lunes, 13 de enero de 2014

Esos silencios incómodos


Cuando estás en el ascensor con un vecino al que sólo ves en la piscina los veranos y en este cacharro los inviernos. Se te ocurre preguntar qué tal los niños. Tras el siguiente, "muy bien, creciendo, ¿y los tuyos?" (Te muerdes la lengua para no decir que son niñas y no niños), esos 30 segundos que quedan hasta el garaje te parecen más largos que las noches de diciembre.

Cuando viajas con un compañero de trabajo al que no conoces mucho. Con el que no tienes en común un jefe al que criticar u otros compañeros sobre los que cotillear. Te esperan unas horitas en el avión, o en coche, o en ambos. Tras hablar de lo típico: las últimas vacaciones o las siguientes, o en su defecto el próximo puente; el tiempo, o lo poco que te gustan las turbulencias, te quedan pocos temas de conversación. De actualidad mejor no hablar, por aquello de que sobre política, religión o fútbol, es preferible no mojarse ante desconocidos. De temas personales tampoco: "¿tienes hijos?", "no", vale, y ahora ¿qué pregunto? O ¿qué digo? Lo mismo no pueden... Qué socorrido el tema de los niños...

Cuando entras al comedor de la empresa y no encuentras a nadie de los que suelen comer contigo, y vas y te sientas con alguien conocido, pero no mucho, de los que no son precisamente unos conversadores natos. Y tras hablar de lo mala que es la comida corporativa, de que falta poco para el viernes o de los atascos impresionantes cuando llueve en Madrid... Se agotan los temas. Tú te estrujas el cerebro en busca de algo que decir que no suene a lugar común y, sobre todo, que permita un mínimo diálogo de cinco minutos al menos.

Esos silencios... Entre tú y tu pareja cuando una discusión da paso a unos cuantos minutos (u horas) sin decir nada.

Entre amigos al teléfono que no saben qué decirse sin una aplicación móvil de por medio.

Con esos niños tímidos de los demás, cuando te quedas echándoles un vistazo cuando sus padres van un momento a alguna parte y tú te conviertes en niñera improvisada. Y les preguntas por el cole y dicen"bien", por su amigo favorito y contestan "Pablo", por su juguete preferido y responden "no sé, todos". Con lo que hablan mis hijas, hay que ver, ojalá se le pegara algo de su verborrea.

Silencios que son pausas, en las que al menos una mente (la mía) discurre a toda velocidad sugiriendo temas sobre los que hablar, buscando el discurso adecuado, la frase ingeniosa, el chascarrillo sobre el que pasar el rato hablando sin decir apenas algo. Nada. Que no se me ocurre. Que no salgo de la socorrida crisis (de algo tenía que servir), la lluvia, los atascos, la insufrible programación de televisión o  la decadencia de la sociedad de consumo. 

¿Seré yo? ¿Serán ellos? ¿Por qué con algunas personas las palabras fluyen? ¿Y con otras se atascan y no hay manera de hacerlas salir?

¿Por qué unos silencios incomodan y otros calman y son necesarios?


6 comentarios:

  1. Yo en esos silencios que comentas suelo pensar que el otro está exactamente igual de cohibido que yo, y que tiene las mismas ganas de huir. Así que, a callarse ambos, que el terror al silencio es algo que debemos ir superando como sociedad.
    Y hay otros silencios que dicen mucho... Necesarios para coger aire y volver hablar, pero con coherencia. Con ganas. Silencios cómplices.
    Ahora estoy en uno de esos silencios. Volveré.
    Muaaa

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  2. Muy buena pregunta, has sabido dar cabida a prácticamente todos los silencios incómodos. Ains, algunos son bastante tediosos y fastidiosos. Dan ganas de meterse en un agujero y desaparecer.
    Otros en cambio, ¡son mágicos!
    Besos especiales!

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  3. Yo no soporto los silencios incómodos, aunque también es verdad que vivo pocos momento así ¡porque yo no callo nunca!

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  4. Yo tampoco los soporto. Y lo peor es que siempre me pongo nerviosa y acabo hablando más de la cuenta. Luego me voy pensando qué le importará a éste/a el rollo que acabo de soltarle, jejeje
    ¡Besotes!

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  5. jajaja, mirando al techo y silbando por lo bajini

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  6. Mira que me gusta hablar, y tú bien lo sabes, pero lo que no sabe nadie es que adoro esos silencios entre las personas que no necesitan rellenar de palabras sus instantes compartidos. Cuando se llega a ese estadio con alguien, se ha llegado al súmmum de la complicidad. Mientras tanto, qué menos que dejar que la conversación, y las emociones, fluyan. Y cuando eso no se produce, cuando el silencio se hace incómodo e insoportable o te obliga a mantener conversaciones sobre cualquier cosa, mejor no hablar.
    Me quedo con la frase: "No digas nada si no vas a mejorar el silencio".
    Me ha encantado, Bego!

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