Se suponía que se tenían que ver a menudo. Se suponía. Porque realmente a ninguno de ellos le apetecía mucho ver a los demás y viceversa. Así que aprovecharon las circunstancias de la crisis, los fallos tecnológicos y el frío invierno para verse lo menos posible. Cuando parecía que ya no quedaban excusas para prolongar la ausencia de los otros en su vida, quedaron para hacerse presentes. Y se vieron. Se miraron, miraron a los niños, se volvieron a mirar y uno de ellos preguntó tímidamente "¿qué tal os va la vida?". "Bien, bien" dijeron al unísono sin dar más detalles. No hubo ni siquiera una pregunta de cortesía en sentido contrario. Un "¿Y qué tal vosotros?" quedó en el limbo de las cosas_que_nunca_se_preguntan_no_vaya_a_ser_que_me_respondan. Menos mal que los niños siempre dan tema de conversación. Menos mal que tenían la crisis (que un señor muy importante dice hoy en un periódico que durará diez años más), la Casa Real, la corrupción general o la emigración del talento español para charlar un rato sin tener que hablar de nada. Así todo quedaba como estaba. Así se evitaban esos temas tan poco elegantes, con tan poco glamour, que no es aconsejable traer a colación en escenarios tan distinguidos. Así todo seguiría pareciendo aparentemente normal. Aparentemente bien. Aparentemente aparente.
PD. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Me temo que el café de ayer, no te sentó nada bien. A ver si prontito quedamos, hablamos de lo humano y lo divino, peinamos pelos, y nos contamos qué tal nos va.
ResponderEliminarUn besito.