Es como un arañazo hecho con una hoja de papel, que no parece pero daña, y que nos transporta al lugar del que vinimos, el decorado que formó parte de nosotros desde el año en que nacimos y que que un día cualquiera dejó de hacerlo para empezar a echarnos de menos.
Es un deseo de querer regresar, de volver a tus orígenes, aliñado con un mucho de nostalgia y un poco de esa idealización que imprime la distancia física y temporal.
Yo nací lejos del lugar donde vivo desde hace 22 años. Cuando llegué no me atrevía siquiera a pensar en futuros domingos en familia aquí. Todo era provisional y sólo estaba aquí de paso. Mi Murcia querida, mis padres, mi novio de entonces, mi abuela, mis hermanos, mi familia al completo, mi sol... todo ello pesaba demasiado, se me hacían nudos por todo el cuerpo al pasear por aquellas calles desconocidas, que olían tan extraño y parecían salidas de una añeja postal.
Con el tiempo, despacio, muy despacio, empecé a encariñarme con esta ciudad. Sus calles ya no me parecían tan grises e inhóspitas. Sus gentes me gustaban. Su cielo, sus colores, su ruido, su sabor. La morriña fue perdiendo protagonismo hasta el punto de que los veranos que pasaba allá empezaba a tener ganas de volver acá. Se habían invertido los papeles. Ahora Madrid me guiñaba el ojo al pasar y a mí me gustaba. Mucho.
Doce años después de mudarme a la capital del reino me convertí en madre. Momento en el que además, pasé verdaderamente a ser madrileña de pro. No fue cuando encontré a mi novio y después marido. No fue cuando me ceñí el cinturón de la hipoteca. No fue cuando me casé. Fue cuando en aquel quirófano del hospital Virgen del Mar escuché el llanto de mi pequeña mientras yo le hacía los coros.
Y en ese momento también fue cuando la morriña volvió a mi vida con una inusitada fuerza. Cuando eché de menos el calor de mi familia, de mi padre, de mi madre, de mis hermanos, mi abuela, mis tíos y primos, mi casa, mi pueblo, mi ciudad. Sí, mis padres estuvieron a mi lado durante el parto y los primeros días. Mis hermanos vinieron a verme un finde. Y ya. Hubo llamadas también. Y ya. Eché mucho en falta todo lo demás. Las visitas, las conversaciones largas con el café, los piropos a mi princesa, el poder presumir de ella por los lugares que me vieron crecer...
Sí, puede parecer extraño que me apeteciera todo eso, que tras doce largos años aquí de repente me pusiera ñoña con el tema. Puede ser, pero así ocurrió y tras un relajo de un tiempo, el sentimiento brotó de nuevo cuando llegó mi segunda retoña. Con menos fuerza quizá, menos fuerza fruto de la resignación y el desengaño a los que tuve que amoldarme sin remedio. Porque es imposible estar en dos sitios al mismo tiempo.
Y es posible, a pesar de que a primera vista no se diría, sentir una morriña bidireccional, oportunista, que se mueve entre la ñora y el madroño, enmarañándonos la vida y las emociones según sople el viento.
Sí, puede parecer extraño que me apeteciera todo eso, que tras doce largos años aquí de repente me pusiera ñoña con el tema. Puede ser, pero así ocurrió y tras un relajo de un tiempo, el sentimiento brotó de nuevo cuando llegó mi segunda retoña. Con menos fuerza quizá, menos fuerza fruto de la resignación y el desengaño a los que tuve que amoldarme sin remedio. Porque es imposible estar en dos sitios al mismo tiempo.
Y es posible, a pesar de que a primera vista no se diría, sentir una morriña bidireccional, oportunista, que se mueve entre la ñora y el madroño, enmarañándonos la vida y las emociones según sople el viento.
Bego.......es tal cual....... La morriña...... Tener a la familia lejos...... Es durillo.... Seguro......y en esos momento más..... madrileña porque con hipoteca en la capital.....ya eres merengue........ Pero tu Murcia..... Es tu samgre que va por tus venas......
ResponderEliminarUn beso,cielo
Sí Bea, tal cual, una se siente de dos sitios a la vez y eso está bien porque tener dos tierras, o más, siempre enriquece y es una gran suerte.
EliminarUn besazo!
Que bonito!!!! Yo he sentido en mis propias carnes todo eso que cuentas, pero, a diferencia de ti, no fui tan fuerte para aguantarlo y decidí ponerle fin a esa morriña regresando a los brazos invisibles de mi tierra.
ResponderEliminarUn besazo
Qué chulo, los brazos invisible, me gusta esa imagen. Yo he estado tentada muchas veces y sin embargo me he quedado. Ahora ya no sería capaz de volver, o tal vez sí con los años.
EliminarUn beso!
Bego.... tenés esa capacidad de transportarnos a través de las palabras y ponernos en tu piel... Con tu Morriña me llevaste a aquel año que me fui sola lejos de los míos, añorando cada noche a mi querido Buenos Aires y todo lo que a mi ciudad rodeara: familia, amigos, paseos, hasta el caos de tránsito. Estaba en un pequeños pueblito de la sierra cordobesa, a 800 km de casa... No sé cómo habría sido si Muriel hubiera nacido allá... creo que me habría pesado mucho la distancia. La morriña se hizo carne en mí.
ResponderEliminarMe encantó como fuiste hilando la Ñ en el relato y la melodía del post!!! Como siempre, maravillosa!!!
Un besote enorme, merengue con corazón rojo Murcia
Bego... qué preciosidad de post. Los pelos de punta al final, con ese melodioso juego de palabras con la ñ, y esa reflexión tan profunda y acertada. La morriña es sin lugar a dudas oportunista y caprichosa, y aparece y desaparece como el viento, impregnando nuestras emociones de confusión. Morriña... añoranza,,, Ser madre implica nostalgia de un pasado, de un statu quo que nunca volverá... pero también nostalgia de los hijos, de la familia, cuando no están, y esa última nostalgia es especialmente intensa aunque paradójica.
ResponderEliminarSoberbio post. Inspirador, como siempre.
Un besazo, cielo!
Bego, he vivido de laguna forma lo mismo que tú. Me fui a 1000 kms hace mucho,y la verdad es que nunca me importó demasiado. Veía a mi familia con cierta frecuencia, aunque no siempre que quería.
ResponderEliminarPero una vez nacieron los niños, la distancia se hizo más larga. empecé a echar más de menos, a entristecerme porque los abuelos y las tías no participaban en su día a día.
Hoy por hoy, mi morriña no es por mi tierra (tengo bastante claro que nunca volveré allí a vivir) si no por las personas. Por eso me he venido un poquito más cerca y ahora, de 1000, he pasado a 600 kms
Has sabido envolverme con tu morriña... me has hecho reencontrarme con ese sentimiento que viví hasta hace bien poco..
ResponderEliminarY contenta y feliz por haber vuelto a mi ciudad, con mis padres y hermanas.. Pudiendo disfrutar del día a día...
Precioso texto, poético y evocador
Precioso me ha gustado mucho tu expresión y tu forma de contar las sensaciones que vives, yo por suerte no he tenido que irme de mi ciudad de momento y la verdad no se si llegaría a acostumbrarme a no estar aqui .... por eso entiendo esa morriña yo estoy muy unida a mi tierra y mis gentes. .. besos
ResponderEliminarUna preciosa y sentida descripción de lo que significa morriña. Te entiendo perfectamente. Mi familia también vivía lejos cuando nació mi hijo, y fue una gran felicidad que decidiesen acercarse para disfrutar del pequeñajo y echarnos una mano ^_^
ResponderEliminarBesotes
Lourdes
http://lapeormadredelano.blogspot.com.es
Es el mal del emigrante, ¿eh? Cuando estás aquí echas de menos lo de allá y al revés. Hasta que llega el día en aceptas la temporalidad y la provisionalidad de los cosas y consigues, de algún modo, llegar a sentirte bien en los dos sitios (o como dices: te resignas y lo aceptas) y de ahí a sentirte bien en cualquier lugar solo hay un paso.
ResponderEliminarExperimenté algo muy parecido tras el nacimiento de mis hijos, que como en tu caso, vinieron al mundo en "la ciudad equivocada" jajajaja.
Me has transportado a dos momentos de mi vida: uno muy feliz y otro el más triste. Me encantó tu entrada para la Ñ.
Por cierto, brillante el párrafo final con todas esas eñes tan adecuadas y bien puestas.
Qué curiosa la bidireccionalidad de la morriña! Es como tener dos hogares, ¿no? Personalmente no he tenido que experimentar/sufrir esa sensación que tan bien has descrito, pero me imagino que en ocasiones será muy duro.
ResponderEliminarTe ha salido un post precioso :-)
No tieene que ser nada fácil querer estar en dos sitios a la vez, en la ciudad que creciste y la ciudad que te ve crecer como madre.....
ResponderEliminarMe ha gustado mucho!!!
Besotes!
Bego, tu relato me ha llegado al alma, te lo juro. Ya van a ser casi 10 años desde que me fui de Lima con cero intenciones de volver, y sin querer queriendo, también me fui de EEUU (en donde vivía más adaptada que una gringa nata jajaja :) y aterricé en un lugar en el cual me costó mucho adaptarme. Sí, me costó muchísimo sentirme a gusto aquí. Y debo confesar que fue después de ser madre que empecé a querer a esta tierrita colombiana. Ojo, no la empecé a querer por ser el lugar de mi esposo, sino por ser el lugar de mi hijo. Y como tú, añoré como nunca a esa Lima gris que tanto detestaba en mi vida universitaria y a envidiar a mis amigas que se habían quedado allí, y al ser madres, habían tenido a su familia al lado de forma permanente. Una vez más, me has puesto a pensar :)
ResponderEliminar