domingo, 23 de noviembre de 2014

Los hombres del traje gris

La tarde era inusualmente cálida para el noviembre que era. La Castellana tenía esa luz entre dorada y gris que tiene Madrid a las cinco, cuando el día promete ser, falsamente, largo y lleno de posibilidades.

El tráfico era denso aunque fluído. El pensamiento iba de acá para allá de una forma ordenada, saltando de tema en tema sin prisas, sin estrés, extrañamente sin agobios.

El trabajo quedaba atrás esa jornada. No del todo, pues se dirigía a un evento relacionado con su actividad profesional. Sin embargo, sentía que en ese lugar, en ese momento, podría olvidarse un poco de todas sus rutinas, sus tareas pendientes, su jefe, sus compañeros, la crisis mundial, la tutora de su hija pequeña, siempre escribiendo notas recriminatorias en la agenda, las gafas por cambiar la graduación de la mayor.

El lugar era fantástico, la Casa de América, ese sitio al que no podía ir sin recordar sus historias de fantasmas, su misterio y su glamurosa terraza de verano de la copa a 15 euros.

Entró sola y enseguida sintió como si la hubieran transportado al mundo de los hombres grises de Momo. Muchos señores de traje gris, como en una canción de Sabina multiplicada por ene. A la mayoría les quedaba grande o raro o corto o estrecho. 

Pocas mujeres, muchas azafatas, casi todas muy jóvenes.

Había 3 ponencias y un role play. Hablaron 9 hombres y 1 mujer, que representaba el papel de Directora de Marketing en la simulación del caso real. Entonces le vino a la mente esa cifra que dice que son muy pocas las mujeres directivas y que la mayoría de ellas ocupan cargos en Marketing o Recursos Humanos. Pocas CEOs, pocas Directoras Financieras, pocas Directoras de IT.

Mientras los señores contaban sus discursos más o menos interesantes, sin faltar esos chistes y anécdotas personales que aconsejan en cualquier clase de comunicación en público, o cualquier tuit de "las 10 cosas que debes hacer...", ella pensaba: ¿de verdad a esta persona le interesa lo que está diciendo? ¿Ama su trabajo? ¿No preferiría estar ahora en el gim o tomando una cerveza?

Y los imaginó a todos renegando por dentro sobre lo que decían y sobre estar allí en ese momento. Intentando vendernos su producto a los presentes. En realidad el producto de su empresa. Uno de esos gigantes tecnológicos con miles de empleados en el mundo, con miles de millones de facturación. Donde el jefe supremo será un señor como ellos, sólo que con un traje que le queda niquelado. De Armani tal vez. Que no sabe lo que es no llegar a fin de mes. Que no sabe lo que es viajar en un smart a uno de estos eventos y sufrir porque has dejado el coche en el parking.

De nuevo esa sensación de estar mirando todo desde fuera, como en esas reuniones de empresa plagadas de señores de negro o azul, donde todos quieren demostrar que saben mucho y que merecen su sueldo y sus bonus, cuando quien sabe si realmente lo merecen. Quién sabe si realmente quieren estar ahí. Quién sabe si aprecian el trabajo de los que están un nivel o dos por debajo de ellos. Estar por debajo o estar por encima. Ese es el mundo de la empresa.

El evento llegó a su fin, las luces se encendieron y comenzó el networking. Eso que toda la vida de dios ha sido el momento cocktail y que ahora llaman así para disimular que a lo que todo el mundo le gusta allí es ponerse tibio a canapés y vinos.

Ella se marchó, era tarde, las niñas estaban a punto de irse a la cama. El buenpadre se ocupaba de ellas sí, sólo que a ella le apetecía llegar a ese momento del beso. Al menos el beso. Además el coste del aparcamiento se le iba a ir de las manos. Y sobre todo, qué pintaba allí, rodeada de gris.

De camino a casa pasó por un montón de lugares comunes. El Hard Rock, donde los turistas se hacían fotos (ser turista en Madrid tiene que molar). Los restaurantes caros de la arteria madrileña, con sus aparcacoches y sus porteros con pinganillo. El ABC de Serrano, donde no te sientes como en Momo pero sí como en un lugar extraño al que no perteneces. Tanto lujo, todo tan caro, todo tan de ellas con su manicura perfecta y de ellos con su pelo engominado. Imaginar por un rato ser uno de ellos y no tener que mirar la etiqueta del abrigo que les compras a tus nenas.

El trayecto llega a su fin en el extrarradio de la ciudad, donde los ladrones de cobre han extendido las tinieblas.

El día llega a su fin. Con su tortilla de dos huevos. Sus besos infantiles. Su rato de charla con su marido para decidir cuándo será el mejor momento para cambiar de coche, pues éste ya está muriendo y a punto de convertirse en un bolsillo roto.






5 comentarios:

  1. Bueno... pero seguro que esos señores de gris ni tienen un blog como este ni, sobre todo, escriben como los ángeles...

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  2. Ser turista en Madrid mola, la próxima vez metes la tortilla en un bocadillo y sales con niñas y todo a ver los colores de la ciudad, no hace falta ni llevar coche :)

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  3. Los hombres grises, como en Momo, eran aburridos, y así hay un montón por esta vida. Hay que mantener una ilusión, una alegría para poder vivir en un mundo que por momentos se vuelve gris.

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