
Y por supuesto, ver las
caras de flipadas de las peques es siempre una experiencia indescriptible. Su
capacidad de asombro unida a su inocencia da pie a momentos “caídadebaba”
totales.
Gracias por la sonrisa ;-)
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