lunes, 15 de julio de 2013
Aventuras en Madrid (II)
Tras aquella fatídica noche salió el sol. La luz de Madrid se me apareció de golpe y la congoja se fue a un rincón. Contagiada del frenético ritmo de la gran ciudad, me dispuse a ir a la universidad por primera vez. Nunca había ido antes en Metro y recuerdo que me colé sin querer porque no había nadie en la taquilla ni máquinas dónde comprar el billete. Le pregunté a un señor que resultó estar enfadado con el sistema y el mundo y que me dijo que lo mejor era hacer como él. Así que yo, que nunca antes había hecho nada políticamente incorrecto, le seguí y avancé sin billete por el subsuelo madrileño.
Iba yo tan nerviosa como emocionada por empezar mi nueva vida como estudiante universitaria. Imaginando cómo serían las clases, los profes y, lo más importante, mis futuros compañeros de fatigas. Creando en mi mente un mundo futuro lleno de emocionantes cosas que aprender para llegar a ser uno de los periodistas al más puro estilo de los de la serie de Lou Grant
Llegué a la Facultad de Periodismo, esa mole enorme de hormigón que fue un proyecto para una cárcel de mujeres. Y me di con la puerta en las narices. Un cartel anunciaba que el primer día de clase era festivo. No recuerdo exactamente qué sucedió, el caso es que no tuve clase en toda esa semana. Así fue como me enteré que hasta después del puente de Pilar, la universidad seguía de veraneo. Algo que me pareció entonces muy extraño y molesto, dadas las ansias de empezar mi nueva vida. Sin embargo, con el tiempo, aprendí a apreciarlo.
Lo triste fue que mi dieciocho cumpleaños lo pasé sola y monda en Madrid. Llovía sin parar y recuerdo que me fui a comprar libros de derecho con unas chicas de la residencia. Por hacer algo. Menudo aburrimiento mortal. Si aquello iba a ser mi vida universitaria, el futuro se presentaba negro e incierto. Afortunadamente, la lluvia no fue presagio de nada malo y en breve iba a estar tan contenta celebrando un botellón en el jardín de la facul.
Mi querida compi de habitación N. llegó con su entusiasmo y su sonrisa a poner fin a mi soledad de los primeros días. Entonces no sabía que nos haríamos inseparables y que nos convertiríamos en hermanas, de esas unidas por un hilo rojo invisible.
Después llegué por fin a la primera clase de periodismo, que ese año iba a ser en la facultad de Medicina por falta de sitio. Una de esas aulas magnas antiguas, en forma de anfiteatro, con bancos corridos de madera donde el culo se te quedaba hecho añicos cada tarde. Un lugar al que se llegaba por un sombrío pasillo del miedo, impregnado con el olor a formol que desprendían las salas de anatomía de aquella fábrica de futuros doctores.
Tampoco sabía que ese primer día me sentaría junto a la que iba a ser mi mejor amiga, P. y que pronto formaríamos un grupete majo de compañeros a los que nos bautizarían, a nuestro pesar, como los "sensación de vivir".
En los primeros dos meses de mi estancia en la ciudad, tuve que reprimir varias veces el deseo de comprar un billete de vuelta antes de tiempo. Me bastó ese tiempo para sentirme como pez en el agua en todos los ámbitos de mi vida. Bueno, no en todos, porque mi novio de la época dejó de llamarme y de escribirme y cada vez la relación se hacía más fría y distante. Eso era lo único que realmente me apenaba. Mientras tanto ahogaba mis desamores en múltiples fiestas y salidas por los bares de Moncloa, lugares donde bebíamos aquella asquerosa leche de pantera y bailábamos hasta el toque de queda de la resi.
No sólo fue la gente lo que me hizo querer a esta urbe como la quiero. Fue descubrir poco a poco sus tesoros. La Plaza Mayor y sus bocadillos de calamares, que años después tengo que decir que sobrevaloré. La belleza inconmesurable de El Retiro, el cual gana y gana año tras año. La Plaza de Oriente y los jardines de Sabatini, mucho más bonitos ahora que entonces. Recuerdo haber estado allí el día de la famosa Conferencia de Paz. En mi vida había visto tanta gente junta ni había asistido a un evento tan importante, que al final no sirvió de nada o sirvió de poco, pero en el que había puestas muy altas expectativas.
Me vienen a la memoria los antiguos establecimientos de Rodilla, tan auténticos, tan vintage, donde vendían la pasta para sandwiches a granel. También despachaban deliciosos fiambres y platos preparados. Y lo impersonal que es todo ahora, todo tan frío, tan fast food. Como también recuerdo la decepción al probar los pasteles de La menorquina. Ahí pude darle la razón a mi abuela. "Como los dulces de Murcia no hay otros, nena". Cierto es que el pastel que pedí no era de los más apetitosos y que lo mezclé con un poquito de nostalgia terruña. Qué decir de la comida de la residencia dónde vivía. ¿Por qué había yo despreciado durante tanto tiempo los guisos de mi madre? A partir de ahí me supieron a gloria bendita.
(Continuará)
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jajajaja, me siento trasladada....y eso que yo no estudié en Madrid....
ResponderEliminarSensación de vivir? me parto!!! y tú cuál eras? Brenda, seguro....
Lou Grant? yo tenía aspiraciones más cercanas cuando me planteé periodismo. yo quería ser Angela Rodicio.
qué bien que has vuelto!!!
un beso
Hola Paula!
EliminarQue no me he ido chiquilla, quizá en Twitter aparezco menos, no así en el blog, donde publico bastante a menudo. La verdad es que no sé si yo era Brenda o quién, nunca lo supe ;-)
Un besazo
Me ha encantado leerte. Ver con tus ojos mi ciudad. Yo vivía en Argüelles y también salía por Moncloa y su Leche de Pantera tampoco me gustaba. Yo también esperé ansiosa mi primer día de universidad en la Complu y lo mejor fue la "cuchipanda" que hicimos. Qué buenos recuerdos que me has traido. Aunque ya no vivo en la ciudad la sigo adorando.
ResponderEliminargracias. Un beso
Isabel
Yo viví en Argüelles muchos años, es mi barrio favorito de Madrid, ya seguiré contando cosas. Aquellos maravillosos años...ays...me alegro de haberte traído buenos recuerdos. Un besote.
EliminarAins!!!
ResponderEliminarCon ganas ya del siguiente capítulo! Tu historia es como un libro que engancha y no puedes dejar de leer!!
Un besazo!
Gracias!!
EliminarSeguiré contando cosas, la idea es hacer un homenaje a Madrid.
Un besazo
Ay Bego! Que historia más apasionante!!! Si alguna vez por fin puedo ir a Madrid, voy a ir por cada rincón que nombraste para quererla tanto como vos... Ansiosa por leer cómo sigue la historia...
ResponderEliminarBesote amiga!!!
Y yo estaré feliz de acompañarte!!! Sería genial.
EliminarUn besote guapa!
No te puedo perdonar que digas que los bocadillos de calmares de la Plaza Mayor están sobrevalorados. Me niego! Jajaja, pero si esos bocadillos no saben a calamares, saben a Madrid!!!
ResponderEliminarBego, como me mola esta serie de capítulos sobre mi ciudad, sobre tu ciudad. Y es que Madrid es tan odiada como querida por sus gentes, ni con ella ni sin ella.
Aupa esa Bego!
Cuando volví a tomar el famoso bocata quince años después con mi hija, el local estaba atestado, hacía calor, era un agobio, así que aquello me supo a poco. Deseaba recuperar el recuerdo pasado pero no fuí capaz de concentrarme entre la multitud, jejeje.
EliminarMuchas gracias por decir que Madrid es mi ciudad también, la verdad es que lo siento así.
Viva Madrid!
Una bonita historia la que has creado!
ResponderEliminarme encanta tu historia!! jjajaj sensación de vivir!!!!!
ResponderEliminaryo también me puse fina en aquellos años, de leche de pantera servidas en copazos de 3 litros !!jejejejje
besos!