martes, 2 de julio de 2013

El geniecillo de la velocidad

Esto érase que se era una especie de cosa amorfa y gaseosa que gustaba de habitar los interiores de los vehículos a motor.

Lo que le distinguía de las demás criaturas extrañas del universo, por encima de todo, era su tremendamente contagioso mal humor. Era una cosa horrorosa. 

No siempre fue así. Cuentan que hace cientos de años, el geniecillo de la velocidad vivía tranquilo en lo alto de los árboles, volando de acá para allá sin más preocupación que encontrar un hueco confortable donde pasar la noche. Eso sí, siempre le encantó viajar deprisa, ir rápido, volar más alto y más lejos, sólo por el gusto de sentir el aire en su cuerpecillo.

Al parecer, un día unos gigantes de hierro llegaron al bosque y arrasaron con todo, privando al geniecillo de su morada y su razón de existir. 

Poco a poco se fue volviendo huraño y desconfiado, cada vez más dispuesto a pegar un grito a aquel que osara a cruzarse en su camino.

Llegó un momento en que nadie le soportaba, y tuvo que hacerse invisible para poder vivir tranquilo, ajeno a las miradas y voces insidiosas del resto de seres fantásticos que poblaban la Tierra.

Un día se coló en un autobús y descubrió lo mucho que le gustaba ir subido al volante del conductor, dirigiendo a su antojo la dirección del motorizado invento. Otro día se metió en un taxi y probó a rebasar los límites de velocidad al tiempo que lanzaba improperios a todo aquel pobre conductor que se atrevió a cruzarse en su camino. Al siguiente se subió a un coche particular, uno de alta gama, y se lo pasó en grande adelantando por la derecha, incluso a otros coches parados en pasos de peatones.  Era subir a un vehículo y transformarse por completo la cara y los gestos de quien iba al volante. La gente levantaba los brazos, pegaba gritos, sacaba dedos por la ventanilla y decía palabrotas gordísimas que después los niños repetían en el cole.

Todas las mañanas, nada más levantarse, se lanzaba a los grandes atascos de la ciudad y se adentraba en todos los cacharros de cuatro ruedas que se encontraba. A veces hasta de dos ruedas. Y todo se convertía en un gran circo de insultos, energía negativa y carreras absurdas para llegar a quién sabe dónde y nadie sabe con qué fin.

4 comentarios:

  1. Para mi la mayor de sus fechorías es cuando vas por el carril de la izquierda, a 130, y obliga al conductor que va detrás tuya a ir pegadito a ti....¡¡¡me pone de los nervios!!!!!
    Me encantan tus mini-relatos, ¡son geniales!

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  2. Un geniecillo tocapelotas, eso es lo que es!

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  3. No sé por qué el coche nos transforma... personalmente también consigue sacar algo malo de mí... y solo lo consigue él! :P
    Me encanta el estilo de tus entradas!♥

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  4. En la ciudad de Buenos Aires ese geniecillo hace verdaderos estragos! Bocinazos y mal humor por doquier. La ciudad de la furia le dicen... con eso te digo todo!

    Amo tus pequeños relatos! Gracias por regalarnos al menos uno cada semana :D

    Besote MUY gigante ♥

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