sábado, 16 de febrero de 2013

Enamoramientos

Cuando tienes ocho o nueve años y te enamoras por primera vez, en realidad ¿estás realmente enamorado o crees que lo estás?

Recuerdo que cuando (a long time ago) yo tenía esa linda edad creía estar enamorada hasta las trancas de un zagal muy guapetón de mi misma edad. Y realmente estaba convencida de estarlo. Supongo que tenía una idea del amor basada en los libros de cuentos de los hermanos Grimm y similares, y de las pelis de dibujos de entonces. Vamos, que tenía una idea del amor un tanto infantil y estereotipada. Cuando uno se hace adulto y pierde la mirada de la infancia, entonces se piensa que lo sabe todo y que uno jamás puede enamorarse con 8 años porque no tiene ni idea de las cosas de la vida. ¿Quién de nosotros tiene razón, el niño o el adulto?

Volviendo a mis ocho años, aquella fue una época en la que llevaba esos horribles calcetines de perlé que te dejaban la piel marcada a fuego y que dolían mogollón, vestidos de nido de abeja y con lazo a la espalda, y el pelo repeinado con colonia. Al hacer mi primera comunión me regalaron un diario. Y como tenía miedo a que mi madre lo leyera y se enfadara conmigo, escribía en clave mis sentimientos de enamoramiento precoz: "hoy estoy muy feliz por eso que me ha pasado al salir del cole (traducción: me cruce con él por la calle y me dijo hola)", "hace muchos días que no pasa eso que quiero que pase (traducción: encontrarme con él casualmente en alguna parte). Nunca llegué más allá de eso, no fui capaz de expresarle abiertamente mis sentimientos, entre otras cosas porque creía que él estaba enamorado de mi prima, que siempre fue mucho más mona que yo. Ella apuntaba maneras de pibón desde pequeñaja, de manera que a su lado todas parecíamos el premio de consolación. Además, en aquella época y en un pueblo como el mío, encima yendo a un colegio de monjas, la posibilidad de que alguien del sexo femenino mostrarse algún tipo de acercamiento a alguien del sexo masculino era considerado algo parecido a un pecado capital.

De esta forma conseguí llegar a la adolescencia sin ninguna decepción amorosa de calado. Curiosamente ese amor infantil se convirtió en amor pavonil (por eso de la edad del pavo) y fue, para mi alborozo inicial, correspondido. Hasta que al chaval se le cruzó el cable de "qué guapo soy, puedo salir con todas las que quiera" y de "lo que más mola es salir con mis amigos" y me pegó el primer hachazo sentimental de mi vida. Luego la cosa se complicó y descomplicó nuevamente, y así anduvimos tres intensos años de amor va y amor viene, hasta que se rompió la cosa de forma definitiva. Pero todo esto forma parte de otra historia que en este momento no viene al caso.

Realmente lo que quería comentar es otra cosa. Resulta que el jueves pasado, San Valentín, asistí en la distancia al primer desengaño amoroso de un chavalín de 9 años amigo de mi hija que me dejó algo desolada. Al parecer, el muchacho se ha enamorado (o eso cree él) de una chiquita del cole de la misma edad. Y, muy valiente él, escribió una tarjeta de San Valentín para su amada. Como es un poco tímido, pidió a mi hija que le diera la postal a la niña de su parte ¿Y qué creéis que hizo ella al recibir la declaración de amor? La rompió sin leerla, con un par.

No sé qué motivos la impulsaron a hacer aquello. Quizá sabía de quién se trataba y le caía mal y quiso despreciarle de esa manera. Quizá estaba nerviosa y lo hizo sin pensar. Lo mismo creyó que era una broma de mi hija. Vete a saber. Sea como fuere, no pude evitar ponerme en la piel de ese niño y me entraron muchas ganas de llorar. Vaya tontería, ¿no? seguro que la cosa no fue para tanto, sólo fueron cosas de críos. Pero es que se me venían a la mente las cosas que yo sentía antes de los 10 años, la fuerza y sinceridad de los sentimientos, muchas veces ninguneados por los adultos, que no daban importancia a nuestras cosas porque los niños éramos entonces los últimos monos. Y esas cosas, la tristeza después de una regañina,  el miedo tras una pesadilla, la decepción cuando alguien nos despreciaba,  se quedan grabadas a fuego y te hacen la puñeta para el resto de tu vida.

Una de las amigas del niño, se le acercó y le dijo para darle ánimos: "no te preocupes, hay muchos peces en el agua", con esa sabiduría aprendida de escuchar a los mayores. Más de una vez me han
dicho la misma frase o yo la he dicho a alguien. Y realmente la frase es cierta, cada vez hay más peces por todos partes. Sólo que en ese momento de decepción, tú sólo ves un pez en el mar que se aleja de ti a toda velocidad para no caer en tus redes.

2 comentarios:

  1. Se puede escuchar cómo se rompía el corazón de ese niño... ten por seguro que él jamás lo olvidará. Pero ella a lo mejor va a buscarle cuando ya sea demasiado tarde, o quizás se lo hagan a ella.

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