¿Meandro? ¿Eso qué es lo que es?
Meandro según la RAE:
(Del lat. Maeander, -dri, y este del gr. Μαίανδρος,
río de Asia Menor de curso muy sinuoso).
1. m. Cada una de las curvas que describe el curso
de un río.
2. m. Disposición de un camino.
3. m. Arq. Adorno de líneas sinuosas y repetidas.
Esta es la primera vez que me traigo la RAE al AZ de
la maternidad. Lo hago porque he escogido una palabra que, a simple vista, no
parece tener nada que ver con los sentimientos maternales (sustituyase esta y
otras referencias femeninas por su equivalente masculino según el caso). Ahora
verás cómo esto no es así, al menos desde mi experiencia.
Empecemos por el principio. Por el momento en el que
no eres madre. Sólo el hecho de decidir si quieres o no ser madre y cuándo
quieres serlo en caso de decidir que sí, ya supone recorrer un camino lleno de
curvas. A cuál de ella más sinuosa. ¿Realmente quiero tener hijos? ¿Podré
tenerlos? ¿Encontraré a la pareja adecuada? ¿Seré capaz de cuidarlos? Si no soy
capaz de cuidar de mí...¿Seré capaz de mantenerlos? Si no llego a fin de mes...
¿Seré capaz de renunciar a mi vida cómoda y a mi tiempo para mí? Tic tac tic
tac. El reloj mientras tanto sigue su curso mientras tú te mareas de tanto
giro. Es realmente agobiante para muchas personas, especialmente para las
mujeres, que tenemos ahí la espada de Damocles del arroz que se nos pasa y todo
eso.
Cuando ya una decide que sí, y cree que el momento
(pareja, estabilidad profesional, madurez, etc) ha llegado, el río puede
convertirse en una línea recta o volverse todavía más curvado, como una especie
de circuito de fórmula 1 lleno de trampas.
Afortunadamente no fue mi caso con mi maternidad
biológica. Fue relativamente sencillo conseguir un embarazo. Sin embargo,
seguro que conoces a alguien a tu alrededor, o quizás tú misma, quien no lo ha
tenido nada fácil para concebir y/o llevar a término su estado de buena
esperanza. Los tratamientos de fertilidad existentes hoy día han logrado que
ese meandro maternal sea menos opresivo y que muchas parejas o mujeres solas
hayan cumplido su sueño de formar una familia por esta vía.
Como sabes, mi segunda maternidad fue un poco más
difícil. Tuve que navegar por las aguas bravas del “río" adoptivo. De
nuevo tuve suerte y, aunque el viaje estuvo plagado de paradas intermitentes y
momentos en los que me sentía a la deriva, llegamos a buen puerto en un tiempo
relativamente aceptable. Tremendamente bueno si miramos la situación actual
(más de 4 años de espera para Etiopía).
Y por fin somos madres. ¿Ahora qué? Se supone que
estamos completas, en estado de plenitud, que vivimos en una especie
de estado mágico y perfecto que da sentido a nuestras vidas y nos
convierte en mejores personas. Esto es cierto sí. Pero no siempre. Y no todo el
tiempo. A veces una se siente sobrepasada por las circunstancias. No me refiero
al tema de los primeros meses, noches sin dormir, lactancia o biberón, colecho
o no, primeras fiebres, primeras separaciones...esos son meandros chiquititos
comparados con todo lo que viene después y todo lo que hay alrededor.
Por ejemplo, el famoso y sin resolver tema de la
conciliación. Ya lo comenté en este blog hace un tiempo y no voy a extenderme
mucho. Es un tema muy difícil al que no se le da importancia ninguna en esta
sociedad. Si un día las abuelas y las asistentas se pusieran en huelga a la
vez, este país se paralizaría. Bueno no. Que los hombres seguirían yendo a
trabajar es verdad. Cómo está mi cabeza.
El tema de cómo compaginar horarios laborales e
infantiles es un meandro hecho a base de meandros infinitos, como esas fotos
que te haces frente a un espejo. Cuando por fin has conseguido encajar todas
las piezas, viene una ráfaga de viento en forma de gripe mezclada con una
huelga de transportes y la hemos liado parda. Lo extraño es que los padres y
madres sigamos viviendo como si nada, sin volvernos locos ni cometer
estupideces más allá de olvidarnos las llaves dentro de casa.
Y esto no es todo amigos. Las madres y padres nos
pasamos la vida sorteando peligros en forma de fracaso escolar, acoso, mala
conducta, baja autoestima, incivismo, obesidad infantil, adicción a los
videojuegos, a la tele, a las drogas, problemas de relación con los demás,
celos de hermanos, celos de amigos, consumismo, resistencia a la frustración,
virus, bacterias, adoctrinamientos varios, malas influencias, coste del
material escolar, piojos, manchas que no se quitan, calcetines desparejados,
preguntas comprometidas, desamores, sexo sin protección (sí, esto también
llegará), abusos, etc, etc, etc.
Tanto es así que los ojos se nos ponen como de búho,
los oídos como de Superman, tenemos el gusto de un catador de la corte y la
nariz como el protagonista de El perfume. Alerta, siempre alerta a cualquier
señal que nos pretenda sacar del cauce y nos deje desolados en la orilla y
a nuestros hijos remando solos.
Todo esto por no hablar de cosas aún peores que no
tengo cuerpo para mencionar.
Este post no trata de convertirnos en héroes y
heroínas a los padres y madres del mundo (aunque muchas veces creo que los somos
un poco) tan sólo expone una serie de hechos. No es una queja, porque no tengo
motivos realmente fuertes para quejarme y no me gusta hacerlo. No es un llanto,
aunque a veces a una le entren ganas de llorar en medio de las turbulencias. No
es ni mucho menos la añoranza de mi época de no madre o una forma de avisar a
otras de que esto no es un camino de rosas. Es simple y llanamente la
constatación de una realidad, una crónica de los hechos, un sentimiento que me
acorrala en los días peores. Esos en los que necesito más que nunca la luz de
mis chicas para no ahogarme ni dejar que me lleve la corriente.