domingo, 23 de agosto de 2015

Se acaban las vacaciones ¿y qué?


En unas horas estaré de nuevo haciendo la ruta que vengo haciendo (casi) todos los días para ir a la oficina desde hace cinco años. Mis vacaciones se darán oficialmente por acabadas.

Y no voy a gritar un NOOO como una casa. Ni a tirarme de los pelos. Ni a levantarme con cara de asesino a sueldo despotricando por las redes sociales. 

No pienso leer tampoco ningún artículo sobre cómo afrontar la rentrée, el síndrome postvacacional ni la vuelta al cole. No me da la gana oiga (el wasap que envié hace un rato a mis compis de curro explicándoles mi plan para huir mañana del planeta no cuenta, era simple postureo).

Este año la vuelta a la rutina no va a poder conmigo. 

Tengo planes para evitarlo. Por ejemplo, me voy a tomar la vuelta con mucha calma, no sólo mañana, primer día, sino toda la semana. Lo cual quiere decir que leeré los (¿300?) emails a mi ritmo y los contestaré a una velocidad incluso más lenta. Además repasaré todo mientras respiro lentamente y de paso, si puedo, me marco algún hipopresivo para ir recuperando la(s) forma(a) perdida(s). 

No pienso tomarme nada a la tremenda, por mucho retintín o malas formas que se pueda gastar la gente que SÍ esté de mal humor por haber vuelto de la playa. Al contrario, sonreiré y sacaré a relucir mi lado más zen, y de paso me levantaré a tomar el aire y/o un cafelito.

Me prepararé para conseguir este estado mental desde bien temprano, desayunando en casa tranquilamente mientras leo la prensa. Y después poniendo a tope mi lista de favoritos de Spotify en el coche.

Con calma, me tomaré una horita para repasar o quizá, recordar, todo aquello que tenía entre manos antes de marcharme tres semanas. Probablemente no haya ocurrido nada grave ni que haya requerido mi atención inmediata. Al menos eso espero, porque el móvil de la empresa se apagó (sin querer) hace 21 días y nada, ahí sigue, fundido a negro. 

Hablaré con mi jefe para pasar revista a temas de interés, que serán, eso espero también, sobre las vacaciones y poco más, porque mi empanamiento mental mañana lunes va a ser de órdago. No soy yo. En realidad son los relajantes musculares que este maldito lumbago me obliga a tomar.

A mediodía me bajaré al cutre-gim de la oficina, que es eso, cutre, pero apañao y, aunque mañana no habrá clases de nada porque en agosto se cierra el chiringuito, intentaré mover mi "lumbagoso" cuerpo en una de las elípticas o en la bici estática (todas estropeadas). Esto suena fatal pero a pesar de lo penoso del asunto, las endorfinas suben igual. Y no hay nada como que esas cosas suban para sobrellevar un lunes de agosto vuelta de vacaciones mientras tus amigos siguen mandando fotos ideales en Instagram de las suyas. Esto antes no pasaba. Tú volvías de casa de tus suegros en algun punto del litoral español y, aunque sabías que tus colegas seguían de vacaciones por África del Sur o las Islas nosecuantitos, no era hasta la vuelta, y sólo si conseguían engañarte para enseñarte las fotos, cuando te mordías las uñas. Instagram es un invento del diablo para fomentar las envidias entre la población mundial y llevarnos al caos absoluto.

Mañana vuelvo a la oficina, ¿y qué? No pasa nada de nada. Es más, lo chungo sería no tener oficina a la que volver. "Mamá, pues yo podría quedarme de vacaciones cinco años". No te digo yo que no. Lo mismo me aburrría un poco de tanto viaje, tanta playa, tanto cóctel con pajita. Me buscaría algo que hacer fijo, que al final sería un trabajo, con su rutina y todo. Manda narices.

Lo mejor no es mañana, sino todo lo que vendrá después. A mí no me mola hacer propósitos de año nuevo, en cambio sí pienso y expreso en voz alta mis deseos de 'curso nuevo'. Estoy hasta por tomarme las uvas (¿vale un vinito?) ahora mismo. Creo mucho más en que los años empiezan en septiembre (o finales de agosto) que en enero. Septiembre, con su fresquito por la ventana, la rebeca por las mañanas, el sol de mediodía que alegra sin quemar, las tardes aún largas. Enero es tan triste. ¿A quién se le ocurrió empezar el año un mes tan triste? El único día molón es el día 6.

Tengo ganas de empezar todos esos planes, de momento este finde ya los he puesto en práctica. Dedicar los sábados a ver alguna exposición o museo y los domingos a salir a hacer rutas por la sierra. Cultura y naturaleza. Me apetece mucho. Por supuesto todo ello mezclado con ver a los amigos, cuanto más mejor.

Otra cosa que quiero hacer es reservar una hora mínimo al día para escribir y una noche entera a la semana (entiéndase desde que acaba la cena hasta las doce de la noche).

Y como objetivo primero y principal, conseguir acompañar a mis hijas en este curso de la mejor manera posible. La mayor empieza el instituto, al que no temo pero respeto. La peque segundo de primaria. Si primero fue una odisea, imagino que segundo será por el estilo. Necesitan mucha dedicación, mucha escucha, mucho esfuerzo por parte de ellas y nuestra (su padre y yo). 

Todo ello teniendo como máxima esto que escuché anoche y que no se me va de la cabeza: Dejar ir (título de un libro que le regalaron a una amiga). Dejar ir lo que no me convence, lo que no me gusta, lo que me daña, lo que no me deja avanzar. Dejar ir pensamientos, resentimientos, prejuicios, sentimientos que no aportan, que no me sirven, que me oprimen. Dejar ir recuerdos, dejar ir cosas que imagino que sucederán, cosas que nunca haré ni seré. Y centrarme en lo que sí que soy.

Así que no puedo permitirme el lujo de entristecerme o estar de bajón por una simple vuelta de vacaciones.

Ni siquiera cuando cambien la hora, cosa mucho peor que cualquier síndrome postvacacional. 

¡Ánimo para todos! Feliz vuelta.


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