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martes, 9 de agosto de 2016

El viaje (a Italia) de nuestra vida (II): Milán


Aquel sábado de junio nos levantamos de noche y no nos importó. Sabíamos que todo era porque comenzaba nuestro viaje. Así que a las niñas no les costó nada salir de la cama a aquella hora indecente del fin de semana.

Fuimos en nuestro coche, el viejo, y contratamos uno de esos parkings low cost que invaden Google, serviparking.com. El día anterior lo reservé y pague: 60 euros por 10 días, con recogida y devolución en el aeropuerto, y lavado gratis. Todo muy barato y cómodo, con la excepción de que lo del lavado no es cierto, a pesar de que lo anuncian a bombo y platillo en el buscador. 



Tras pasar el control y el embarque sin sobresaltos, por fin estábamos en el avión. "Mami, ¿qué significa esto?" dice mi hija pequeña mientras me señala las horribles ilustraciones sobre seguridad que Ryanair exhibe en los reposacabezas. "¿Vamos a bajar en tobogán?". La verdad es que esta aerolínea no se anda con tonterías, te planta ahí los dibujos delante sobre qué hacer en caso de catástrofe y hala, a pasar un buen vuelo mientras tratas de poner los ojos en blanco para no ver los detalles.

Aterrizamos en Bérgamo, Milán, sobre las doce de la mañana. Para recoger el coche del alquiler, teníamos primero que ir al mostrador de la compañía, que fue Hertz. Y ahí ya tuvimos la primera sorpresa del viaje. Siempre que se planifican los gastos de un viaje, hay que dejar espacio para las sorpresas.

La reserva que hice por internet incluía GPS por unos 3 euros el día. Allí me dijeron que los gastos de devolución del cacharro serían 50 euros, ya que dejaría el vehículo en Florencia. Tras quejarme convenientemente y comprobar que eso no estaba escrito en ninguna parte en el contrato, me dieron un coche con GPS incorporado, un Volvo V60 que no estaba nada mal. Aunque a cambio, aquí llegó la segunda sorpresa, tuvimos que pagar el seguro a todo riesgo, unos 35 euros la jornada, porque la franquicia es de 2.000 eurazos.

Cuando ya teníamos las llaves, faltaba llegar al parking, para lo cual había que montar en un autobús con sillones tapizados, 60 personas con maletas y un calor de mil demonios. Lo bueno es que el trayecto sólo dura 5 minutos y que ese tiempo no da para una deshidratación en condiciones.

Tal era el sofoco que llevábamos encima que nos pusimos en marcha sin comprobar el idioma del GPS, cuyo último cliente debió ser oriundo de un país aún por descubrir. Nos perdimos varias veces y por consiguiente perdimos, además, los nervios. Sí, los viajes son una gozada y, además, no son todo lo que sale en Instagram. Se viven también momentos de tensión que hay que saber cortar cuanto antes. Así que pusimos la música a tope y cantamos baladas italianas hasta que no pudimos más, diez minutos después.

El viaje a Milán dura una hora más o menos y por supuesto hay que pagar. Italia está llena de autopistas de peaje y la gasolina es algo más cara que en España. Así que hay que aprovechar y hacer fotos a todo lo que parece diferente y vivir el viaje pensando que a la vuelta te va a tocar la lotería y todo te saldrá gratis.

Nuestro hotel estaba a las afueras de Milán, en el Sesto San Giovanni. El Grand Hotel Duca di Mantova, muy cerca de la línea de metro que te deja directamente en la Piazza del Duomo, o sea, la Plaza de la Catedral. Un hotel de cuatro estrellas con una habitación enorme tipo suite y desayuno buffet para los cuatro por 89 euros la noche. Además hay un centro comercial al lado, Vulcano, lleno de las típicas franquicias, donde comimos el primer día un menú de McDonalds. No hubo manera de convencer a cierta señorita de comer algo un poco más italiano. 

“Milán es una ciudad que no tiene nada, excepto la catedral”.

Esta frase, que tuvimos que oír varias veces antes de poner un pie en la ciudad, retumbó en mi mente toda la tarde.   


Mientras paseaba por la Galería Vittorio Emanuele II y admiraba, catalejo en mano, la belleza de sus frescos en lo alto, simbolizando cuatro continentes: Europa, América, Asia y África.



O soñaba con entrar cual japonesa en Prada y calzarme unos taconazos del escaparate, para después hacerme con un Louis Vuitton y lucirlo en la terraza del Campari y en el Savini más tarde, degustando una deliciosa cena.



Cuando tomamos un delicioso café junto a la famosa Scala.

Al admirar el Duomo por fuera y por dentro, a pesar de que tuve que comprar un bata de esas de peluquería para no ofender a Dios con mis tirantes. Una pena que no llegamos a tiempo de subir a la terraza.

Durante nuestro agradable paseo por la Vía del Mercanti y la Vía Dante hacia el Castillo Sforzesco. El primer helado cayó en ese paseo, en el Mercanti Cafe. Uno de los helados más ricos que tomamos, aunque bastante caro, unos 4 euros por un cono de una bola.

También resonaba en mí la frase sobre la falta de interés de Milano cuando llegamos al castillo y descansamos junto a la fuente mientras nos salpicaba el agua.


Y ya, por último, cuando caminamos hasta llegar a la zona de las Columnas de San Lorenzo, ruinas romanas que no tienen un atractivo enorme, sin embargo, a su alrededor, los italianos se juntan sobre las siete y media a tomar el famoso aperitivi. 

Y nosotros, como si fuéramos como ellos, siendo como éramos tan guiris como cuando ellos vienen a vernos, nos sentamos en una terraza y pedimos nuestra bebida acompañada de costrinis y verduras con salsas. No creo que fuera el mejor local de la zona, pero qué rico sabe todo cuando estás de vacaciones, no tienes prisa, y la cerveza está bien fría.

Nos quedó tanto por hacer…sobre todo visitar la enorme tienda outlet de ¡golosinas! que nos encontramos de vuelta al hotel. No, en serio, nos quedamos con muchas ganas de ver La última cena de Leonardo Da Vinci, en el convento de Santa Maria delle Grazie. Hay que reservar con mucha antelación para conseguir entradas y yo no estuve atenta. Además me quedé con enormes ganas de caminar por el barrio de los canales, los Navigli, que fueron construidos a partir de un diseño del mismo Leonardo para transportar el mármol que se usó para hacer la catedral.

Milán es mucho más que el Duomo y la Galería y que todo lo que nosotros vivimos y lo que no.




Así que tenemos pendiente volver a esta fabulosa ciudad llena de cosas por hacer, ver, oler, tocar, escuchar, degustar y sentir. Como hicimos un poco el guiri, aparte de hacernos los italianos, acabamos pisando las partes nobles del torino de la Galería Vittorio Emanuele y girando tres veces sobre nosotros mismos. Y con eso dicen que tienes la vuelta asegurada. Aparte de un mareo bestial.



Próxima parada...la Spezia.








lunes, 10 de junio de 2013

Oporto en 28 palabras

  

Arte: el Museo Serralves de Arte Contemporáneo nos descubrió a dos artistas como Alberto Carneiro y Jorge Martins de los que dejo pendiente escribir un post en exclusiva.


B&B Porto Centro: excelente hotel en pleno centro de Oporto, junto a la calle comercial Santa Catarina (de la que sólo salvaría una tienda, el archifamoso café Majestic y la Capilla de las Almas). Habitación de lujo por 46 € la noche. Absolutamente recomendable.


Cais da Ribeira: está en la desembocadura del Duero y se trata de la parte más recomendada y visitada de todo Oporto. El paseo por el caso antiguo hasta llegar a la ría fue para mí lo más bonito. Eso y cruzar al otro lado para beber vino de Oporto en una terraza molona que más adelante reseñaré. Comer en esta zona, antes de cruzar el puente, es hacerlo donde están todos los guiris como tú. Además es caro, sin embargo, la vista y el olor a mar merecen la pena.





Escaparates: me sorprendieron varios escaparates en nuestra pateada por la ciudad. Éstos son algunos ejemplos.


Francesinhas: es un sandwich especial típico de Oporto. Tiene dos pisos y va rellena de diversos tipos de embutidos y carne. Se recubre con queso y se acompaña de una salsa de cerveza y tomate. La verdad es que no nos llamaba nada la atención, sin embargo, en el restaurante donde la pedimos nos la presentaron muy bien y en formato mini. Y estaba buenísima.


Gargantilla: nos encontramos con un mercadillo de artesanía por una callejuela cercana a la librería Lello. Vi una gargantilla que me encantó, con letras impresas, y pasé de largo porque no quería gastar en caprichos. Mi amiga me dijo las palabras mágicas, "no te quedes con las ganas" y volví a por ella. La artesana, María Branco tiene cosas chulísimas y según me dijo, acepta encargos de fuera de Portugal. Allí compré además dos colgantes muy cuquis para mis niñas y todo muy bien de precio.


BolHao: es el nombre de un mercado que sale en todas las guías y que no pudimos visitar por falta de tiempo. Sólo pudimos verlo por fuera. Nuestra estación de metro más cercana estaba allí también.


Iglesias: en la plaza donde estaba nuestro hotel se levanta la conocida iglesia de San Ildefonso, en la foto. Me llamaron mucha la atención los azulejos de la fachada, también presentes en la Capilla de las Almas. Los azulejos y la ropa tendida decoran las casas típicas de Oporto y dan lugar a verdaderos espectáculos de color.


AguJetas: las que tengo hoy después de dos días sin parar de caminar con unas botas no adecuadas para grandes caminatas.



EureKa shoes: me atrevería a decir que es la mejor zapatería de Oporto con diferencia. Hubiéramos comprado todos los zapatos. Me enamoré de unas sandalias que espero poder conseguir por la web. Ays, qué bonicas. Me acabo de enterar de que no hacen envíos fuera de España, snif.

 





Lello: la librería más famosa de Oporto y una de las tres librerías más bonitas del mundo. En ella se han rodado escenas de la saga de Harry Potter. Lo más espectacular es la escalera interior en madera a la que no dejan hacer fotos. Demasiada gente. No apetece curiosear porque falta un poco de tranquilidad.


Majestic: la cafetería de visita obligada en la ciudad, inaugurada en 1921 con el nombre de Elite. Lugar de encuentro de artistas, escritores, políticos e intelectuales. Marcó un hito en la historia al ser el primer café de la ciudad en permitir la entrada a las mujeres. Rico café y delicioso pastel de nata del que habló en la letra P.

Noche: se supone que hay tres calles que concentran la actividad fiestera y, según nos dijeron, también concentran los botellones. Puede que eso mismo nos echara para atrás. Eso y las cuestas y escaleras mil que tuvimos que atravesar durante el día. El caso es que no conocimos la noche. Cansancio infinito.


MuÑecos: nada más salir del hotel, una tienda de la calle de Santa Catarina llamó nuestra atención. Ropa y complementos chulísmos y muy caros. Qué pena no ser rica. Como decoración tenían la instalación de la foto. Un teatro para muñecos de lo más variopinto.





¡Oh, qué bonito todo!: miraras donde miraras era fácil descubrir algo bonito y digno de ser fotografiado. Eso sí, hay muchísimos edificios en ruinas, a punto de derrumbarse o muy mal cuidados, pidiendo a gritos un restauración urgente, como se ve en la foto justo encima de este texto.

También destacaría los olores. Oporto huele a mar y a ricas viandas, a verde y a lluvia, a tierra mojada, a vino y a historia.


Pastel de nata: riquísimo dulce típico que no lleva nata a pesar del nombre. Hojaldre y crema pastelera deliciosa. Mejor con canela. En el Majestic están de muerte.


Quilos: 10 es el peso tope que permite Ryanair por maleta de mano. Esto nos obligó a llevar poco equipaje y nos hizo pasar mal rato a la vuelta en la cola del embarque. Un kilo es lo que he ganado en estos dos días. Hoy, ensalada.

Ryanair: compañía de vuelos low cost que al parecer ostenta el record de puntualidad. Lástima que nosotras no pudiéramos dar fe de este hecho porque nuestro vuelo de ida se retrasó 5 horas y 40 minutos. Como pensamiento positivo nos repetíamos que, gracias a ese retraso, estábamos vivas, pues el aparato que tenía que llevarnos tenía un fallo técnico. Si nadie se hubiera dado cuenta, lo mismo no estaba yo aquí para contarlo.



Serralves: es el nombre del Museo de Arte Contemporáneo del que hablé antes. El contenido nos gustó y el continente es espectacular. El edificio fue diseñado por Álvaro Siza, uno de mis arquitectos favoritos. Además, el museo se encuentra rodeado de un precioso jardín romántico muy recomendable. Se respira paz en ese lugar.


Tranquilidad: ciudad muy calmada, apenas hay gente por las calles. No sé si se debía al mal tiempo, aunque lo dudo porque es una ciudad acostumbrada a la lluvia y a las nubes.

Urbanidad: los portugueses son muy amables, nos trataron muy bien en todas partes y siempre con una sonrisa en la boca, tanto los que viven del turismo como la gente de a pie, incluso, los conductores de autobús.


Vintage: por dos motivos. Por lo decadente de la ciudad, por esos edificios viejos y llenos de encanto que aparecen por doquier. Y por el vino de Oporto variedad Vintage que compramos en el aeropuerto y que bebimos que la espectacular terraza del Espaço Porto Cruz, un edificio muy chic acondicionado "para conmemorar la cultura del vino de Oporto”. Cuatro plantas que incluyen restaurante, sala de exposiciones, sala de catas y lo mejor, la terraza con vistas increíbles. 

SandWiches: tuvimos que conformarnos con este menú para la noche del viernes porque, como ya he contado, nos tocó pasarla en Barajas, terminal 1, la más fea de todas.

Foto extraída de www.guiadacidade.pt

X: en día y medio no da tiempo a mucho, así que mucho de lo que hay en Oporto seguirá siendo una incógnita. Como nos dijo un chico de la oficina de turismo: “lo mejor de Oporto no está en Oporto”. Las playas por ejemplo.


SeYrig (Theòphile): autor del puente de Luis I y discípulo de Gustave Eiffel. Tiene dos pasarelas, la inferior y la superior. Ni por un millón de euros una servidora atravesaría la superior. El vértigo es muy malo. Casi me muero atravesando la inferior. Esto es literal pues un autobús me pasó rozando.

Zzzzzzz: dormimos pocas horas por aquello de que queríamos aprovechar el viaje, lo cual se tradujo en bostezos varios y gran cansancio. El domingo estaba a las diez en la cama. Y me hubiera metido a las siete de buena gana.