domingo, 10 de septiembre de 2017

Sobre el rechazo que sienten los adoptados


Ayer vi la película Steve Jobs, la segunda, la protagonizada por Michael Fassbender. En un momento de la película, John Sculley, interpretado por Jeff Daniels, le dice a Jobs:

Why do people who were adopted feel like they were rejected instead of selected?

"¿Por qué la gente que fue adoptada siente que fue rechazada en lugar de elegida?"

Steve Jobs responde que él no se siente rechazado sino que sentía que no había tenido ningún control sobre lo que pasaba, sobre los momentos cruciales de su vida, el hecho de que lo dieran en adopción, lo rechazaran, y lo volvieran a dar en adopción una segunda vez. Por eso ahora quería tener el control.

La pregunta se las trae, sobre todo si tenemos en cuenta que alude a un perverso sistema de adopción en el que los padres adoptivos eligen a los niños por catálogo. No soy una experta en adopciones en el país americano, aunque sé que también sucede al contrario, los padres biológicos del niño, eligen a los padres adoptivos, lo cual tiene mucho más sentido, aunque no deja de tener su lado cruel. ¿Elegir a los padres de tu hijo? ¿Por sus ingresos, color de piel, de pelo, de ojos, por su carácter simpático? ¿Qué mueve a una persona a considerar a otra buena madre o buen padre para confiarle a su hijo para siempre? Y si volvemos a la primera parte, ¿cómo puede alguien sentirse bien eligiendo a un niño en un catálogo? "Mamá, por qué me elegiste a mí?", "por tu carita de bueno". Es muy triste, diría que hasta trágico.

Quiero entender que la pregunta va más allá de su significado literal, y que se refiere al hecho de que si el adoptado fijara más su atención en la parte positiva de haber sido adoptado, las cosas podrían ser diferentes.

Pero, ¿cuál es la parte positiva? Muchos son incapaces de verla y, de caso de serlo, o de escucharlo en boca de otros ("has tenido mucha suerte, tienes que estar agradecido a tus padres que te han salvado, etc"), sienten incluso más rechazo y más dolor. Personalmente jamás le diría a mi hija nada de eso, ni me gustaría que nadie de su entorno se lo dijera. A pesar de saber que sus posibilidades de supervivencia en su país eran mucho menores allí y de que muy probablemente hubiera vivido en condiciones mucho peores. Eso es cierto, sin embargo, no quiero poner el foco ahí en ningún momento.

Cuando no vives la adopción en primera persona es difícil darse cuenta de la complejidad que encierra. Las cosas no son blancas o negras, están llenas de matices, y los matices son importantes. Y cualquier cosa que puede parecer una pequeñez, algo trivial a ojos de alguien ajeno a la adopción, está cargada de significado para alguien de dentro.

La parte positiva, el hecho de haber sido elegido por el azar y por la vida para ser adoptado y poder vivir con una familia estable, una familia que te va a asegurar una vida cómoda, un futuro, y, lo más importante, que te va a dar el cariño y el amor que todo niño necesita, no es siempre tan positivo. Ellos no lo ven así porque en realidad están llenos de dolor por la parte previa de sus vidas, esa en la que estuvieron cerca de, al menos, su madre biológica, aunque fueran meses o días.

Steve Jobs dice en la tele que todo se debe a que él no tenía el control, que no pudo elegir. El adoptado es el único de esta ecuación que nunca elige. Yo elegí adoptar, e ir a hacerlo en Etiopía. Ahí terminaron mis elecciones. Su familia biológica decidión darla en adopción. Ahí terminó su capacidad de escoger. Pero sea cuales fueran nuestras posibilidades de elegir, ella, la niña, no tuvo ninguna opción, como no puede elegir jamás un niño, sea o no adoptado.

Y en eso creo que radica la frustración y la rabia contenida, el dolor, el llanto, la desesperación que sienten los adoptados, en que todo sucedió orquestado por otros, sin que ellos pudieran opinar o actuar en contra, y que ahora no hay vuelta atrás.








martes, 27 de junio de 2017

¿Y qué pasaría si te preguntaran estas cosas sobre tus hijos (biológicos)?


Estábamos a principios de curso, así que era muy normal pedir una tutoría con la nueva profesora para conocernos y hablar un poco de la niña. "Bueeeenooo, cuéntame, ya tenía yo ganas de conocerte, porque claro, no sabia, ella es (...), ya sabes, y tú ya veo que eres blanca, entonces, ¿algo que contarme?" me miraba con cara de vecina Indiscreta, entre intrigada y divertida. Pobrecita, qué decepción se llevó cuando le dije que mi hija era fruto de la adopción y no de la pasión interracial. 

¿Imaginas si eso mismo lo hace con el resto de madres y padres de la clase? "Qué tal? Ya tenia yo ganas de que me contaras si te pusiste encima o debajo cuando concebisteis a Rodolfito“. 

Pues de ese calibre son las preguntas y los comentarios que nos hace la gente. Ahora me gustaría que intentaras imaginar qué pasaría si todo esto le pasara a una familia 'convencional'. Padre y madre que conciben y traen al mundo a un churumbel con sus genes y sus cosas. 

Elucubremos que paseas por la playa, con tu hijo precioso de dos años nacido de tu cuerpo serrano, por inseminación "laquesea", y al pasar delante de un señor desconocido, este te mira y te pregunta "¿de dónde es el padre?", así sin anestesia. "¿Es también blanco o es de otro color?".

O pongamos por caso que estáis todos, padre, madre e hijos, tomando algo en una terraza. Los de la mesa de al lado os miran y cuchichean. Al cabo de un cuarto de hora se acerca ella."Perdonad que os moleste, es que estamos intentando tener hijos y nos gustaría saber si os ha costado mucho dinero traerlos a este mundo". Imagina ahora que tu hijo tiene siete años. Y lo escucha. 

Estás en la cola del super, con tu preciosa niña rubia y de ojos claros que ha heredado de la abuela Marga.  Has elegido la cola lenta (porque aún nadie te ha explicado la teoría de colas como a mí). Detrás de ti, una señora entrada en años no te quita ojo. “¿Es tuya el niña?  es que no se parece a ti nada de nada".

What the heck? 

Haz como que estás en el médico. Figúrate que ya estás dentro de la consulta tras la larga espera de un día en el que, excepcionalmente, el doctor va con retraso. “¿Podría usted contarme la historia de su familia? Empezando por los abuelos incluso. No se preocupe, tengo tiempo". ¡Pero si yo he venido a por recetas!

Y ya para rematar la faena, llega el compañero de la oficina en la hora del café y te suelta a bocajarro: "y tú, ¿realmente quieres a tu hijo? ¿No te arrepientes nunca de haberlo tenido?, pásame la mantequilla".

Mi mamá me enseñó que lo que no te gusta que te hagan a ti...no lo hagas a los demás.


martes, 9 de mayo de 2017

Sí, mi hija es negra

Era primero de mayo, día del trabajo en el que nadie trabaja. Aun así la peluquera nos dió cita porque ella dice que trabaja siempre, da igual la fiesta que sea.
Ella se levantó de un salto a pesar de que le encanta dormir y eran las 8 de la mañana de un festivo. Por fin la llevaba a hacerle las trenzas que tanto quería. Tantas veces soñando  con poder mover su pelo afro, que tiene esa manía de quedarse siempre hacia arriba. Qué ilusión tenía.
Cogimos el metro. Apenas había gente en el vagón. Nos miraron más tiempo del que se puede considerar normal. Yo sabía que estaban pensando. Una niña negra y una madre blanca. ¿El padre será negro o será adoptada? ¿De qué país? Tras tantos años escuchando esas preguntas en los ojos de la gente, incluso de sus labios, ya una se lo sabe. Es una cara entre la curiosidad y la extrañeza. Algunos mueven la boca un poco, con una media sonrisa arrepentida. Luego hacen como que nos les importa, porque en el fondo ellos son gente buena y nada racista, a la que el color de la piel le da igual.
Ya no nos dicen cosas tan a menudo. La niña tiene 8 años y aparenta 11. Ya se ha acabado el tiempo en el que le decían monerías como a los niños pequeños. Qué mona, qué rica o qué guapa. Ya no lo dicen tanto y casi es mejor.
El camino es largo hasta llegar a Lavapiés. La peluquera es africana, de Senegal, y su compañera también. Esperaba un interrogatorio sobre su procedencia pero no sucede. Menos mal. Ellas piensan, seguro, muchas cosas, pero ni dicen ni mú. Y yo respiro aliviada.
De pronto llega un señor, también negro. Y se pone a hablar en francés con la peluquera. Y mi hija le dice algo y entonces le dicen que el señor ha dicho que ella es muy guapa y que se quiere casar con ella. A pesar del tono de broma, no puedo evitar tragar saliva y pensar en que esa conversación podía estar pasando de verdad si esto no fuera España y mi hija no hubiera llegado a mi vida.
Prefiero obviarlo. El señor se va y viene otro, también hablando francés, y de repente se pone a hablarme a mi, a contarme como una española quiere contratarle 10 horas al día, no se muy bien para qué, pagándole 300 euros al mes. Gano más con el subsidio, me dice. Pues sí, pienso, pero no digo nada. Me siento que soy yo esa española explotadora y que en cualquier momento me van a echar de allí.
Llega entonces otra mujer negra, dominicana. Habla mucho, muy alto. Se queja de que en España le dicen que se vaya a su país y de otras actitudes racistas. Mi hija creo que no está escuchando esto. O sí, y prefiere callar como yo.
Me siento como dentro de una fiesta a la que no me han invitado. Casi les pido perdón por estar ahí, usurpando su mundo. Nadie me pregunta nada, y yo en el fondo pienso que piensan como la chica del metro. ¿Será negro el marido?
Cuando ya casi las trenzas están acabadas, la dominicana me mira y me dice: "es igual a ti, tu blanca y ella negra, pero iguales". Entonces entiendo que todo el tiempo ni se han planteado que yo adoptara a mi hija y siento una especie de alivio y de culpa. No me van a juzgar por haber ido a África a adoptar una niña, porque no lo saben ni yo se lo voy a decir. ¿Para qué? Eso me llevaría a tener que responder una retahíla de preguntas que no quiero ni me apetecen en ese momento ni lugar.
Así que le digo que sí, que es clavadita a mi.
La niña queda guapísima y feliz. Yo también. Pago y nos vamos.
De nuevo las miradas en la calle y en el metro.
¿De dónde es el padre? De España, contesto y él no se lo cree, y se ríe con su enorme boca llena de dientes blancos que resaltan en su tez oscura. Su piel color carne, como la mía.

domingo, 2 de abril de 2017

Y si todo fuera azar


¿Dónde se guardan los papeles en los que  está escrito el destino? Si es verdad que lo está, no se me ocurre cómo debe ser la biblioteca que los guarde. El destino de miles de millones de humanos, uno por uno, a lo largo de los siglos. Y el de los animales, las plantas, la Tierra. No se me ocurre.

Las cosas suceden por una razón... que no tenemos. Buscamos los motivos detrás de todo, pensamos en que hubiera sido de nosotros si... Nos consolamos creyendo que somos parte de un plan de una instancia superior, llámese Dios o el Universo. Que estamos aquí por algo y para algo. Nos pasamos la vida buscando el sentido, los porqués, las fuerzas que nos llevan y nos traen.

¿Y si todo fuera puro azar? Lo pienso y la piel se me eriza de miedo. Lo pienso mucho. ¿Y si no hubiera razones, ni lógica, ni destino, ni “lo que tenga que ser tuyo será"?

Y si todo fuera un conjunto de casualidades cósmicas.

Si todo fuera simple y espeluznante azar.

sábado, 25 de marzo de 2017

Tienes derecho a equivocarte



Olvídate de que esté mal visto o de que casi nadie se atreva a decirlo en voz alta.
Tienes derecho a equivocarte, meter la pata, a cometer errores. No pasa nada por hacerlo, ni por decirlo.

Puedes tranquilamente pronunciar la palabra ERROR. ¿Pasa algo si lo haces? NO. Si la gente, ese grupo de personas siempre dispuesto a meterse con nosotros, y que en realidad somos nosotros mismos, piensa de ti que eres débil o que eres menos importante, ¿qué más da?

Tienes todo el derecho del mundo a hacer las cosas mal, incluso mediocres. La perfección es una patraña inventada para que nos sintamos siempre insatisfechos. Así consumimos más chocolate, más vino, más ropa, más trastos. Gastamos nuestro  tiempo y dinero en tener más, cuando realmente vamos teniendo menos.

Hacerlo mal está bien. Sentirte mal por hacerlo mal también. Aprender de los errores es bueno. No aprender y volver a caer en lo mismo, es normal.
Desde que existe esta explosión de pensamientos positivos y filosofías de la felicidad, y nuestras vidas simulan ser divinas, parece que nadie está dispuesto a reconocer sus fallos. No vaya a ser que dejen de seguirme o me critiquen, o  lo que peor aún, me ignoren.

No sé si el tiempo te hace más sabio. Quizá no. Lo que sí creo que me está pasando a mí, es que voy teniendo cada vez las ideas más claras. Y tonterías, las justas.

Metamos la pata sin miedo, tropecemos, cometamos errores, ¡con alegría! Todo menos quedarnos paralizados y sin mover un dedo para cambiar las cosas que no nos gustan o para hacer y decir las que sí.

lunes, 20 de marzo de 2017

Del sinsentido de exhibirnos en las redes sociales

No sé si será la edad o qué. El caso es que llevo días, semanas, meses, en los que cada vez me importan menos ciertas cosas que antes me importaban bastante más.

Como el tema de las redes sociales por ejemplo. Antes ocurría de forma esporádica, ahora me pasa a menudo que me pongo a escribir un post en Facebook o empiezo a subir una foto a Instagram y lo dejo a medias, o lo borro directamente.

Y es que me pregunto ¿para qué voy a decir esto? ¿A quién le interesa? ¿Cuál es el sentido que hay detrás de todo esto?
¿Soy consciente de que estoy regalando a grandes empresas información muy valiosa sobre mí para que puedan venderme más cosas?

Y es que si lo pensamos con detalle, exhibir nuestra vida en las redes es bastante absurdo, a mi modo de ver. Incluso cuando nos limitamos a compartir artículos que nos llaman la atención o a comentar noticias o vídeos virales.

Que si una foto cuando tenemos buena cara, otra cuando la tenemos lavada, otra sobre el lugar donde estamos pasando las vacaciones, o el puente, o el domingo por la mañana. Que si un comentario sobre no sé qué recuerdo de Facebook, que si felicitaciones de cumpleaños a todo quisqui, aunque haga 15 años o 20 que no le has preguntado qué tal. Ahora quiero contarle al mundo que estoy super contenta por el motivo equis y mañana que estoy fatal por el motivo y griega. Mientras tanto gente que no conocemos, o que no recordamos conocer (aparte de varios algoritmos despiadados) nos miran, piensan un segundo en nosotros, nos dan un Like (casi siempre los mismos) o no, comparten nuestra información en sus muros sin pudor, comentan en público o en privado, mientras no les oímos cosas del tipo: vaya, qué gorda o qué delgada o qué rubia, o qué mayor o qué joven, o qué cuqui, o qué plasta o qué sé yo.

Hay mucho de egolatría y postureo la verdad y ya me cansa. Me aburro de ver el de otros y me aburre ver el mío propio. Llevo un tiempo dándole vueltas y hace poco, cuando fui al teatro a ver por fin a mi admirada Sara Baras, me di cuenta de lo vergonzoso del tema. Antes de que comenzara la función, tres parejas que tenía delante, hicieron fotos del teatro y las subieron a Instagram. Yo iba hacer lo mismo y de pronto pensé, ¿para qué? ¿Para presumir? ¿Para que 10 ó 20 personas me digan que les gusta? ¿Por qué tenemos esa necesidad de documentar cada movimiento que hacemos? ¿No es mejor que esto quede solo para mi y mi pareja? Lo peor fue la gente haciendo fotos con flash en mitad del espectáculo para continuar con el momento "mira como mola lo que hago".

Mentiría si dijera que yo no soy así, reconozco que he pasado por una etapa de no poder dar un paso sin pensar si lo que iba a hacer tenía sentido colgarlo por ahí. Y no, no voy a cerrar todos mis perfiles en un ataque de conciencia extrema. No creo que lo haga. Al menos no a corto plazo.

Lo que sí quiero hacer, una vez tomada conciencia de la verdadera naturaleza de las redes y del sinsentido de la exposición  constante, es racionalizar mucho su uso, limitarlo a actividades no tan personales y más relacionadas con la escritura o con los temas universales que me preocupan, y  reducirlo a la mínima expresión.

Y dedicar ese tiempo a cosas mucho más enriquecedoras como tener una charla en persona con alguien, escribir, pasear, leer, hacer deporte, cocinar o salir a tomar el sol de la primavera que hoy se estrena. En definitiva, vivir la vida.

domingo, 12 de febrero de 2017

Chica, 13 años y pasa los sábados en la Universidad haciendo Mates


Mi hija mayor cursa 2° de la ESO. Hasta hace dos años las matemáticas eran una asignatura más para ella. Sacaba buenas notas como buena estudiante que es,  y ahí quedaba la cosa. No era su asignatura favorita ni mucho menos.
Cuando empezó la secundaria le tocó en suerte un buen profesor de matemáticas, uno que motiva a los niños y les hace amar una asignatura que en principio suena a algo muy difícil y un poco rollo. Él dice amar esta materia y como tal imagino que contagia a sus alumnos. Al menos lo ha hecho con mi hija y con muchos de sus compañeros, para quienes sacar menos de un 7 es un dramón de proporciones catastróficas.
Nunca he ido a una de sus clases aunque​ me gustaría. Para mí es algo mágico que un profesor logre inculcar en sus estudiantes la motivación y las ganas de aprender, cada día más, con nuevos retos.
Tanto le entusiasmaron las mates a L. que el curso pasado se presentó a un examen para lograr ser admitida en el programa Estalmat.
Hace casi veinte años que se creó esta iniciativa por parte de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.  Estalmat significa Estímulo del Talento Matemático y su objetivo es "detectar, orientar y estimular el talento matemático excepcional para estudiantes de 12 y 13 años  sin desarraigarlos de su entorno".
Cada sábado mi hija tiene la suerte de participar en el programa de Madrid. Madruga y se va a la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense, a hacer problemas de mates con otros 24 niños de su promoción y con los profes que forman parte de este interesante programa, donde los adolescentes aprenden álgebra, geometría y cálculo, entre otras cosas, de una forma divertida. Tres horas cada sábado, que son para mi hija de las mejores de toda la semana. El programa se inició en Madrid y ahora se imparte en muchas otras comunidades como Cataluña, Castilla León, Castilla La Mancha, Canarias, Andalucía y Galicia.
La intención última de todo esto es aumentar el número de vocaciones por las matemáticas y, en general, por las carreras científicas, con el fin de aumentar el nivel de nuestro panorama científico en España.
Supongo que no es suficiente, que debería haber más proyectos de este tipo y que su extensión debería alargarse más allá de los dos años. Además, sería fabuloso que todo ello se complementará con programas para incentivar y promover la ciencia entre las niñas, porque es evidente que algo no funciona y que algo debe hacerse. Todo puede mejorar, siempre. Sin embargo, eso no le quita mérito al asunto y a todas las personas que lo hacen posible.
Sentimos que tenemos una enorme suerte de que nuestra hija forme parte de Estalmat y estamos muy agradecidos por ello. No sé ella llegará a enfocar su vida hacia la ciencia o hacia algo completamente distinto. Lo que creo es que si decidiera lo segundo, no sería por sentir que no puede por ser chica o no vale por no ser chico. Pues ella no siente para nada que por ser chica vaya a hacerlo peor que un chico o que el haber nacido mujer le impida estudiar cualquier  carrera. Y eso es mérito de sus profes del instituto y de Estalmat.
Porque eso está pasando amigos, a día de hoy. Eso de que una niña no tiene que pensar en ciertas cosas de chicos, como ser astronauta o investigadora en el CSIC. Viene de muy lejos, de las creencias y valores inculcados en la sociedad y en las casas de cada uno a través de los siglos y que hoy, en la era de la robótica, la inteligencia artificial y los coches que van a volar, persiste.
Ayer fue el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y se publicaron montones de artículos sobre el tema, con cifras espeluznantes sobre el escaso papel que la mujer representa en la historia y en el presente de la ciencia.
Por ejemplo, en España sólo un 7 % de las niñas de 15 años se plantean estudiar una carrera técnica. Y eso no es porque el cerebro femenino esté peor dotado para la ciencia o que a las mujeres nos guste más ser enfermeras o periodistas.
La triste realidad es que desde que son niños les vamos llevando por ese camino. Mi suegra cuenta una anécdota de cuando era cría y su madre, sorprendida porque todas las notas del colegio eran muy altas excepto las matemáticas, fue a hablar con la profesora. Y esta le dijo: "no se preocupe, si para lo que va a necesitar ella las matemáticas siendo mujer". Acabo estudiando Químicas y ha sido profesora de Ingeniería Industrial hasta que se jubiló.
Es penoso que Maryam Miizakhani haya sido la primera mujer en recibir la medalla Fields, algo así como el Nobel de Matemáticas, en 2017. Y que nombres que aparecen con frecuencia en los doodle de Google ni nos suenen.
Pasa también en el arte, en la política, quizá algo menos en la literatura, y en prácticamente todas las áreas de la vida, sobre todo si hablamos de puestos de responsabilidad o de salir en los libros de texto.
Queda mucho por hacer. Confío en que poco a poco las cosas van a mejorar y que en breve habrá tantos hombres como mujeres en todos los ámbitos de la vida, dedicándose a lo que realmente les gusta y para lo que especialmente dotados, independientemente de su sexo, color, procedencia o ceros en la cuenta corriente de sus padres.