Leo con regocijo que mi admirado Eloy Tizón va a sacar nuevo libro después de siete años sin publicar. Y no puedo evitar sentir de nuevo esa vergüenza plena que te pone la cara al rojo vivo y que te incita a desear evaporarte como en los dibujos animados. Eso más o menos fue lo que experimenté yo nada más conocerle hace unos 5 ó 6 años.
Resulta que allá por 2005 ó 2006 me metí a hacer un curso de escritura online con Fuentetaja. Allí fue dónde conocí a Eloy Tizón porque en alguno de los documentos del curso hablaban de él. Me entró la curiosidad por saber más y empecé a investigarle un poco. Hasta compré alguno de sus libros, La velocidad de los jardines es uno de ellos, y disfruté mucho con esa manera de relatar tan diferente y poética, extraña e inquietante. De él se han dicho cosas como que, en su día, era uno de los mejores 10 narradores españoles menores de 40 años (ahora está cerca de los 50). Los críticos le han elogiado ampliamente y con motivos según mi parecer.
Así que, en cuanto me enteré de que iba a ser profesor en una nueva escuela de escritura que se abría, Hotel Kafka, me dije que ahí quería estar yo. Y me apunté al curso de relato corto.
Primera clase, martes sobre las 19:30 de un día frío de marzo o febrero, no lo recuerdo bien. Una salita pequeña, una mesa alargada en la que nos sentábamos enfrentados unos a otros. Yo al lado del profe, en mi papel de empollonísima. No pude hacer otra cosa porque llegué la primera, ávida de saber, conocer, aprender, escribir. Y cuando llegaron por fin todos los alumnos empezó ese momento insufrible de las presentaciones en voz alta. ¿Cómo te llamas? ¿A qué te dedicas? ¿Qué haces aquí? ¿Qué te gusta escribir/leer? A mí me entran siempre sudores fríos ante estos momentos. Repaso en mi cabeza todo el discurso de forma atropellada intentando decir algo coherente e inteligente, sin prestar atención alguna a lo que dicen los demás. ¿Harán ellos lo mismo?
Llegó mi turno y entonces lo dije. Una de las estupideces más grandes que he dicho jamás que me hicieron quedar como una auténtica niñata tonta, sin dos dedos de frente y sin derecho a estar allí, en un curso donde iba gente adulta que quería aprender a escribir mejor y que supuestamente sabía algo de la vida y tenía una mínima cultura.
"A mí me encanta la poesía". Hasta ahí todo bien, no hacía falta seguir diciendo mucho más. Pero todos se me quedaron mirando, esperando a que continuara hablando. Y me dió por seguir. "Me gusta la poesía sin embargo apenas leo poesía porque no la encuentro por ninguna parte. Voy a las librerías y apenas veo libros de poemas y claro, como no puedo comprar libros de poemas, apenas leo poesía. Y eso que me gusta muchísimo". Sólo me faltó añadir "o sea, ¿sabes?" para ser la viva imagen de Tamara Falcó.
Sé que esa frase condicionó todo mi paso por el curso de relatos. Eloy, al que yo me imaginaba colocándome en su cajón de personas olvidables, me prestaba la mínima atención debida por el respeto que merece cualquier alumno, por corto que éste sea. Sin extenderse demasiado en sus puntualizaciones a mis escritos, que no quiero volver a leer por aquello de la vergüenza ajena, hacía comentarios correctos a la par que escuetos a mis lecturas en voz alta. Mis compañeros, algunos de ellos brillantes, tampoco añadían mucho más feedback. En mis truculentos pensamientos abochornados retumbaba mi frase de gloria en sus cabezas. Y lo más probable es que ni siquiera escucharan mi voz, preocupados por darle el último retoque a sus propias obras.
A pesar de todo, fue una buena experiencia para mí hacer el curso. De verdad lo digo. Sentía algo parecido a lo que deben sentir las alocadas adolescentes que hacen colas de días para ver en primera fila a sus ídolos. No por Eloy únicamente, sino por el hecho de estar asistiendo a unas clases que podían impulsarme a escribir. No lo hicieron, al contrario, me cortaron un poco las alas. Sin embargo, quedaron en mí sabores dulces de aquellos días, enseñanzas positivas que me hicieron crecer un poquito.
Tras todos estos años, ya reconciliada con la parte de mi sesera empeñada en decir cosas que ni pienso ni quiero decir, creo que podría volver a otro de estos cursos sin miedo al colapso (pero aviso a los comerciales que no tengo cash, no me llaméis, que ya lo haré yo).
Desde entonces he descubierto poesía en muchos rincones y la que me queda. Y he aprendido a hablar y decir sin miedo al que dirán de mí. Que es una de las emociones más limitantes y cortarollos que podamos sentir.
Muy buen post! ay como me siento identificada con ese momento en el que piensas en decir algo inteligente y a poder ser con gracia y te sale un churro tartamudeado de lo más patético. Pues me alegro que te hayas quitado ese peso de encima y hayas logrado hablar sin preocuparte por lo que pensarán los demás, por aquí "estamos trabajando en ello" (con acento de Texas) Un besote!
ResponderEliminarMuchas gracias! Yo también ando trabajando en ello, jeje, lo que pasa es que los años me van haciendo aprender, a veces a golpes, jejeje. Un beso
EliminarMe pasó exactamente lo mismo en una clase de política económica. Dije una tontería como una casa y la clase se rió de mí, a mis 23 años, como si estuviéramos en el cole. Fatal.
ResponderEliminarPero bueno, estas cosas se superan te lo digo yo que he tenido más de una XD.
Un besazo
Lo bueno es ir superando esas cosas y poder contarlas con una sonrisa. Yo creo que también he tenido unas cuantas, me dan para un post de esos de listas, jejeje.
EliminarGracias por venir a mi blog
Un besote
¿Eres mi hermana gemela que nos separaron al nacer?
ResponderEliminarVivía y sentía la experiencia como si fuera mía...soy muy dada a decir cosas absurdas en momentos clave. Te sigo desde ya, me has ganado ;)
:-DD pensé algo parecido cuando te definiste como madre puntoypelota, así que te empecé a seguir y en breve bucearé en el resto de posts.
EliminarGracias por venir :)