La primera razón por la que quise tener hijos era porque me parecían mucho más divertidos los bebés de verdad que los nenucos.
Cuando tuve a mi segundo hermano ya tenia 9 años y medio. Este dato, unido al hecho de que siempre se me ha considerado "muy madura para mi edad", hacía que mi madre delegase en mí ciertas tareas de la crianza. Eran otros tiempos. El instinto afloró de nuevo. Me sentía tan mayor cuidando del renacuajo de mi hermano... Eso sí, en cuanto comprobé que todas las tardes de mi verano tenía que estar colgada del bebé, el instinto se largó con viento fresco.
La segunda razón por la que quise ser madre era porque comprobé lo bonito que es ser capaz de proteger a alguien.
El tiempo fue pasando y llegó mi adolescencia. De vez en cuando me quedaba al cuidado de mis dos fierecillas de hermanos. Sufrí mucho porque jamás me hacían caso en nada. Iban a su bola y yo tenía cero autoridad. Era como la delegada de clase que intenta que los niños se queden callados mientras la profe sale un momento del aula.
La tercera razón por la que deseé tener descendencia era para que alguien me hiciera caso de una vez. Inocente era un rato, pues con el tiempo descubriría el poco caso que pueden llegar a hacerte tus peques.
Después me fui de casa. Lejos. A estudiar la carrera. Fueron años locos donde las únicas veces que me imaginé siendo madre sentí escalofríos. ¿Quién piensa en todo eso mientras está estudiando en la Uni y disfrutando de su vida de estudiante en piso de estudiante con horarios y preocupaciones de estudiante? Pocos.
Tuve varios novios rana. Y unos cuantos ligues que no eran ya rana, sino asquerosos sapos con papada.
La cuarta razón que me hizo plantearme la maternidad fue el hecho de creer que un hijo me querría por encima de todo, incondicionalmente, tal y como era yo, al menos hasta cumplir los 14 años.
Entonces llegó mi príncipe, que no era azul, pero que era majete, buena planta, educado y culto. Lo mejor de todo es que me dijo que me llamaría y lo hizo. Me dijo que me quería unos meses después y me quiso, aún me quiere, que yo sepa.
Yo no pensaba entonces más que en living the love, salir, viajar, y esas cosas de la juventud.
Y entonces un día se nos ocurrió casarnos. Con bodorrio y todo, a lo grande. A lo loco, tras vivir en pecado un tiempo.
Y no sé si fue la influencia de las pelis de cine de barrio, el reloj biológico o que recibimos varias visitas seguidas de amigos con nenes muy pequeños, tan adorables como mis hermanos los de arriba.
La cuarta razón por la que quise ser mami fueron las ganas irrefrenables de achuchar a mi propio hijo, de comérmelo a besos, de cantarle nanas, de echarle colonia Denenes, de llevarle en brazos, de alimentarlo, de comprar toda esa ropa preciosa de los catálogos infantiles, de contarle cuentos, de que me contara cuentos, de enseñarle a ser persona, una buena persona, de hacerle reír, de escucharle, de crecer a su lado, de estar ahí siempre para poder darle la mano al caer.
A los trece meses de estos pensamientos nació mi primogénita.
Tenía delante de mí todas las razones, incluso las sinrazones, posibles.
Pero no fue suficiente. Quise más. Quisimos más. Quisimos repetir, aunque de una forma diferente. Le empecé, bueno más bien empezamos, a dar vueltas a una idea loca. Adoptar.
La quinta razón por la que quise ser (de nuevo) madre fue porque creía que había demasiados niños desamparados en este mundo. Y yo sentía por dentro la necesidad de traerme uno para casa. Y convertirlo en mi hijo o mi hija. Nuestro hijo o hija. Su hermano o hermana. Darle mimos, achucharle, criarle, quererle, crecer con él o ella, hacerle fuerte, acompañarle en su vida, permitirle crecer en una familia que, supuestamente, no tenía. Bien por haberla perdido o por otros motivos. Crecer en familia, un derecho de todos los niños que desgraciadamente no todos ejercen.
Tras haber sido madre de estas dos maneras, he reflexionado mucho sobre el hecho maternal, sobre lo que significa la maternidad para mí. En este blog podrás leer mucho al respecto.
Y hay, por supuesto que las hay, muchas más razones, la mayoría de las cuales he ido averiguando a lo largo de los años. Como el disfrutar del milagro de la vida y de la maravillosa inocencia de la infancia, así como el poder hacer el tonto en público junto a tus hijos sin que nadie te tome por gilipollas. O te tome por gilipollas pero te importe un pepino.
También, cómo no, está ahí ese motivo lugar común de pretender que los hijos vivan más felices de lo que fuimos nosotros. Y no me refiero por tener a su alcance más chuches o más cacharros. Sino por tener a su disposición muchas más posibilidades de las que tuvimos nosotros, y poder probar y elegir aquello que realmente les haga ser ellos mismos y sentirse en paz con el mundo.
Hay razones que aún no he descubierto y que sé, me esperan en algún cruce de este camino, de este difícil y arriesgado, a la vez que grandioso e inefable viaje. El más espectacular de mi vida.
mi abuela decía que ella había tenido hijos... para poder ser abuela x)
ResponderEliminarTu abuela es una crack :-))
Eliminar¡Increible! Ha sido precioso. Encantadísima de leerte todo lo que pueda.
ResponderEliminarMuchas gracias Raquel, qué bien que me visites :-) aquí estamos para cuando gustes...besos
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