domingo, 16 de marzo de 2014

Cosas que harían los viajes de trabajo más placenteros

Me llaman Bego Fogg en la oficina. Para los más jóvenes, busquen Williy Fogg en google.

Tanto ir de acá para allá sola, monda y lironda, me ha dado tiempo para observar atentamente y reflexionar. 

Para saber lo que me gusta y lo que no.

Y en mis fantasias, se me han ocurrido cosas para mejorar un poquito los viajes de curro. Pequeños cambios que no convertirán ni de lejos estos momentos en placenteros, aunque los arreglarían un poco.

Aquí va mi pequeña aportación al mercado de los viajes de negocios. Espero que alguien tome nota.

Idea número uno: tener una asistente para las reservas (ja, ja, ja). Bueno vale, pues entonces una herramienta one-click o algo similar donde no haga falta rellenar todos tus datos cada vez. Un poco de eficiencia por favor.

Idea number two: que mi marido me hiciera la maleta... o mis hijas... o mi madre. Total, a mi siempre se me olvida algo.

Tercera idea: que un chófer de la empresa me llevase al aeropuerto y no tener que arrastrar mi maleta a las 7 de la mañana por todo el barrio hasta la parada de taxi. Noto los pensamientos asesinos de mis vecinos en el cogote. Sí, puedo pedir al taxi que se acerque a mi casa pero es que siempre he querido tener chófer.

Cuarta: viajar en clase Business de esa en la que tienes sala VIP para esperar y te sirven champagne por la mañana y te dan masajitos. Lo mismo esto es una leyenda urbana. No tengo ni idea porque nunca he entrado en unos de esos lugares. Como diría mi madre: naciste para rica y se te torció el carro.

Quinta: que todos los pasajeros del vuelo, especialmente el que te toca al lado, hayan tenido la ocurrencia de ducharse esa mañana y usado diferentes lociones corporales para evitar los malos olores. Por favor, nada de perfumes mareantes.

Qué guapísimo que es Charlie Hunnam... Perdón por el inciso, mi family ve Pacific Ring mientras yo escribo esto...


Sexta: que la tripulación tome clases de dicción, sobre todo el piloto, que habla igual que el médico escribe, con una claridad pasmosa. 

Séptima: que ya en destino, las reuniones serias en la oficina se prohíban a partir de las cuatro. Organizándose en su defecto quedadas de afterwork saboreando líquidos refrescantes y/o disfrutando un poco de la ciudad que te acoge. Reuniones en un parque, en la montaña o en un bar de moda.

Octava: poder llegar al hotel prontito, para hacer ejercicio, visitar el spa, hablar por skype con tu familia y hacer el vago un poco. Que al día siguiente te espera un intenso día de reunionitis aguda. Y poder cenar algo ligero de menos de 1000 calorías a ser posible.

Novena: que otro chófer de la empresa que hable inglés, o español ya puestos, te lleve al aeropuerto a una hora prudente en la que no pilles cinco atascos diferentes o, si los pillas, al menos que te sepa explicar por qué y cuanto falta. 

Décima: que Apple invente, de una vez por todas, el smartphone sunphone, osease, que se recargue con el sol y punto pelota. Cuando no se me olvida el cargador, se me olvida cargarlo directamente.

Todas estas cosillas harían mis viajes mucho más llevaderos. 

Me temo que, como no soy política ni formo parte del grupo de directivos, me van a ir dando...las gracias ... y las cosas van a seguir como hasta hoy. Muy poco placenteras. 

Bon voyage!






martes, 4 de marzo de 2014

Lo que nos pasa a las mujeres al cumplir 40


Hace unos meses cumplí 40. Me dediqué a mí misma un post muy positivo sobre lo bien que me sentaba esa edad y bla, bla, bla, bla. Una forma como otra cualquiera que tenemos de protegernos ante lo que se nos viene encima. 

Ante la temida crisis de identidad y de unas cuantas cosas más que se supone nos invade al estrenar década, a unas les da por operarse el pecho o ponerse bótox, a otras por gastarse los dineros en algo muy caro tipo abrigo de visón o joyón de Tiffany's. A mí, que ni tengo ni dinero ni ganas de hacer tales cosas, me dio por escribirme un post. Algo muy barato y que me deja (casi) igual que si me hubiera pasado una tarde en un spa urbano, relajada y contenta.

Sin embargo tengo que decirte amiga que los cuarenta son eso. CUARENTA. Y que nos guste o no, queramos o no, nuestro cuerpo y mente empiezan a acusar la decadencia de los años. Por mucho que digamos eso de que cada "cual tiene la edad que siente que tiene" y que "la juventud está en el espíritu". Chorradas. La naturaleza es la naturaleza y todas la sufrimos, unas más que otras es verdad.

Lo siento, tenía que decirtelo, para que te vayas haciendo a la idea (la mayoría de lectores de este blog tiene treinta y pocos, lo intuyo).

Estas son las cosas que he experimentado hasta el momento, y me da que la lista no se va a quedar aquí:

Primero: empiezan a aparecer dolores en lugares que antes jamás te habían dolido. Y mira que eso es raro en mí, que me duele todo desde que di a luz a mi primera hija. Como soy un poco aprensiva, enseguida imagino enfermedades insospechadas por todo mi ser. Y si me da por buscar en Google me salen sarpullidos, me mareo y me entran taquicardias, pues parezco tener todo tipo de males y pienso que estoy a punto de palmarla.

Segundo: cansancio exagerado grado 9 sobre 10. Y no es al acabar el día. Es desde que comienza. Gracias al café sobrevivo en la jungla empresarial mientras sueño con mi cama. Cuando tus hijas crecen te crees que esa sensación de sueño perpetuo va a desaparecer. Craso error. Los años te quitan la energía casi tanto o más que los hijos. Si además sumamos niños y años el resultado es una ciclogénesis de esas que te cae encima cada día y te chupan la vida cual si fueras maestra de primero de infantil (para mí grandes heroínas, dicho sea de paso).

Tercero: las canas. Esos pelillos blancos que antes eran una anécdota y ahora...en breve no podré hacerme sólo mechas sino tinte y mechas. Si ahora me paso toda la mañana en la pelu, en unos meses me tendré que llevar el tupper. Y lo peor no es eso, lo peor es que las canas no sólo salen en la cabeza (también en ... las cejas... y hasta ahí puedo leer).

Cuarto: las arrugas, esos signos de la edad que las marcas de cosmética se empeñan en llamar líneas de expresión. Eso es como cuando el Gobierno dice que no nos han rescatado sino que nos han dado un préstamo en condiciones extremadamente favorables. Ni con la crema más cara del mundo consigue una quitárselas (a decir verdad no he probado nunca esa crema pero me da que tampoco funciona). Y como he dicho antes, ni tengo pasta ni ganas de gastarla en inyecciones o liftings.

Quinto: la memoria. He sido una niña de sobresalientes. Y mucho de ello se lo debo a mi fantástica memoria fotográfica. Esa que tuve alguna vez y que poco a poco se fue diluyendo en el tiempo y el espacio. Ahora soy de esas personas a las que antes no soportaba por decir eso de "soy malísima para los nombres". Olvido cosas como el pin del móvil o la tarjeta o el teléfono de mis padres. 

Sexto: el pelo. Ahora está de moda llevar el pelo pantojil incluso a edades como la mía. El pelo largo es precioso. Siempre y cuando esté bien cuidado y tenga cuerpo y brillo. En mi caso, por más productos que utilicé, no conseguí nunca tener un pelo pantene. Así que hace unos días corté por lo sano. Y que a gusto me he quedado.

Séptimo: la celutitis. In crescendo.

Octavo: los granos. Pero vamos a ver, ¿no se supone que los granos se van cuando pasas la dramática edad del pavo? Jamás tuve granos en las mejillas y mucho menos en el cuello por Dios. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Noveno: las ojeras. Sobran las explicaciones.

Décimo: se me ha olvidado. 

A pesar de todo, no tengo crisis ni nada parecido. Y creo que sigo estando de buen ver (me creo los piropos de mis hijas sí). Lo que me preocupa es llegar a los 50. Si ahora mi cuerpo sufre todos estos estragos, ¿qué va a ser de él y de mi en 10 años? 

My God. No quiero pensarlo. Voy a ver si me tomo una copita de vino, que es bueno para el corazón y el cutis. Eso espero.