martes, 30 de julio de 2013

Venga, date prisa, bolso cruel


Un día cualquiera por la tarde en la recepción de un centro médico privado. Hay cola. Sólo una recepcionista. Algunas personas sienten que su tarro de prisa está más lleno que el de los demás. A lo mejor porque los demás no dicen UF ni fruncen el ceño. Vete a saber. La cosa es que esas personas rebosantes de prisa siempre preguntan algo así como "¿sabes si esta cola es para todo?". Al recibir una respuesta afirmativa vuelven a decir UF y susurran algo ininteligible acerca de la falta de personal, con el paro que hay, con lo que tengo que hacer... La ley de Murphy no sé si lo dice, si no lo dice creo que debería. La respuesta a esa pregunta siempre será sí, a no ser que no tengas prisa.

Me toca mi turno al fin, ya llego tarde a mi cita. Abro el bolso, saco la cartera y miro en el lugar donde SIEMPRE dejo la tarjeta sanitaria. Horror. No está. Noto diez pares de ojos haciéndome pupita con su mirada de Tony Soprano. Busco en los bolsillos que hay dentro del bolso, busco en los bolsillos que hay fuera del bolso. Nada. Por fin la chica detrás del mostrador me dice que no hay problema, que no necesita la tarjeta. Me pregunto el motivo por el cual a esa muchacha de voz dulce y mirada cándida le gusta mortificar a los pacientes. Las apariencias me chulean.

Y mientras me acomodo en la sala de espera se me ocurre escribir un post acerca de situaciones similares a la vivida aquella tarde, en las que el agobio por no encontrar algo en el bolso me ha hecho perder minutos de vida. Buscando el móvil para anotar la idea en la aplicación de Notas, encuentro la tarjeta sanitaria. A buenas horas bonita.

Esta mañana leo un tuit buenísimo de Mamá en Alemania, que me da el impulso definitivo para redactar esta entrada:


Así que allá vamos, con otra de mis listillas:

1. En el súper. Vas sola, el carro está lleno. Tienes montones de cosas que colocar en la cinta. Tienes montones de cosas que guardar después en las bolsas (si es que no te las has dejado en el coche o en casa como suele pasarme a mí). Varias personas detrás de ti esperan impacientes a que te largues. Buscas la tarjeta. Bien, la tienes. Buscas el carné (¿por qué me piden el carné si tengo que teclear el PIN?). Bien, también lo tienes. Buscas los cupones descuento. No están. Ah, espera, sí qué están. Ah no, están caducados. ¡Un momento! Sabes que los tienes en alguna parte. Sin mirar a nadie a los ojos sigues obcecada en tu bolso. Ya, ya, aquí están por fin. Buscas la tarjeta de cliente, la que te da puntos para descuentos y que es imprescindible para que te los apliquen. No está. O está delante de ti pero NO LA VES. Dimites, te rindes, pagas religiosamente la cuenta completa sin descuentos y te piras echando leches antes de que el rayo exterminador del cliente que va detrás de ti te alcance de pleno.

2. En la oficina. Llegas un lunes tras un feliz (o no tanto) fin de semana de no madrugar, de creerte una persona libre, con todo el tiempo del mundo, sin obligaciones (ese finde has pasado de limpiar) y sin horarios. De repente recuerdas que necesitas una tarjeta para acceder al edificio. Buscas y rebuscas en el bolso, mientras la recepcionista te mira, sonriendo cual Monalisa, con cara de: "no la vas a encontrar, no te canses". Finalmente maldices tu manía de comprar bolsos enormes. Maldices también tu otra manía de sacar todo el peso del bolso el fin de semana. Y acabas claudicando y pidiendo la tarjeta provisional. Y consigues pasar el torno diez minutos tarde. Otra vez.

3. En el metro o el tren. No sueles ir en metro, por lo tanto no recuerdas nunca que hay que guardar el ticket para pasarlo en los tornos de salida. Así que, despreocupadamente dejas caer al susodicho en cualquier parte de tu bolso o te lo guardas de forma inconsciente en el bolsillo del pantalón o el abrigo. Haces tu viaje más o menos feliz, leyendo un libro, wasapeando o tuiteando tranquilamente (siento utilizar estos palabros). Llegas al destino. Trombas de personas se avalanzan hacia la salida sin importarles si tú prefieres tomártelo con calma e ir despacio. En un descuido, te ves corriendo como ellos sin saber el motivo. Llegas al torno y ves con terror como la gente saca su trocito de papel con raya negra y lo introduce en la ranura. Desconsolada te tiras al suelo y empiezas a sacar todo lo que llevas en tu preciado accesorio low cost. Móvil, cartera, gafas de sol, móvil del curro, recibos (miles), papeles que no puedes perder, carné de conducir, juguetes de las niñas, amuletos, monedillas, fundas de plástico que contuvieron un día la merienda de tus hijas...El ticket ha sido abducido. Estás a punto de llorar ante la mirada rottenmeiesca del empleado de la EMT (Empresa Municipal de Transportes de Madrid). Metes la mano en el bolsillo para sacar tú unico kleenex y ahí está el condenado, escondido entre los pliegues del tissue. La madre que lo parió.

4. En la tintorería. Tienes ese cartón revenido que te dieron en el Pleistoceno, cuando fuiste por primera vez al tinte a llevar algo tuyo y no de tu madre. Esa cosa a la que le ponen sellos y que cuando llevas tropecientos te dan un lavado gratis. Creo firmemente que tengo un duende en el bolso que me va borrando sellos conforme me los colocan porque jamás me ha salido gratis una limpieza en seco. Como siempre, has colocado el cartón en un lugar inequívoco, en el bolsillo de las tarjetas y cupones, donde sabes que no lo vas a perder. Lo que no sabes es que tampoco lo vas a encontrar. La tensión de tener a la tintorera delante, a la que has interrumpido su momento plancha, más sentir la presión del resto de clientes que van tras de ti, me obliga en más de una ocasión a renunciar a mi sellito bonito. Así que, entre el duende que me borra los sellos y el que me esconde el cartón, nunca lograré ahorrarme tener que buscar sudorosa la tarjeta y el carné en estos establecimientos.

5. En la autopista de peaje. Aquí tengo suerte, porque suelo ir acompañada, y cuando miro un momento en el bolso y no vislumbro la tarjeta, tiro de cartera de Marío, donde es infinitamente más sencillo encontrar las cosas. Está chupao vamos. Si alguna vez he deseado ser hombre, es para llevar carterita en lugar de bolsaco. Bueno, también por la facilidad de disfrutar del monte y el campo sin importar la ausencia de baños, pero ese es otro tema.

La combinación de bolsazo+prisas+colas es letal amiga mía.

Sube los niveles de cortisol, esa hormona tan mala y tan terrible que asciende al contacto con el estrés. Hace que se caiga el pelo. Puede provocar ataques de pánico. Aumenta la hipermetropía (acabas por no ver lo que tienes delante de tus ojos). Incrementa la ansiedad. Y da unos dolores de espalda que para qué.

Para ser feliz quiero una carterita, un bolsito o, mejor, un pantalón de esos llenos de bolsillos o un chaleco de fotógrafo.

Qué liberación.


7 comentarios:

  1. Buenísimo Bego... Jajajaja. Es que es tal cual... Me he sentido reflejada en todas y cada una de las situaciones que describes...
    Yo añadiría una... Momento parque con los niños. De repente llega uno de ellos sudoroso... implorando beber agua. Buscas y rebuscas en tu bolso y la botellita de agua no aparece. Jurarías haberla metido dentro antes de salir de casa. Notas la presión de la mirada de otras madres en tu cogote. "Ya estamos... Otra vez se ha dejado el agua..." Seguro que piensan que soy una mala madre. Y entonces llega la perdonavidas... "Pues con el bolsaco que llevas... Seguro que tienes la botella enterrada alguna parte. Anda, déjalo, que beba de la mía....". Grrrrr. Jajajajaja

    Un besazo!!!

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  2. Al pantalón le acabarías cosiendo más bolsillos, como si lo viera...
    En el bolso de mi pareja el otro día encontré un papelito de esos del turno de la carnicería... Pero si hace años que ya no vamos ahí!

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  3. Jajjajajaja Bego que me parto con tu entrada!!! Es tal cual... las veces que me pasó y sobre todo desde que soy mamá y llevo el bolso o la mochila llena de cosas... nunca encuentro nada!!!

    Buenísimos los ejemplos que pusiste y el de Vero jajaja

    Besotes genia!!!

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  4. Muy acertado. Yo en verano tengo la número 6: "los" bolsos. Es la única época del año que me gusta cambiar de bolso y conjuntarlo con el vestuario. En invierno como voy con el mismo abrigo normalmente, con un bolso paso. Pero en verano...explosión de color! Y de dolor...de cabeza! Por saber en que bolso, mochila, riñonera, etc tengo cada cosa, y sobretodo... Donde demonios fueron a parar las gafas de sol!
    Este año finalmente desaparecieron en algún bolso. Excusa para comprarme otras, jeje.
    Mar
    Mostrugos.blogspot.com

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  5. una vez vi una especie de neceser con bolsillos que facilita el cambio de bolso al asegurar que todas tus cosas importantes están ahi, en miles de bolsillitos

    pero así la vida sería muy aburrida, con lo que me gusta practicar "buceo bolsil"!!! XD

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  6. Qué bueno!!! Jajaja, los ejemplos que has dado son perfectos, y del día a día de muchos!! Yo voy a pasar de llevar bolso en verano, o al menos bolsaco y carteraca, e intentaré vivir sólo con un par de monedas y las llaves de casa y coche. ¿Lo conseguiré?

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  7. Yo soy muy de llevar bolsos hiper mega grandes pero en tu post tienes toda la razón ¡nunca hay forma de encontrar nada de lo que buscas! Y aún peor si lo buscas con prisas. Ya me he visto en más de una ocasión desparramando todo el contenido en una mesa (o incluso en el mismo suelo) para dar con algo que para colmo ¡no llevaba encima!

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