jueves, 14 de noviembre de 2013

AZ de la maternidad: O de obediencia


Mucho ha cambiado la maternidad desde que yo era sólo la hija y no la madre.

Antes los niños eramos poco importantes en el orden general de las cosas. No quiero decir con esto que nuestros padres no nos quisieran. Qué va. Estoy segura de que nos querían tanto o más que nosotros ahora a nuestros hijos, aunque no lo demostraran igual.

Los niños eramos poco importantes porque los importantes eran los adultos.

Por entonces, cuando el dinero escaseaba mucho más que ahora, y la sociedad de consumo no había llegado a España todavía en todo su esplendor, las pocas pesetas disponibles se invertían en primeras necesidades de adultos. Un seiscientos o un renault siete, una tele en color, una lavadora...

Los publicistas sólo podían enfocar sus esfuerzos hacia el mercado infantil en época navideña, más que nada porque ni siquiera había productos para niños.

Era la época de "cuando seas padre, comerás huevos" o lo que es lo mismo "los niños hablan cuando hacen pis las gallinas". Ser un niño bueno era ser un niño obediente.

La obediencia.

Recuerdo que la obediencia era, de largo, la regla número uno que había que seguir en mi casa.

Obedecerás al padre y a la madre por encima de todas las cosas. Ese era el mandamiento más importante.

Recuerdo momentos tensos, muchos, por mi rebeldía de niña a la que no le gustaba aceptar los "porquesí" o "porquelodigoyo". Ya no te cuento de adolescente.

Entonces no nos daban explicaciones. Las cosas se hacían así y puntopelota.

Siempre pensé que yo no sería nunca de esa manera de mayor. Que jamás diría a mis futuros hijos que había que hacer algo sin rechistar o esa odiosa frase de "a mí no me contestes".

Las cosas sí que son distintas ahora. Mucho. Los niños son el centro y no los adultos. La sociedad de consumo no quiere perderse ese paraíso de padres y madres dispuestos a colmar a sus vástagos de todas las atenciones posibles. Las revistas infantiles, las tiendas especializadas, los miles de productos para bebés y nenes. Un mercado que mueve muchos millones al año. No he podido mantenerme al margen pero sí al menos he conseguido no caer en la locura de la sinrazón.

La obediencia ahora es una palabra con mala prensa. Está mal visto decir que en tu casa tus hijos te deben un respeto y obediencia, al menos hasta que tengan dieciocho años. Es feo. No queda bien declarar que en tu casa mandas tú y tu pareja y la opinión de los niños está en segundo plano.

La tendencia es a establecer reglas democráticas en la casa. A contar con la opinión de todos. A dejar a los niños ser, pensar, decir, opinar. A escuchar. Algo que tanto eché de menos.

Estoy de acuerdo. Me gusta dialogar, sentarme a hablar con mis hijas, preguntarles por sus impresiones, necesidades, emociones. Me encanta esa parte de la maternidad.

Sin embargo, a veces, necesito que mis niñas me obedezcan. Que dejen de pelear cuando lo hacen. Que recojan su cuarto. Que apaguen la tele. Que se metan al baño. Que me dejen hablar a mí.

Y, aunque no me gusta, más de una vez he tenido que repetir las palabras que tan poco me gustaba escuchar en los 70-80. Porque las razones lógicas no les son suficientes y necesito, sencillamente, que me hagan caso.



5 comentarios:

  1. Uf, Bego... Punto por punto, totalmente de acuerdo contigo, y con la misma batalla interna que tú. Es muy difícil desprenderse de las estructuras construidas por nuestros padres, harto complicado si ya intentamos "amoldarlas" a las tendencias actuales de educación. No hace poco leí un tip en TW en el que un padre de los 70/80 se quejaba de que parecía que la educación de antes estaba minusvalorada a la vez que sometida a inquisición moral; se quejaba de que parecía que no habían hecho nada bien... Y me hizo pensar.
    Sabes que soy de la opinión de que para encontrar el punto medio hay que oscilar desde ambos extremos. Y creo que estamos en ese proceso en lo que respecta a la educación, en todos los ámbitos.
    Yo necesito orden, control, disciplina en mi casa. Lo que no significa que de vez en cuando nos relajemos todos e improvisemos. Pero no me parece bien que se desdibuje la línea de la autoridad, como tampoco entiendo el "colegueo" con los hijos. La obediencia es sinónimo de respeto en el aprendizaje, y también de cesión, tolerancia, humildad y ORIGEN. Entiendo que es necesaria, pero sin rayar el autoritarismo o la tiranía del "maestro", por supuesto.
    Has abierto una buena línea de debate, amiga. Y necesaria.
    Besos!!!!

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  2. Bego... es cierto que cambiaron los parámetros y cánones de crianza y el lugar del niño pasó a un primer plano. Todavía no puedo decir demasiado al respecto, soy mamá bastante reciente. Pero creo que los papás somos papás y los amigos son los amigos. Por más que queramos no somos pares, más que porque somos seres humanos. Hay una línea que nos separa. Los padres tenemos el deber moral de educarlos y acompañarlos. Lo que no quiere decir que no los escuchemos o que no pidamos su opinión frente a ciertos temas. No obstante, siempre estaremos un paso más. Me parece bien que no cometamos o al menos tratemos de no cometer los mismos errores del pasado. Aunque hay momentos en que las razones lógicas no alcanzan. Ya me está pasando con mi "pulguis", te enfrenta sin más, y no acepta los NO. Entonces hay momentos en que el diálogo se agota y no me queda más que retarla o dejarla llorar hasta que se le pase. Porque mientras más le hablo más se ataca (al menos así es Muriel).

    Un besazo, amiga! Te quiero.

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  3. Y es que es tan difícil... Mantener la línea del "porque yo lo digo" con el consenso familiar.. Pero qué vamos a hacer. Yo procuro dialogar, pero como bien dices, hay momentos en los que es imposible que nos hagan caso, y en mi caso que aún son pequeñas es más...

    pero lo hacemos con la mejor intención...y siempre pensando en ellas, así que en algún momento es lícito.. NO sé si leíste a Cata esta semana, pero te lo recomiendo y va muy en la línea: http://www.mamatambiensabe.com/2013/11/porque-lo-dice-mama-este-punto-hemos.html

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  4. Espléndido. Igual lo siento yo, Bego.
    A veces, cuando la frustración me puede, lo resumiría así: "De pequeña mandaban mis padres y ahora los que mandan son mis hijos".

    Como tú (y todas aquí) soy amante de ese diálogo que a menudo en mi infancia eché de menos. ¿Cómo encontrar el equilibrio? ¿Cómo hacer entender a tus hijos que sí, que lo hablamos, que lo discutimos pero que luego hay cosas que no se discuten, aunque no las entiendas? Porque por tu bien, aunque no sepas qué es un paso a nivel, te paras y no lo cruzas si tu madre te grita ¡alto! (ejemplo cafre)

    Sin embargo, con el diálogo que intentamos establecer con ellos y con reflexiones como esta no me parece que vayamos por mal camino...
    ¡¡¡que nuestros hijos no saben la suerte que tienen!!! :-D

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  5. es que es muy difícil. a veces, me oigo y me parezco mi madre. Luego pienso que no tengo traumas, y que tan mal no he salido, así que negar por defecto todo lo anterior no es bueno tampoco, no?
    besos

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