No es que tenga yo un especial interés en el truco o trato. Tampoco me parece mal, ojo. Todo lo que sea disfrazarse y tomarse la muerte con humor, bienvenido sea.
Lo que pasa es que mi niña decidió venir al mundo un uno de noviembre de hace diez años, como escribí en el post anterior. Y su padre y yo llevábamos mucho tiempo queriendo llevarla, junto a su hermana, a uno de estos parques temáticos que la mayoría de sus amigas ya se conocen de memoria gracias al bono anual.
Así que pensamos que una buena manera de celebrarlo era yendo allí, por una vez, aunque tuviéramos que pasarnos el resto del mes comiendo lentejas. Porque madredelamorhermoso, hay que ver cómo están los precios para poder acceder a estos templos de diversión y productores de adrenalina por doquier. Aparte de que las plazas de parking cotizan al alza y que está prohibido introducir alimentos, mientras que sus restaurantes disponen de tarifas de aeropuerto europeo.
Tras un arduo proceso de búsqueda y captura de un descuento, conseguí algo bastante razonable (gracias desde aquí a la persona que lo hizo posible). Por fin íbamos a poder darle a la niña esa sorpresa que tanto llevábamos esperando.
Le dijimos que iba a pasar un cumpleaños genial porque íbamos a ir a un sitio muy especial, sin decirle dónde. Ella empezó a elucubrar y a hacer preguntas del tipo: ¿pasaré frío? ¿Está muy lejos? Toda la semana la pasó soñando con el gran día, intentando sacarnos el nombre del sitio sin éxito. De vez en cuando yo le soltaba alguna (des)pista para hacerlo más emocionante. Por supuesto no le dijimos nada a la hermana ya que eso hubiera supuesto que ella lo iba a saber al minuto siguiente. Aún no se le da bien guardar secretos.
Y llegó el día D. Desayunamos churros todos juntos tras escuchar el cumpleaños feliz de Parchís, como viene siendo tradición. Y comenzaron las llamadas para felicitarla. Zaca. A la primera le destriparon la sorpresa, sin querer, vale, pero para mí fue como un jarro de agua congelada sobre la cabeza. Me sentó muy mal. No me podía enfadar por ello porque no fue intencionado, por supuesto, ni la persona que lo hizo sabía de nuestras intenciones. Pero me quedé helada, decepcionada y triste. Porque hice como tantas otras veces, imaginarme la escena una y otra vez, su cara de entusiasmo, su felicidad...que en aquel momento ella no fue capaz de expresar al notar mi congoja. Ya empezaba la cosa torcida.
Salimos tarde, para variar, pensando que como abrían a las doce, no pasaba nada por llegar sobre las 12:30. Con lo que no contábamos era con el monumental atasco de unos tres kilómetros antes de llegar, provocado porque miles de personas pensaron, como nosotros, que aquel día era un día ideal para acercarse al lugar y que se formaba debido a que a la entrada del parking hay que pagar los 8 euros de rigor.
Llegamos a la puerta a las 13:30 y a continuación empezamos a hacer algo que ya no dejaríamos de hacer en todo el día.
COLA.
Primero para sacar las entradas. Después para entrar. Luego para la primera atracción. Cuando ya llevábamos 15 minutos nos dimos cuenta de que estábamos en la fila incorrecta. La de los correcaminos. Unos tíos suertudos y molones que por el módico precio de 7 euros más podían hacer una cola un poco más corta que el resto de pringados. Así que decidimos que en lugar de ponernos en la fila de la plebe para subir a los helicópteros, mejor nos íbamos a la cola de algún restaurante para reponer fuerzas. Optamos por el rollo pizza porque era el más cercano. Tras media horilla conseguimos nuestras viandas y tuvimos suerte de pillar una mesa en la terraza.
El viernes nos dimos cuenta de que en realidad, esos momentos de espera para acceder a las atracciones o espectáculos, tienen su punto, al fomentar el autocontrol, la paciencia y las conversaciones familiares.
Bueno. Esto ya era otra cosa. Tras la comida empezamos a ver todo de otro color. La ingesta de grasa libera endorfinas o algo, ¿no?
Vimos pasar a Scooby Doo en su coche, al osito Yogie, a un demonio con cara loco que me miró a los ojos y casi me mata del susto...porque no nos olvidemos de que se celebraba Halloween, así que, junto a los simpáticos personajes infantiles de los dibujos animados, deambulaban zombies, diablos, brujas y seres siniestros. Sólo en la zona de mayores, no en la de niños. Unos eran animadores del parque. Otros eran del público. Vimos disfraces de lo más original. Mucho rollo sangriento tipo cirujano o cocinero loco. Mucha vampira sexy. Mucha inspiración Walking Dead. Cómo me hubiera gustado disfrazarme. Y los decorados estaban muy currados. Cuánto me acordé de Trimadre a los 30 cuando vi la arañita de la foto que ilustra este post ;-) Había telarañas por todos lados, calabazas, manos con pezuñas, ataúdes, fantasmas, rastros de sangre...y barcos fantasma pilotados por payasos inquietantes. L. no paraba de asombrarse por todo, "mamá, esto está genial, como mola". De día era gracioso. De noche daba canguelo, la verdad sea dicha.
Nos fuimos metiendo en harina y poco a poco conseguimos disfrutar de alguna atracción. Primero en esa especie de tiovivo-columpio que sube muy alto y da vueltas a toda velocidad. Cuando estábamos en la cola, L. decía que no quería subir, que le daba vértigo. Yo le intentaba quitar hierro al asunto y la animaba a hacerlo. "Si yo subo, tú también puedes". Sobre todo porque yo soy la cagueta número uno para este tipo de cosas. Y vértigo tengo un rato largo. Así que me subí a su lado, la abracé y disfruté del aire en la cara como nunca lo había hecho (recuerdo otra vez, de novios, en ese mismo lugar, que di el espectáculo de los gritos que pegaba).
Lo mejor fue que al bajar L. Me dijo: "mamá, gracias. Has conseguido quitarme el miedo y me lo he pasado muy bien". Sólo por eso me merecía la pena todo lo anterior.
A continuación montamos en los coches de choque. Y después, de camino a la zona infantil para darle el gusto a L.E. de subir en los helicópteros de los que huimos por la mañana, se nos antojó una montaña rusa de madera. Erróneamente era una montañita light en mis recuerdos, que estaban confundidos con algún otro parque al que fui hace muchos años. Así que animé a L. sin parar, haciendo hincapié de nuevo en que yo jamás montaría ahí si fuera algo que da miedo. "Pero mamá, aquí en el folleto sale una caída en picado..." "Bah, tonterías, es un dibujo y están exagerando", le dije yo. "Si no subes a una montaña rusa en un parque de atraciones es como si no hubieras estado".
Cuando aquello empezó a moverse a todo trapo y mis huesos se me salieron del cuerpo a cada traqueteo al más puro estilo Bob Esponja, cerré los ojos, grité como una posesa y lloré de pánico. Mi hija suplicaba que pararan aquello y yo deseé que me clavaran agujas en todo el cuerpo o tragarme cuatro horas de fútbol en TV antes que sufrir aquella tortura. Nunca jamás, a la blogosfera pongo por testigo, me volveré a subir en esa COSA. Ni ella. Menos mal que me quiere mucho y me sigue queriendo tras la tremenda experiencia. La cara de ambas en la foto es de libro Guiness.
Las dos horas siguientes las pasamos en la fila de los helicópteros, en el espectáculo del loco de la motosierra que tuvimos que abandonar porque L. salió despavorida muerta de miedo y en la cola para ver el espectáculo de Loca academia de policía.
Mi familia lo pasó en grandes viendo las barbaridades que hacen con los vehículos los especialistas que trabajan en el show. La verdad es que esto es bastante impresionante. A mí particularmente no me gustó el guión ni los chistes recalcitrantes y un pelín fuera de lugar de los actores, con referencias al mundo gay que no tenían ni pizca de gracia (aunque la gente se reía). Quizá un espectáculo mudo molaría mucho más.
Y aquello fue todo. El día (y las colas) no nos dio para mucho más.
Sí, está claro que no elegimos el mejor momento para nuestra visita. Estoy segura de que si hubiera habido menos gente todo habría sido distinto y mejor. Sin embargo, me quedo con la felicidad de mis hijas al salir de allí y la frase de L. : "muchas gracias por habernos traído aquí mamá. Ha sido el mejor día de mi vida" (cosa que dice a menudo, cada vez que se lo pasa en grande, sin que la frase deba tomarse al pie de la letra).
Quiero volver sí. No sin antes leerme todos los consejos que pululan por la Red acerca del Parque, ahorrar para comprarme la pulsera del correcaminos y entrenarme para aguantar de pie mi turno para subir en las atracciones de la zona de niños. Que es donde voy a pasar el día la próxima vez, junto a Bugs Bunny y Piolín. Paso de emociones fuertes.
Me alegro que lo pasarais mas o menos bien, sobre todo por las niñas. Aunque vaya, pobre con los sustos, el mío también se caga....
ResponderEliminarRecuerdo la montaña rusa de la que hablas, jejeje, la verdad es que hay atracciones que da miedito.
Nosotroa tuvimos suerte cuando fuimos. Era lunes. Día lectivo, en verano, no había cole pero como la mayoría de los adultos trabajan, el parque estaba casi desierto, ni una cola nos tocó hacer. Casi todos los restaurantes estaban cerrados, imagino que en previsión de la poca demanda, así que nos dejaron meter los bocatas sin problema. Para la próxima, ya sabes.
Besitoa
Ay Bego... que odisea, che!!! Lo que no podés negar es que fue inolvidable!!!
ResponderEliminarQue bueno que las peques hayan dusfrutado a lo grande!!!
Besotes, amiga :D
Bego, qué cronicaza!!! Lo mejor de todo, poder disfrutar de esas excursiones con la ilusión que da la novedad. El BonoParques termina pesando por saturación, como todo lo disfrutado en exceso. Me ha encantado que L. se quitara el miedo a través de la diversión... Eso es sin duda alguna lo mejor de este rollo de Halloween y de otros horrores televisivos que no vienen a cuento. Mejor quedarse con lo positivo, así que ya está.
ResponderEliminarY de la Warner y demás parques temáticos... Qué decirte que no sepas a estas alturas. Soy como L.E., fanática de las emociones fuertes ;)
Un besazo.
Jajajaja, me ha encantado!!! Yo todávía no me he aventurado a llevar a mis peques a un parque temático. Son muy, muy peques y creo que hay dosificar las emociones fuertes. Además, me hace ilusión que la primera visita sea a Eurodisney, su sueño de siempre.
ResponderEliminarMe ha gustado eso que dices. Lo mejor de las colas... que esos tiempos muertos de espera permiten y fomentan la comunicación familiar. Y oiga, la cosa no es baladí porque con las prisas con las que andamos siempre, generalmente no se va muy sobrado de ella...
Me quedo con la frase de L. Aunque lo repita, es un lujazo que fuese el mejor día de su vida. Satisfacción máxima y objetivo conseguido, no?
Un besazo
Tengo ganas de ir, pero con la decepción que me llevé con port aventura, pfff, como que paso. Soy muy de Disney, pero claro, hay que juntar varios cumpleaños y algunas fiestas más para eso!!! XD
ResponderEliminarqué bueno que su cumple haya sido el mejor día de su vida, uno más :)
Los peques siempre disfrutan en estos sitios, a pesar de las colas, claro. Somos nosotros los mayores los que enseguida nos cansamos... pero bueno, yo también tengo una cita pendiente a la Warner antes de que acabe el año... a ver cuándo me animo porque mis hijos no paran de decírmelo jajja
ResponderEliminarBss
Verónica