Esta frase la repetía como un mantra a todas las niñas del parque y de cualquier sitio al aire libre donde encontraba a peques más o menos de su misma edad.
La mayoría le decían que sí y todo era felicidad y se juraban amor eterno para toda la tarde.
Cuatro años: "Mamá, tengo una amiguita en el cole que me invita a jugar a su casa? ¿Puedo ir mamá?
Mi hija mayor fue muy precoz socialmente. Comenzó a esta tierna a edad a frecuentar casas de compañeras de clase, en especial de una de ellas, con cuyos padres siempre nos hemos llevado la mar de bien y que a día de hoy se han convertido en amigos.
Cinco años: "Mami, ¿me dejas quedarme a una fiesta de pijamas en casa de C.? Porfaporfaporfaaaaaa"
Las relaciones se iban estrechando más y más...y era raro el fin de semana en que no viniera una niña a casa o fuera ella a la suya.
Al principio me estresaba un poco. Luego ya hasta me gustaba. Porque significaba que esa tarde noche quedábamos los padres a tomar algo en la casa donde se celebraba la pijamaparty y nos echábamos unas risas.
Crearon un grupo muy majo de amigas esos primeros años. Y por ende, los padres y madres también.
Tenían sus discusiones y sus cosas, como todos los niños, nada que no se solucionara con un "perdona" y un beso.
Jamás hubo un insulto, o al menos no fui consciente, o una burla.
El tiempo fue pasando entre fiestas de cumpleaños, de pijamas y tardes de juegos en habitaciones donde con cabía un alfiler por culpa de los juguetes acumulados.
Hasta que llegaron los ocho años y el cole decidió separar y mezclar las tres clases de tercero de primaria que habían estado juntas desde que empezaron con tres años.
"Por el bien de los niños", "es algo muy bueno para ellos que les aportará muevas amistades", "así se abren más y también desaparecen las etiquetas".
Era yo la única que no estaba contenta con la decisión. No me parecía que fuera bueno que separaran a amigos que llevaban cinco años estrechando lazos. En esta primera infancia se conforman relaciones muy importantes y a la vez muy frágiles. Lo primero porque se comparten muy buenos momentos y se crece en compañía de esos amigos. Se aprende con ellos. En unos años donde el tiempo pasa muy muy lento y todo se magnifica. Es sencillo hacer amigos con cinco años y a la vez es muy fácil perderlos con la separación, pues ellos no tienen los medios que tenemos los mayores para mantener una relación a distancia.
Si me cambio de trabajo puede que mis relaciones de amistad cambien debido a la falta de contacto diario, pero seguiré pudiendo hablar con la gente por mail, teléfono, whatsapp... Y quedando con ellos. Un niño no. O los padres ponen de su parte o finalmente las relaciones se van perdiendo en pos de otras que vendrán.
"Se verán en el patio", sí pero no. Al principio claro. Con el tiempo...no tanto.
L. con ocho años: "mamá, tengo un montón de amigas nuevas en clase, estoy muy contenta, y sigo viendo a las demás en el patio, además tengo a M. conmigo, he tenido suerte".
L. Con nueve años: "mamá, me gustaría que las cosas fueran como antes. Casi no veo a mis amigas de siempre y las nuevas...no estoy tan segura de que sean amigas...hay mucho líos".
"¿Qué clase de líos, hija?"
Entonces me cuenta historias larguísimas sobre menganita a la que no le cae bien fulanita y no quiere que el resto le hable y ella no sabe qué hacer porque quiere estar con todas y no entiende por qué no pueden llevarse bien y ser amigas sin más.
Así nos pasamos cuarto curso.
Llegamos a quinto y todo se enrevesa más. Los líos de antes la enredan a ella también en una espiral de conspiraciones, tejemanejes, cotilleos malintencionados, suspicacias y envidias. Quizá me he hecho mayor, puede ser. El caso es que pensaba que todo eso era cosa de adultos.
Cuando estamos a punto de finalizar el año empieza a llegar llorando a casa porque la situación le supera. Sé que son cosas de niñas, que no debo mirar con ojos de madre de 40 años, como bien explicó Merak Luna en su post de esta convocatoria del #hayvidadespuésdelos6.
Sin embargo no puedo evitar sentir rabia y unas ganas enormes de plantarme delante de estas niñas y decirles cuatro cosas. La vida no puede empezar a llenarse de mezquindades a esta edad. La infancia está para disfrutarla y jugarla y no para perderla pensando en si no soporto a tal o cual o voy a excluir a éste o aquél de los juegos porque me da la gana.
De todas formas no lo hago.
El último día de curso respiré aliviada porque pensé que el verano se encargaría de calmar los ánimos para el curso que viene.
Cuando estos días ha vuelto a quedar con sus amigas de siempre, con C., M. y con P. en la piscina, y la veo tan feliz, me sigo cuestionando si de verdad ese cambio de hace tres años fue realmente bueno para ella (y otros niños de su promoción).
Mirando la parte positiva, todo esto la ha hecho crecer por tener que enfrentarse a situaciones un poco complicadas. Aunque, me pregunto, ¿había necesidad?