Mientras desayunaba hoy he pensado en que ese ratito de la mañana es uno de los mejores del día. Estoy tranquila, en silencio, tomando café y tostada con aceite y leyendo el periódico en mi iPad comprado a plazos (gran invento el iPad y gran invento las compras a plazos). Y entonces he caído en la cuenta de algo y es que el mejor momento no es el rato que paso en tan agradables circunstancias. Lo que más me gusta es saber que voy a tener ese rato para mí antes de que pase realmente. El instante previo a que todo pase. Lo mismo sucede con los fines de semana. El mejor minuto del fin de semana es aquel en el que salgo por los tornos que controlan mi presencia en la oficina. Esa hora en la que tengo dos días y medio por delante para hacer montones de cosas que me gusta hacer o para no hacer ninguna de las cosas que no me gustan. E igualmente ocurre con las vacaciones.
El mayor disfrute es el saber que tienes tiempo por delante, que tienes montones de posibilidades, creerte que eres libre de verdad en el contexto de una falsa libertad coartada por los tornos de presencia, las rutinas diarias, los atascos, la necesidad de dormir, los otros y tus propios pensamientos "saboteadores".
Viva lo previo. Ahora me queda aprender a disfrutar del durante. Y del después.
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