Aquel sábado de junio nos levantamos
de noche y no nos importó. Sabíamos que todo era porque comenzaba nuestro
viaje. Así que a las niñas no les costó nada salir de la cama a aquella hora
indecente del fin de semana.
Fuimos en nuestro coche, el viejo, y
contratamos uno de esos parkings low cost que invaden Google, serviparking.com.
El día anterior lo reservé y pague: 60 euros por 10 días, con recogida y
devolución en el aeropuerto, y lavado gratis. Todo muy barato y cómodo, con la
excepción de que lo del lavado no es cierto, a pesar de que lo anuncian a bombo y platillo en el buscador.
Tras pasar el control y el embarque
sin sobresaltos, por fin estábamos en el avión. "Mami, ¿qué significa
esto?" dice mi hija pequeña mientras me señala las horribles ilustraciones
sobre seguridad que Ryanair exhibe en los reposacabezas. "¿Vamos a bajar
en tobogán?". La verdad es que esta aerolínea no se anda con tonterías, te planta ahí los dibujos delante sobre qué hacer en caso de catástrofe y hala, a pasar un buen vuelo mientras tratas de poner los ojos en blanco para no ver los detalles.
Aterrizamos en Bérgamo, Milán, sobre
las doce de la mañana. Para recoger el coche del alquiler, teníamos primero que
ir al mostrador de la compañía, que fue Hertz. Y ahí ya tuvimos la primera sorpresa del viaje.
Siempre que se planifican los gastos de un viaje, hay que dejar espacio para
las sorpresas.
La reserva que hice por internet
incluía GPS por unos 3 euros el día. Allí me dijeron que los gastos de
devolución del cacharro serían 50 euros, ya que dejaría el vehículo en
Florencia. Tras quejarme convenientemente y comprobar que eso no estaba escrito
en ninguna parte en el contrato, me dieron un coche con GPS incorporado, un
Volvo V60 que no estaba nada mal. Aunque a cambio, aquí llegó la segunda
sorpresa, tuvimos que pagar el seguro a todo riesgo, unos 35 euros la jornada,
porque la franquicia es de 2.000 eurazos.
Cuando ya teníamos las llaves, faltaba
llegar al parking, para lo cual había que montar en un autobús con sillones
tapizados, 60 personas con maletas y un calor de mil demonios. Lo bueno es que
el trayecto sólo dura 5 minutos y que ese tiempo no da para una deshidratación
en condiciones.
Tal era el sofoco que llevábamos
encima que nos pusimos en marcha sin comprobar el idioma del GPS, cuyo último
cliente debió ser oriundo de un país aún por descubrir. Nos perdimos varias
veces y por consiguiente perdimos, además, los nervios. Sí, los viajes son una gozada y,
además, no son todo lo que sale en Instagram. Se viven también momentos de
tensión que hay que saber cortar cuanto antes. Así que pusimos la música a tope
y cantamos baladas italianas hasta que no pudimos más, diez minutos después.
El viaje a Milán dura una hora más o
menos y por supuesto hay que pagar. Italia está llena de autopistas de peaje y
la gasolina es algo más cara que en España. Así que hay que aprovechar y hacer
fotos a todo lo que parece diferente y vivir el viaje pensando que a la vuelta
te va a tocar la lotería y todo te saldrá gratis.
Nuestro hotel estaba a las afueras de
Milán, en el Sesto San Giovanni. El Grand Hotel Duca di
Mantova, muy cerca de la línea de metro que te deja directamente en la Piazza del Duomo, o sea, la Plaza de la Catedral. Un hotel de cuatro estrellas con una
habitación enorme tipo suite y desayuno buffet para los cuatro por 89 euros la
noche. Además hay un centro comercial al lado, Vulcano, lleno de las típicas franquicias, donde comimos el primer
día un menú de McDonalds. No hubo manera de convencer a cierta señorita de
comer algo un poco más italiano.
“Milán es una ciudad que no tiene nada,
excepto la catedral”.
Esta frase, que tuvimos que oír varias
veces antes de poner un pie en la ciudad, retumbó en mi mente toda la tarde.
Mientras paseaba por la Galería Vittorio Emanuele II y admiraba,
catalejo en mano, la belleza de sus frescos en lo alto, simbolizando cuatro continentes:
Europa, América, Asia y África.
O soñaba con entrar cual japonesa en Prada y calzarme unos taconazos del escaparate, para después hacerme con un Louis Vuitton y lucirlo en la terraza del Campari y en el Savini más tarde, degustando una deliciosa cena.
Cuando tomamos un delicioso café junto
a la famosa Scala.
Al admirar el Duomo por fuera y por dentro, a pesar de que tuve que comprar un
bata de esas de peluquería para no ofender a Dios con mis tirantes. Una pena que no llegamos a tiempo de subir a la terraza.
Durante nuestro agradable paseo por la
Vía del Mercanti y la Vía Dante hacia
el Castillo Sforzesco. El primer
helado cayó en ese paseo, en el Mercanti Cafe. Uno de los helados más ricos que
tomamos, aunque bastante caro, unos 4 euros por un cono de una bola.
También resonaba en mí la frase sobre
la falta de interés de Milano cuando llegamos al castillo y descansamos junto a
la fuente mientras nos salpicaba el agua.
Y ya, por último, cuando caminamos
hasta llegar a la zona de las Columnas
de San Lorenzo, ruinas romanas que no tienen un atractivo enorme, sin
embargo, a su alrededor, los italianos se juntan sobre las siete y media a
tomar el famoso aperitivi.
Y nosotros, como si fuéramos como ellos, siendo como
éramos tan guiris como cuando ellos vienen a vernos, nos sentamos en una
terraza y pedimos nuestra bebida acompañada de costrinis y verduras con salsas.
No creo que fuera el mejor local de la zona, pero qué rico sabe todo cuando
estás de vacaciones, no tienes prisa, y la cerveza está bien fría.
Nos quedó tanto por hacer…sobre todo
visitar la enorme tienda outlet de ¡golosinas! que nos encontramos de vuelta al
hotel. No, en serio, nos quedamos con muchas ganas de ver La
última cena de Leonardo Da Vinci, en el convento de Santa Maria delle
Grazie. Hay que reservar con mucha antelación para conseguir entradas y yo no
estuve atenta. Además me quedé con enormes ganas de caminar por el barrio de
los canales, los Navigli, que fueron construidos a partir de un diseño del
mismo Leonardo para transportar el mármol que se usó para hacer la
catedral.
Milán es mucho más que el Duomo y la Galería y que todo lo que nosotros vivimos y lo que no.
Así que tenemos pendiente volver a esta fabulosa ciudad llena de cosas por hacer, ver, oler, tocar, escuchar, degustar y sentir. Como hicimos un poco el guiri, aparte de hacernos los italianos, acabamos pisando las partes nobles del torino de la Galería Vittorio Emanuele y girando tres veces sobre nosotros mismos. Y con eso dicen que tienes la vuelta asegurada. Aparte de un mareo bestial.
Próxima parada...la Spezia.
Pues anda que le hacen propaganda a Milán, qué lástima! Jajaja
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu crónica, ahora sé que Milán, como tú dices, es mucho más.
Un besazo!