jueves, 30 de octubre de 2014

Hola Bego, soy tu endometriosis, ¿me recibes?

Querida Bego

Al final has tenido la razón. Soy yo y no otra la que te ha estado jodiendo la vida (con perdón) desde hace ya once años (¿once ya? cómo pasa el tiempo). 

Sí, lo sé, me odias, sobre todo por mi tendencia a ocultarme en lo más recóndito para no ser reconocida. En realidad no lo hago a propósito. Tú sabes que siempre estuve ahí. El problema es que esos médicos ignorantes y desconsiderados no supieron ni quisieron verme. Y lo peor, no te creyeron.

¿Cómo te atreves siquiera a sugerir a un doctor la posible causa de tus dolores? Sabes tan bien como yo que esas cosas no les gustan y que sólo por ello van a dejar de escucharte en esos cinco o diez minutos de consulta, donde ellos son los reyes y reinas y tú una pobre súbdita que tiene que rendirles pleitesía.

Tras todos estos años a tu lado, tras todos estos días y noches juntas, más de 4.000, me alegro de que por fin nos hayan presentado formalmente. Te he cogido cariño, esa es la verdad. Porque reconozco que soy mala sí, pero el roce ya sabes. Hay días que hasta me siento rara por ser tan puñetera con tu cuerpo.

Si lo piensas bien, estoy aquí gracias a que fuiste madre y eso, reconócelo, es algo que no cambiarías por nada del mundo. ¿Que es verdad que quizá se podía haber evitado si no te hubieran practicando una cesárea? pues sí mira, lo reconozco. Tu ginecólogo tuvo mucha prisa porque dieras a luz. No era el momento, aunque nadie te asegura que yo no te hubiera elegido como compañera de vida de haber tenido un parto natural. Soy misteriosa y escurridiza, no lo puedo evitar.

Como te decía, ayer me dio subidón cuando la doctora pronunció mi nombre y a ti casi te da un pasmo. Me dio cosilla verte ahí, tan sola, tan indefensa, en medio de aquella sala donde necesitabas tanto un abrazo. Y a la vez me dio gusto de que por fin me pusieras cara.

Sé que te cayeron como una losa todos esos duros momentos pasados. Tu deambular por los hospitales y consultas, tus ingresos, tus visitas a urgencias, las decenas de pruebas realizadas en mi busca sin encontrar ni rastro de la causa de tu enorme dolor. Electromiogramas (2) resonancias de la columna, caderas, cuello (10?), colonoscopias (4), TACs, gammagrafías (3), análisis de sangre de todo tipo, pruebas con contraste y sin... Los diagnósticos erróneos: fibromialgia (ese saco donde van a parar muchas veces todas las enfermedades que los médicos nos saben reconocer y que no son fibromialgia), sacroíleitis, trocanteritis, posible celiaquía, etc, etc. Las diferentes especialidades médicas que te han escudriñado: medicina interna, traumatólogos, urólogos, reumatólogos, neurocirujanos, de digestivo y, cómo no, varios ginecólogos que nunca hicieron un amago de buscar más allá de la simple eco de rutina. Todos los medicamentos consumidos: desde anti depresivos hasta opiáceos (sin resultados). Todas las visitas al fisio. Todos las partes de tu cuerpo que he ido poco a poco conquistando: el sacro, la cadera, la pierna, el ovario, el intestino, el glúteo...

Todas las lágrimas. Todas las noche sin dormir. Todas las quejas que callaste por no parecer enferma, por querer llevar una vida normal, sin días de baja, sin victimismos. Toda la desesperación.

Todo eso se precipitó de golpe sobre ti ayer, mientras la doctora dibujaba tu mal en un folio en blanco con su boli azul.

O pastillas o extirpar todo. Esas son las dos soluciones que te ofrecieron. Sí, soy una cabrona, no me ando con medias tintas. Además no te puedo prometer que esas píldoras tengan algún efecto sobre mí. A veces son como tomar agua. 

No quiero quitarte la ilusión, ¿eh? No creas, sólo te aviso para que luego no me digas que no lo hice.

Eso sí, no pienso largarme de aquí. Puede que deje de hacerte daño (habrá que verlo) pero jamás me ire de tu lado. Ni siquiera cuando te llegue la menopausia, pues las partes que ya he dañado seguirán estando ahí, a no ser que al final decidas cortar por lo sano.

Buena suerte

Atentamente

Tu endometriosis

martes, 21 de octubre de 2014

La pequeña se hace grande


En unas horas entraré a tu cuarto sigilosa y te despertaré con una canción de felicitación del You Tube, como viene siendo tradición.

Sé que sonreirás aún sin abrir los ojos. Porque sonríes siempre antes de nada. Lo primero que vi de ti al conocerte en Addis Abeba fue tu sonrisa eterna. Y se me quedó clavada para siempre, como tu forma de agarrarme del hombro o de darme palmaditas en la espalda. Lo hacías con cinco meses y lo sigues haciendo ahora con seis años.

Seis años ya amore. Seis. 

Si ya eres nerviosa de normal, cómo no ibas a estarlo hoy sabiendo que mañana es tu cumple. Lo que te gusta que te llame la gente para felicitarte. Los regalos de casa. Te hemos preparado algo para que practiques tu vocaciön de cocinera. Esperamos que te guste. Y lo que te encanta llevar al cole cositas, como los aspitos y batidos de chocolate que tenemos ya preparados. Las alergias no nos dejan llevar otra cosa.

Tendrás que esperar aún mucho para que sea tu gran celebración con tus amigos del cole. ¿Aguantarás? ¿Lo haré yo escuchando cada día tus preguntas sobre cuánto falta?

Mañana, al ser martes, no podremos estar juntas ni pasar un día fabuloso en familia. Hay que ir al cole como cada día. Incluso tienes tu primer examen. No pasa nada. Porque a la tarde vamos a hacer ese salami de nutella tan rico que te he prometido y vamos a cenar esas alitas de pollo que tanto de gustan. Sí, con patatas fritas.

"Qué llena de alegría está esta niña" nos dijo ayer una señora mayor que nos cruzamos en el ascensor. Pues sí, es tu mayor virtud. Tu alegría y tu capacidad de contagiarla a los que están cerca de ti.

Cumples seis años, "pero parece que tengo ocho o nueve" dices tú adelantándote a los comentarios que siempre suceden cuando la gente se entera de tu edad. Sí, eres grande en tamaño pero chiquita a la vez. Porque eres eso, una niña de seis años, con toda la inocencia y todas las ganas de jugar y de moverte que puede tener una niña de esta edad. Bueno, toda y alguna más. Porque inquieta y movida eres un rato. Tanto que a tu padre y a mí nos cuesta muchas veces entenderte. A veces no tenemos la paciencia que te mereces, y levantamos la voz para que nos hagas caso mientras tú parece que no nos oyes y sigues saltando, cantando, persiguiendo a tu hermana por el pasillo. Y si nosotros olvidamos a veces cómo eres y cómo motivarte mejor a hacer algo, que no le pasará a otros, como tu nueva profe de este año.

A veces quisiera poder ir contigo al cole, y estar ahí cuando te sientas sola, o disgustada o triste, si es que alguna vez te sientes así. Me gustaría ir a hablar con cada uno de los profesores, y los padres y madres, y los niños. Contarles cómo eres, para que, al conocerte, todos fueran capaces de quererte y ninguno se atreviera jamás a hacerte daño. Estas cosas las pensamos la mayoría de las madres alguna vez. Es absurdo, pues no es posible, sin embargo lo pensamos. 

No quiero que te vean como la niña más grande de primero de primaria, la negrita de primero de primaria, la niña a la que le cuesta leer de primero de primaria, la niña a la que le cuesta hablar inglés, la niña que fue adoptada en Etiopía, la niña que no para un momento, la niña un poco rara porque sus padres son blancos y su hermana también.

Quiero que te vean como la niña con un corazón gigante que es capaz de ponerse en el lugar del otro en cada momento y que quiere a las personas de verdad. Quiero que te vean como la niña simpática y sonriente que eres, la niña cariñosa, la niña sensible, la niña con ansias de aprender, la niña a la que le encanta bromear. La niña con piel y pelo preciosos a la que le sientan bien todos los colores. La niña que se muere de ganas porque la quieran sus amigos y que les quiere hasta el infinito y más allá. La niña curiosa y preguntona que empiezas a ser, preocupada por los enigmas más antiguos de la humanidad así como porque todo el mundo esté contento. La niña que colorea sus dibujos con las mezclas de tonos más alegres del mundo. 

Mi niña. Mi pequeña. Muchas felicidades princesa. Te quiero mucho y recuerda que te querría aunque fueras un dinosaurio.




viernes, 10 de octubre de 2014

También tengo miedo

Tengo miedo.


Mucho.

Sé que es mucho porque se cuela en mis noches y me martillea los sueños.

Miedo al imaginar el miedo de una mujer que lucha por su vida en un hospital mientras puede leer que algunos ya la han incinerado. Por pensarla ahí sola, sin recibir un abrazo, sin ni siquiera recibir una mirada de aliento de quienes la atienden, pues los ojos se esconden tras el protocolo. 

Miedo por creerla llorando la muerte de su amigo del alma. Miedo por su pareja, su familia, sus amigos. Miedo por todas esas personas en observación. Personas que llevan también sus miedos a cuestas. Personas que tienen a otras personas que las quieren y también sienten miedo.

El miedo en la ciudad ha sufrido un brusco incremento en los últimos días de un mil por ciento, aunque la cifra no se conoce con exactitud. El miedo en el país, en el continente, en el mundo occidental está a punto de desbordar todas las previsiones.

¿Qué decir del miedo en el corazón de la epidemia? El miedo de todas esas madres, el miedo de todos esos niños. Huérfanos. El miedo de los médicos, que lo esconden como si los enfermos fueran sus propios hijos.

Miedo por ver una sociedad cada vez más deshumanizada. Que vive asustada por el miedo al contagio, por el miedo a que el mundo se convierta en una suerte de ensayo sobre la ceguera.

Miedo de que África sea visto como un continente tan lejano como Marte y tan poco importante como un islote sin descubrir en medio del Pacífico. Miedo porque el miedo a los africanos que implica el racismo aumente exponencialmente. Otro motivo más para aumentar el odio al diferente.

Y también tengo, no voy a mentir, el miedo que tenemos todos. A que este virus maldito haya venido para quedarse a vivir por aquí mucho tiempo mientras destroza todo a su paso. 

Miedo a morir o que otros mueran.

Tengo miedo a que mis hijas perciban todos mis miedos. 

Tengo miedo cada vez que mis hijas me dicen que tienen miedo. 

Mejor dicho, no tengo miedo, tengo pánico.