Pasear por la ribera del Sena puede ser una experiencia hermosa y llena de magia y romanticismo. O ser un auténtico infierno si le añadimos 35 grados húmedos a la sombra, las tres de la tarde en el reloj y la ausencia asombrosa de una tecnología llamada aire acondicionado. Incapaz de atravesar el Pont Neuf, incapaz de pararme a curiosear en los puestos de revistas, libros y carteles antiguos, incapaz de acercarme a Notre Dame cuando la tenía a dos pasos, incapaz de seguir andando en medio de aquel maremagnum de coches, gente sudorosa como yo, aire caliente y una maleta con ruedas que me pareció la carga más pesada de mi vida. Me imaginaba la maleta como una metáfora de esa mochila llena de cosas que nos acabamos echando a la espalda en nuestro camino por este mundo y que a veces nos resulta tan asfixiante. A punto estuve de abandonarla y seguir a paso ligero y libre.
Anduve así unos veinte minutos que parecieron como veinte horas, ansiando beber un litro de coca cola de golpe con mucho hielo y conectarme a una wifi. Es lo que tiene ser adicta. No podía soportar estar allí y no poder comunicarme con Marío, con P., con C. y con mis queridas ohana. Ni contestar otros muchos mensajes recibidos llenos de energía y buena vibra (¿lo he dicho bien Pao?) por miedo a que Movistar prejubile a alguien con mi gasto en la tarifa de datos desde el extranjero.
Cuando recuperé el aliento decidí visitar el Centro Pompidou, que estaba cerca. Sin embargo, mis neuronas no estaban para muchos trotes y dada mi absurda manía de no preguntar a la gente porque odio parecer de guirilandia, me fui con mi mapa en mano (lo que demostraba a los cuatro vientos mi origen no nativo) a dar vueltas en círculo con mi maleta, mi cansancio y mi vestido pegado al cuerpo (no por ser ceñido, que conste). Cuando el sentido común vino a mí de nuevo, pregunté a un guardia de seguridad de Les Halles cómo salir de aquel laberinto en el que se había convertido mi soñado paseo parisino y me indicó que el Pompidou estaba delante de mis narices. Delante pero lejos, a unos 500 metros, que a mí y a mis pies nos parecieron cinco kilómetros. Cuando alcancé mi objetivo, y tras enseñar al señor de la puerta las bragas (no las puestas, ¿eh?) y todo lo demás que había en la maleta que me obligó a abrir por motivos de seguridad, sentí tanto placer al notar en la piel el aire acondicionado de París, que me senté a disfrutarlo un rato en el suelo, momento en el cual miré la hora y comprobé estupefacta que, o me iba en diez minutos a coger el tren al aeropuerto, o me quedaba en tierra.
Tiempo justo para visitar la librería del museo, comprar dos chorradas y salir escopetada hacia el RAR, que es el cercanías-metro de allí que me iba a llevar al Charles De Gaulle.
El tren tardó media hora en llegar, tiempo de sobra para que mi mente calenturienta imaginara catástrofes sin fin. Una de ellas era ser aplastada por catervas de humanos que iban llegando al andén con pocas ganas de dejar pasar delante a una pobre española con maleta a punto de perder un avión. Otra era llegar tarde al aeropuerto y tener que quedarme una noche en la terminal, acabando como Tom Hanks en aquella película de idéntico nombre. La peor de las pesadillas era tener que volver al hotel donde pasé la noche anterior, en el que por la mañana asistí a una verdadera batalla campal por el desayuno. Aquello no eran huéspedes, eran aves de rapiña disfrazadas. Mi reino por un pedazo pan, imploré al resignado camarero, y al final lo conseguí, aunque a punto estuve de llegar tarde a mi reunión por la cola en la máquina de café y la mala educación de quienes me ignoraron y se colaron sin piedad. Noooooooo. Me quedaba con la segunda opción. Al fin y al cabo el aeropuerto es bastante chulo y tienen cruasanes. Perdón, croissants.
Al final, cual japonés en Tokio en plena hora punta, logré un mini espacio en el tren que llegó justo en el momento límite. Una amable francesa me cedió su sitio al verme la cara de desesperación (¿o fue que me creyó vieja?). Menos mal, porque estaba peligrosamente pegada a un señor con tirantes y barrigota, quien sospechosamente se me iba acercando cada vez más. Y yo iba poniendo una postura cada poco más extraña y retorcida para evitar el contacto. Cuando me senté, en uno de esos asientos que van enfrentados a otros, la maleta apenas me dejaba sitio para las piernas, con lo que tuve que ir casi media hora haciendo de contorsionista y rompiéndome las caderas, notando de nuevo el sudor que me impedía cruzar mis extremidades con decoro.
Afortunadamente todo acabó en final feliz y pude embarcar sin problemas en mi vuelo de vuelta. Hasta disfruté de 15 valiosos minutos de wifi gratis. El paraíso para una communicator adicta.
Definitivamente, adoro París y Nueva York, siempre que sea otoño o primavera. Incluso aguanto la lluvia. Hasta la nieve. Pero la caló de ayer no, por favor. Fue superior a mis fuerzas. Acabé para el arrastre, hecha una piltrafa llegué a Barajas. Sedienta de agua y de internet pero, literalmente, con las pilas gastadas. Eso sí, la MISIÓN de la mañana salió cuasi redonda. El desenlace en próximas entregas.
París bien vale un poco de Daikin.
Solo he estado en Paris 2 veces, una de ellas de paso. Pero la primera vez me pasó como a ti, un solazo impresionante, que hasta me quemé. Y en la segunda descubrí el RAR. Experiencia bastante similar a la tuya.
ResponderEliminarAún así, París también es una de mis ciudades.
A mí París me chifla. Estuve una vez en diciembre y otra en marzo y todo me pareció maravilloso. Así que me impactó mucho la sensación que tuve el otro día, lo que unos grados de más en el termómetro pueden hacer que cambie la visión completamente.
EliminarGracias por la visita y el comentario.
Un besito
Ay Bego!!! Que hazaña amiga!!! Es mi sueño conocer París y recorrer las calles que caminaron Cortázar y la Maga... Algún día lo cumpliré... mientras tanto me quedo con tu descripción y sé que cuando viaje no será para verano (una por la caló y otra por el precio ;D). Me hiciste reír, aunque imagino que para vos debe haber sido un suplicio...
ResponderEliminarQue felicidad saber que todo bien por la mañana!!!
Besazo genia...
PD: lo dijiste genial ;D (buena vibra)
Siiiiií, sé que te encantaría Pao recorrer esas calles. Yo lo hice hace unos años con gusto y sin cansarme un ápice, de la emoción que tenía y claro, era diciembre, con temperaturas mucho más bajas. Otro día haré una descripción de todo lo bueno de París que es muuuuuucho.
EliminarFue suplicio porque se me juntó el cansancio acumulado de varios días, la tensión, etc. Todo compensado al pensar en la mañana ;-)
Besazo para ti también!
Paris... mi sueño! Vamos a ver que encuentro el día que vaya :)
ResponderEliminarBesote!!
Seguro que encuentras la ciudad soñada ya lo verás. Si vas en verano, lleva mucha agua y abanico ;-)
EliminarUn beso!
Nosotros viajamos en agosto hace 3 años y tuvimos tiempo primaveral y agradable ¡nada de ese calor que te ha tocado a ti!
ResponderEliminarQué suerte! El tiempo primaveral lo viví la segunda vez que estuve y fue genial. Creo que perdí un kilo de peso por el calor, no te digo más, jejeje.
EliminarQue bonito Paris. Yo he estado dos veces y las dos nos ha llovido.
ResponderEliminarBego, estoy en un sin vivir....espero que triunfes en todas tus misiones por muy imposibles que parezcan.
ResponderEliminarBesos.
Jajaja Bego, me ha encantado lo bien que escribes en clave de humor. Ains, si es que te imaginaba con los taconazos y los churretes de sudor. En la maleta, junto con las bragas, la próxima vez unas manoletinas para cuando termines de hacer lo que fuiste a hacer :-)
ResponderEliminarEl momento tío en tirantes en el metro....agggg. Odio el transporte público en hora punta, más en verano, con tanta carne humana y tanto olor desagradable.
Bienvenida de vuelta otra vez.
Besitos
Jajajaja, Bego!!! Genial descripción de toda una batalla campal! Yo sólo he ido a París una sola fez de viaje de estudios y fue en enero con un frío inhumano... Pero lo prefiero al infierno que describes.
ResponderEliminarAy dios el tío pegadizzzzo, que ascazo!! Encima con los sudores! Yo me habría colgado del techo cual araña (arrrgh) con tal de evitar el contacto.
No se te olvide contarnos cuando puedas lo que ocurrió por la mañana. Por lo demás, ya sabes aquello de París bien vale una misa... ;)
Jojojojoooo Begoooo!!! Qué cronicaza... Era como si yo misma estuviera padeciendolo todo mientras leía. Conozco París bastante bien... Y todas las veces fui en primavera, pero ese noparar de andar es padecimiento asegurado, lleves los zapatos que lleves, así que imagino el extra de diez grados más y diez centímetros de tacón adicionales.
ResponderEliminarPero bueno, vamos a quedarnos con que esa MISIÓN sí fue posible y esperemos que exitosa... Y que nos has hecho reír con la experiencia.
Un beso, mom amour ;)
También adoro Paris :) A NY nunca he ido, pero tengo el presentemiento de que me pasaría un poco lo mismo que a ti, bueno, tal vez no lo de terminar deshidratada en una misa gospel jejeje, pero lo de idealizarla pues tal vez. ¿Londres... no te gusta? Yo la AMO con locura, quizá más que a Paris.
ResponderEliminarUn gusto leerte como siempre. Saludos desde el Danubio
Yo intento volver casi todos los años, necesito respirar el aire cosmopolita de la ciudad, para volver a encontrarme.
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